Óscar Vílchez y su clon el “Flaco” Quesada

 

Óscar Vílchez recuerda mucho a Alfredo ‘Flaco’ Quesada aquel jugador de Sporting Cristal que tenía pulmones nucleares que lo ayudaban para recorrer la cancha con un derroche físico a despecho de su esmirriado físico.

El “Flaco” Quesada ganó una decena de títulos con el elenco bajopontino pero también fue un importante aporte en las selecciones nacionales. Su presencia imponía respeto. Hacía el trabajo que todos detestaban.

En la actual selección peruana con ocasión de la Copa América Centenario ha servido para que Óscar Vílchez pueda mostrarse y sacarle máximo provecho a la vitrina que significa mostrarse en un certamen con rating asegurado.

Óscar Vílchez tiene pinta de atleta, de un fondista, para el desplazamiento inagotable como si tratara de una carrera de largo aliento. Se le ve cómodo y fiel cumplidor del encargo de adueñarse del mediocampo e incomodar a todo aquel intruso invasor que pretenda hacer un tránsito cómodo por ese sector donde se cocinan las jugadas del gol, el pase a los costados y la filtración de la pelota en medio de los zagueros.

Su labor es más de recuperación de pelotas cuando el rival la tiene en su poder. Y lo hace bien, con un despliegue generoso, de envidiable físico para estar en todos los rincones de la cancha. Recuperar y entregar bien es su cometido.

Se calcula que no menos de 11 kilómetros recorre en cada partido Óscar Vílchez, una distancia que supone una preparación física para acabar fresco y sin el cansancio acorde con la exigencia.

Todo entrenador quiere un jugador de sus características, un dolor de cabeza menos en su once titular porque no es moneda corriente encontrar esta clase de cancerberos capaces de poner las bisagras de una puerta infranqueable y evitar que los delanteros causen daño en la portería propia.

En cada partido Vílchez recupera un promedio de 20 pelotas sin cometer faltas pese a que juega al filo de la delgada línea de la brusquedad y la amonestación. Nunca es expulsado porque no actúa con mala fe y aunque no es su accionar con guantes de seda, se las arregla para no lo vean como un carnicero.

Ricardo Gareca tiene una idea futbolística que repite cada vez que puede: Neutralizar y jugar. Tal lectura pone a un costado el juego bonito sin desterrarlo del todo. Marcelo Bielsa al respecto decía que era amante del juego bonito pero al no tener jugadores que lo interpreten, obligaba a un juego colectivo sin talentos.

Óscar Vílchez encaja bien en la parte de ‘neutralizar’ porque del juego bonito se encarga Cuevita, Ruidíaz, Flores o Guerrero. De hecho puede decirse que en este once de Gareca, todos juegan para recuperar pelotas y generar fútbol. Eso ayuda a la labor de Vílchez que se ve que hay solidaridad en sus compañeros para no estar en soledad en la tarea de la tenencia del balón.

La Copa América Centenario le ha dejado buenas secuelas a Óscar Vílchez porque a los 30 años, casi en el epílogo de su carrera, se le presenta la ocasión de emigrar al extranjero.

Desde México y Argentina hay clubes que apuestan por el aguerrido centrocampista que no tiene las bondades de los exquisitos pero su forma de jugar, embriaga con el reconocimiento del hincha que ya está acostumbrándose no solo a deleitarse con el talentoso sino que aplaude también al que se ‘suda la camiseta’.

Si antaño el “Flaco” Quesada era el gendarme del mediocampo, Óscar Vílchez es su clon que permite a la selección peruana tener un guardián de celoso cometido para no aguantar pulgas a nadie.

 

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