No me quites el sol

 

Entre las anécdotas más conocidas de la Grecia clásica está el encuentro celebrado entre Alejandro Magno y el filósofo Diógenes, cuando el joven rey guerrero pasaba por Corinto en camino hacia la conquista de Asia.

¿Qué tuvo de especial este encuentro del cual, 23 siglos después hay en Internet multitud de entradas que lo comentan? Que al todopoderoso del planeta le interesara un filósofo-mendigo renegado de la sociedad tiene poco sentido.

Al rey sediento de conquistas le atraía su antítesis y de allí nació la leyenda.

Tanto la historia como la literatura han mostrado fascinación por ese encuentro dispar, y son particularmente los poetas quienes le han dedicado mayores afanes.

Diógenes vivió como un paria y sus modales eran escandalosos y groseros. Platón lo llamó “Sócrates delirante” pero todos lo llamaban perro, por ofenderlo, y esto no lo irritaba sino que lo asumía. Él vivía como un perro.

En el encuentro, Alejandro le ofreció ayuda al ver lo miserable, sucio y pobre como vivía, pero Diógenes –que había elegido vivir dentro de un tonel– lo despachó sin miramientos.

Entre otros poetas, dos españoles de períodos diferentes son autores de las más conocidas composiciones en verso sobre esa extraña reunión propiciada por el monarca, quien ardía en ganas de conocer al filósofo del tonel.

Francisco de Quevedo (1580-1645), el gran exponente del barroco, ofreció una “crónica” en del suceso en el estilo conceptista que cultivaba. Casi tres siglos más tarde lo hizo Ramón de Campoamor (1817-1901).

Que los poetas se hayan ocupado de este tema no debe extrañar; el lenguaje poético es capaz de expresar lo que el lenguaje común no consigue: recoger matices que no transitan en el mundo de la lógica ni de las proporciones racionales o el orden sintáctico.

Acá van algunos versos del poema de Quevedo:

“Ves aquí que viene a verte/el hidrópico monarca/que de bolillas de mundos/ se quiso hacer una sarta;

aquel que, glotón del orbe/engulle por su garganta/ imperios, como granuja / y reinos, como migajas”.

Según dice una leyenda, la respuesta de Diógenes a la pregunta de Alejandro ¿Qué quieres de mi? fue “Que no me quites el sol”. Era una tarde cálida y amable en la bella Corinto, según se tiene noticia.

Quevedo pone en boca del filósofo:

“Lo que te pido es que, volviéndote al Asia/, el sol que no puedes darme,/no me lo quiten tus faldas.

Nadie me invidia (sic) la mugre/ como a ti el oro y la plata;/

En la tinaja me sobra/ y en todo el mundo te falta.

Mi hambre no cuesta vidas/al bosque, al viento o al agua;

tú, matando cuanto vive/sola tu hambre no matas. (…)

El no tener lisonjeros/ lo debo al no tener blanca;

y si no tengo tus joyas,/ tampoco tengo tus ansias”.

Y más adelante pone en boca de Alejandro un comentario que supuestamente hizo al retirarse:

“Dijo: A no ser Alejandro,/ quisiera tener el alma/ de Diógenes, y mis reinos/ diera yo por sus lagañas”.

La versión de Campoamor, filósofo y poeta integrado en el movimiento realista, es en cambio, una reproducción poética del probable diálogo y lo tituló “Las dos grandezas”.

“Uno altivo, otro sin ley/así dos hablando están:

­­_Yo soy Alejandro, el rey_ /Y yo Diógenes, el can.

_Vengo a hacerte más honrada/ tu vida de caracol/_¿qué quieres de mi?/_Yo, nada, que no me quites el sol.

_Mi poder…_Es asombroso/pero a mi nada me asombra/_yo puedo hacerte dichoso/_ lo sé, no haciéndome sombra.

_Tendrás riqueza sin tasa, un palacio y un dosel

_¿Y para qué quiero casa/más grande que este tonel?

_Mantos reales gastarás/ de oro y seda /_Nada, nada, ¿no ves que me abriga más/ esta capa remendada? (…)

_Ricos manjares devoro/_Yo, con pan duro me allano/ Bebo el vino en copas de oro/ _Yo bebo el agua en la mano.

_Mandaré cuanto tú mandes/ _Vanidad de cosas vanas/

Y a esas miserias tan grandes/las llamas dichas humanas?

_Mi poder a cuantos gimen va con gloria a socorrer

_La gloria, capa del crimen, crimen sin capa, el poder.

_Yo impongo a mi arbitrio leyes/_¿Tanto de injusto blasonas?

_Llevo vencidos cien reyes/_¡Buen bandido de coronas!

_Toda la tierra iracundo/tengo postrada ante mí/_¿ Y eres dueño del mundo/ no siendo dueño de ti?

_Yo sé que del orbe dueño/ seré del mundo el dichoso/

_Yo sé­ que tu último sueño/ será tu primer reposo.

_Vivir podré aborrecido/ mas no moriré olvidado/ _Viviré desconocido/ mas nunca moriré odiado.

__Adiós, pues romper no puedo/ de tu cinismo el crisol

_Adiós, cuán dichoso quedo/ pues no me quitas el sol”.

(…)

En el mundo de hoy los monarcas ya no engullen reinos como hizo Alejandro, pero sigue vigente la oposición entre materialismo e idealismo. Estos dos personajes de vida exagerada fueron ejemplos extremos de esa oposición.

 

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