No me sensibilizo con muerte de la hija de Whitney Houston

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No pretendo parecer desconsiderado ni frío, pero me cuesta consternarme por la muerte de Bobbi Kristina Brown, quizás porque se trataba de una joven que se sostenía artificialmente a una vida que hacía rato se había diluido, o por tratarse de una clara consecuencia de excesos y de un clima familiar cuando menos sospechoso. O, simplemente, por ser una tragedia sucedida lejísimos de mi realidad.

Lo cierto es que la vida de esta chica estaba estigmatizada desde hace mucho, tanto por la muerte de su madre, Whitney Houston (que sí me apenó), como por las raras coincidencias con el final de su progenitora. Bobbi Kristina Brown también parece haber muerto a causa de una sobredosis de estupefacientes, al igual que la intérprete de I Will Always Love You (la recordada canción de El Guardaespaldas).

Además se conocía de la tormentosa relación entre Whitney Houston y su marido Bobby Brown (padre de Bobbi Kristina). Muchas fuentes confirmaron que ese matrimonio hundió en el vicio a la popular cantante y actriz, haciéndola desaparecer de la vida pública y causándole un serio deterioro físico que fue estremecedor en una de sus últimas apariciones artísticas.

Para seguir con las similitudes, Bobbi Kristina Brown sostenía un abierto idilio con Nick Gordon, hijo adoptivo de Whitney Houston, y que además está acusado de haberle propinado salvajes golpizas a la joven occisa, y para colmo atiborrarla de drogas. Hoy es el principal implicado en este supuesto caso de homicidio, aunque tampoco hay certeza alguna que no se haya tratado de un suicidio. Esta historia hace palidecer a cualquier telenovela mexicana.

Ahora se habla de una investigación, pero parece no tenerse en cuenta que la fallecida estuvo en coma desde enero, meses donde muchas de las pruebas físicas pueden simplemente haber desaparecido o hasta ser camufladas. Por todos esos motivos me cuesta sentir pena por la muerte de una joven que más bien ahora probablemente encuentre la paz que la esquivó en vida.

Otro caso relacionado a la industria musical norteamericana, el derrame cerebral sufrido por el padre de Michael Jackson, Joe Jackson, en Brasil. En este asunto soy más tajante, no me da ni una mínima cuota de lástima lo que suceda con un hombre que abusó laboralmente de sus hijos, que explotaba al niño Michael con la única finalidad de tapar su propia carencia de talento.

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Según las propias palabras del desaparecido Michael Jackson, su papito le decía que era feo, que tenía la “nariz deforme” justo antes de empujarlo al escenario para que le consiguiera dinero y fama. En esos tiempos, el futuro Rey del Pop contaba con unos diez años. No puedo sentir pena por la situación médica de un desgraciado como Joe Jackson.

Se gastó más de doscientos mil dólares en una fiesta por su cumpleaños número 87 en Sao Paulo, planeaba celebrar con una serie de artistas y personalidades brasileras que seguramente lo veían como una rara curiosidad. Y le vino el ataque, justo para perderse su propio y millonario festejo. La verdad hasta risa me da.

Me imagino a los brasileros bailando y tomando, comiendo y brindando, y preguntándose ¿Qué habrá sido del viejito gringo? ¿Se habrá quedado dormido? Justicia poética. Michael debe haberse sonreído desde el cielo de las grandes estrellas, ese al que Joe Jackson no va tener acceso jamás.

 

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