No hay mal que dure cien años

 

La magnitud de los problemas políticos y sus consecuencias en el mundo económico y, sobre todo, en el campo social, está desarrollando un estado de ánimo cargado de pesimismo entre la población ciudadana. Podría afirmarse que le está costando mucho tomar plena conciencia de tales problemas, a tal punto que no ve en el futuro inmediato la solución de los mismos.

Es evidente que se necesita a estas alturas la realización de un diagnostico cualitativo, que nos permita conocer en su raíz las causas de los problemas  que cada vez son más patentes. Al respecto habría que citar el caso de la corrupción prácticamente generalizada en la clase política, con hechos judicializados nunca antes vistos. Y habría que sumar los referentes a la desocupación, empobrecimiento, la inseguridad ciudadana, la anemia y otros graves problemas de salud, dentro de un largo etc.

¿Cuáles son las soluciones que tiene la ciudadanía ante este drama, que tiende a agudizarse? La respuesta no está  en los colectivos políticos, y casi inexistentes y sin cuadros calificados para el análisis que se requiere. Tampoco en los poderes del Estado. El Ejecutivo pone entusiasmo y ganas de mejorar la gobernabilidad. Pero, los problemas sobrepasan la capacidad de superarlos. El Legislativo se encuentra completamente desacreditado. Tanto que hay sectores ciudadanos que prefieren una renovación total de las diferentes bancadas, bancadas que por cierto no llegan ni siquiera a superar sus pugnas intestinas. El Judicial afronta dificultades para una buena administración de justicia, al margen de la actitud ejemplar de algunos fiscales y algunos jueces. No resulta extraño, por tal razón, que entre el pueblo de menos recursos se le cite como un poder en donde la justicia no solo es ciega, también es muda y, además, con frecuencia prevaricadora.

La magnitud y profundidad de nuestros problemas económicos y sociales son objeto de opiniones con frecuencia  discrepantes. Esto llega inclusive al cinismo entre algunos con poder económico y que marcan la agenda del poder político. ¿Diga usted presidente, quiénes son los poderosos? Preguntan mediáticamente, tratando de hacerle perder el equilibrio gubernamental, a quien tiene abierta una pugna contra la corrupción, sabiendo que ellos mismos están entre esos poderosos que, en diferentes tonos, pretenden la flexibilización de las leyes sancionadoras que castigan a quienes han delinquido, sean o no de cuello duro.

Me sumo a quienes consideran que este pesimismo, tal desorientación, en tiempos razonables, llegarán a su fin. Dicen que no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista. No hay duda que el camino de la democracia es amplio y seguro. En ese andar, sin embargo, resulta necesario que haya disposición a asumir los sacrificios indispensables, no solamente los de carácter económico, sino también sacrificios respecto a nuestras creencias, que a veces es preciso abandonar para fijar un objetivo de paz y justicia. Es preciso, entonces que los intereses políticos de partido, sean superados y redefinidos, para darle una nueva dinámica y otra visión tendientes a la solución de los problemas, repito, políticos económicos y sociales.

 

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