Ni Mayweather, ni Pacquiao: Mejor Rocky Balboa

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Vendían una noche de box, con el calificativo de “Pelea del Siglo”, nos hicieron pensar que veríamos uno de esos enfrentamientos tan atractivos como los de Sugar Ray Leonard, “Mano de Piedra” Durán, Tommy Hearns o siquiera el tan disputado combate de Mike Tyson y Evander Holyfield, con mordisco de oreja incluido.

Pero la realidad fue otra, nos dieron gato por liebre, un Floyd Mayweather que aceptó medirse con el filipino Manny Pacquiao una vez que estuviera seguro que éste ya no era el demoledor de antes. Claro, el estadounidense es mayor que Pac Man, pero se sabe que la realidad socioeconómica del asiático lo obligó a trabajar desde niño, y esa vida adelanta la fecha de caducidad en actividades deportivas. Aparte que Manny cambió su peso para adaptarse a otras categorías lo cual también le jugó en contra, todo eso sin sumar su lesión al hombro que desdibujó la farsa en el cuadrilátero.

Por eso yo cortó por lo sano, adiós a los cuentos que nos quieren endilgar los empresarios que han hecho del deporte de los puños un soso show de variedades. Nunca mejor representado con estrellas “estrelladas” como Justin Bieber, que por soltar a sus “matones” contra un fotógrafo en Argentina hoy enfrenta una denuncia de Interpol, o el protagonista de la cinta Ray, Jamie Foxx, que la fregó interpretando el himno de los Estados Unidos.

Mejor comprarse la colección de Rocky y ver todas las peleas de Rocky Balboa en sesión maratónica. Uno le puede discutir a Sylvester Stallone sus aptitudes actorales, lo acartonado de algunos guiones (sobre todo los de Rocky 3, 4 y 5), pero sería mezquino no reconocer la cuota de emoción que tenían todas esas películas, esa misma emoción que ni se asomó en Las Vegas este sábado dos de mayo.

Y, ojo, Rocky (la cinta original de 1976) ganó el Oscar a mejor película. Y no fue una “metida de pata” de la Academia, sino un galardón con total merecimiento. Un guión escrito por el propio Stallone que le cambió la vida, es conocida la historia del actor que se paseaba entre estudios cinematográficos ofreciendo su idea, y era bien recibido sólo que nadie lo quería de protagonista (se hablaba de Robert Redford y de Al Pacino), terco Sly siguió insistiendo hasta que alguien creyó en él. Lo demás fue una senda de triunfos.

La cuarta parte, la más floja en lo que a trama se refiere, parecía más una cinta de venganza que de boxeo, fue quizás la más emotiva. Por lo menos en el caso de este columnista, fui al cine con dos amigos y el que se sentó en medio pagó pato, lo agarramos a golpes durante toda la pelea. Culpa de la emoción, travesura infantil, básicamente un lindo recuerdo de esos años donde ir al cine con tus patas era lo máximo.

La más sensible, hasta filosófica, fue Rocky Balboa (2006). Con la que se supone se cerraba el capítulo de este pugilista de Filadelfia en el sétimo arte, un guerrero retirado que pasa sus días entre su pequeño negocio de comida, la ausencia de su compañera de vida, los desencuentros con su hijo, y la necesidad de llenar un vacío. Una última pelea, la licencia de un campeón, el round final, la despedida personal, y una lágrima para recordar. Sello de oro.

Pero Stallone no quiere archivar a su mejor amigo, Rocky Balboa se resiste a morir, por eso una recreación con Robert de Niro (protagonista de Toro Furioso de Martin Scorsese), donde ambos interpretan a boxeadores jubilados. Una comedia con su porción de drama, para pasar un buen rato con La gran revancha (2013). Y si quiere ver a Balboa, también lo tiene en su faceta de entrenador en la anunciada Creed (2015), donde está en la esquina del hijo de su amigo Apolo.

A veces el boxeo de mentiras es mejor que la realidad, sobre todo en épocas de Mayweathers y Pacquiaos.

 

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