No hay que dejarse ganar por el pesimismo

 

La frustración es visible entre los electores que concurrirán el cercano 26 de enero a las elecciones convocadas para rehacer la representación popular ante el Congreso de la República. Existe desgano, un sentimiento que linda con la decepción, con la desilusión, por la aparente ausencia de personalidades políticas en capacidad de legislar, en el breve periodo de casi año y medio. De los conocidos por haber ocupado una silla curul, es muy poco lo que se puede decir, salvo escasa excepción. De los no conocidos, no se ha dado el caso de alguien que haya destacado, hasta ahora, por sus ideas o por la exposición de las mismas. Al menos si se toma en consideración los resultados de los debates organizados por el Jurado Nacional de Elecciones o por las intervenciones emitidas a través de los medios de comunicación. ¿Habrá un destape posterior, que le obsequie al electorado el beneplácito de su elección? Esta es una interrogante propia de los misterios de barrio chino.
 
La ausencia de propuestas puntuales concernientes a materias de la magnitud de reforma políticas y electorales, del fortalecimiento del sistema de justicia y de lucha contra la corrupción, son algunas de la causales del derrotismo que se observa en la epidermis de la decisión que, sí o sí, deberá adoptar el ciudadano, en particular aquel que forma parte del conglomerado de gente a pie. El problema anotado hace peligrar la concurrencia masiva de los electores, quienes sí se dan tiempo en este último caso, para participar de las elecciones generales. De la misma manera, la frustración existente suscitada por la orfandad de nuevas figuras, con brillo propio, en la ciencia y, porqué no, arte parlamentario, está dando lugar a una creciente voluntad de ausentismo, el mismo que podría dar lugar a un problema mayor. Interpretamos ausentismo con abstencionismo, que constituye no acudir al acto electoral, simplemente porque no se espera mucho del resultado, porque los políticos y los partidos han dejado de tener credibilidad. Sencillamente porque abstenerse significa que el ciudadano considera que su presencia es una pérdida de tiempo, debido a que los candidatos no son dignos de su elección, entre otras cosas porque carecen de ideas, están animados por intereses particulares y no por los más acuciantes problemas sociales y económicos que sufre el pueblo. A esto habría que agregar un nuevo fenómeno, conocido como la democracia de opinión, consecuencia de los enjuagues entre los grandes grupos de poder mediático y los grupos de poder económico, que pese a las restricciones existentes de financiamiento bajo la fórmula del secretismo, aplican las mejores mañas para darle cobertura periodística con artículos de opinión y entrevistas, a los candidatos que saben que actuarán bajo sus consignas. Aquí no existe el juego limpio de ideas y, tampoco, el intercambio de ideas contrapuestas, mucho menos el ejercicio limpio, imparcial, de lo que realmente se conseptúa como comunicación social.
 
Tal el ambiente político de actualidad. Pero que se debe superar, lo cual significa no caer en el derrotismo que constituye hacerse el desatendido en un deber que a todos nos toca. La tendencia a provocar el desaliento con posturas pesimistas hay que dejarlas de lado, porque se trata de una postura que ayuda a los enemigos de una democracia real. Hay que fortalecer, en cambio la moral ciudadana, aquella que pone en práctica una participación elocuente pero cuidadosa. Este es el nuevo camino para salvar al país de estos recientes desastres políticos. Digamos a una sola voz: ¡Nunca más!.  

 

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