Papado contra corriente

 

De Jesús en el evangelio se profetizó que sería “signo de contradicción”, mientras que Él mismo afirmaba en la misma fuente que “no es el discípulo más que el maestro”; parece ser que el sino de los auténticos discípulos del Maestro sea ser “piedra de escándalo”, “signo de contradicción”. Ahora bien, a veces eso sucede en forma evidente, palmaria; tal es el caso de la carta Encíclica Humanae vitae, promulgada por el beato Pablo VI, y que el miércoles 25 de julio cumple 50 años de haber sido publicada. Esta encíclica es, sin lugar a dudas, el documento más controversial en la historia del papado. Merece la pena hacerle una breve semblanza.

La Humana vitae supuso una toma de postura firme y valiente de la Iglesia católica sobre el valor y el sentido del matrimonio, la sexualidad y la familia, así como la relevancia que ello tiene para las costumbres sociales. Fue un texto profético, no sólo por avisar los derroteros y deterioros de las costumbres que se seguirían de no escuchar su llamado, sino también porque recordó la voz de Dios, expresada en la naturaleza humana, que buscaba ser acallada por la cultura dominante, impregnada de lo que ha dado en llamarse “revolución sexual”.

La voz del Papa no buscaba satisfacer la opinión de los hombres, ni quedar bien, no quería decir lo que todos querían escuchar, sino ser más bien intérprete auténtico de la conciencia y, por ende, de lo que Dios dice a cada hombre sobre algo tan íntimo como puede ser la propia sexualidad. La voz papal rompió un concierto monocorde y monótono que estaba empeñado en mimetizarse con la visión dominante sobre la sexualidad.

El clamor del Papa iba contracorriente y sufrió un doloroso rechazo, no solo de los medios laicistas, secularizados o de ambientes hedonistas, sino también, y es quizá lo más triste, en el seno de la Iglesia. En efecto, a partir de su publicación se difundió el “disenso”, es decir, la desobediencia a las enseñanzas oficiales del Magisterio por motivos de conciencia. El efecto que ello ha tenido para la vida de la Iglesia ha sido devastador, pues supuso el surgimiento de una forma de catolicismo selectiva respecto de las enseñanzas y doctrinas que adoptaba o no; una especie de religiosidad a la carta, que ha dado lugar al extendido fenómeno de personas católicas que no tienen una mente católica.

El Beato Pablo VI sufrió una presión fuertísima, no solo por parte de la cultura imperante, sino también de sus mismos colaboradores eclesiales para legitimar los métodos anticonceptivos. Sin embargo, prefirió “agradar a Dios” en lugar de “agradar a los hombres”, descubriéndoles a estos últimos la elevación moral que pueden alcanzar con la ayuda de la gracia, advirtiéndoles de la espiral de consecuencias que se seguiría de tomar el camino fácil. El ahora beato y próximamente santo se daba cuenta perfectamente de cómo estaba el panorama, por ello hizo un llamamiento a sacerdotes, profesores de moral y obispos, para cerrar filas en torno al Magisterio, pues era consciente de que iba contra la moda imperante. Su llamado no encontró el eco esperado y fue la última encíclica que publicó.

¿Cuál fue la piedra de escándalo que suscitó ese vendaval doctrinal? Pocas líneas causaron gran alboroto: “La Iglesia… enseña que cualquier acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida.” ¿Por qué? “Esta doctrina… está fundada sobre la inseparable conexión… entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador.” En consecuencia, “queda excluida toda acción que, en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación.” Es decir, el Papa señaló que el uso de anticonceptivos es gravemente desordenado, constituyendo así una falta grave.

El paso de medio siglo nos ha mostrado cómo, lamentablemente, en muchas ocasiones se ha ignorado su doctrina, cuando no ridiculizado o caricaturizado. Pero también, medio siglo de perspectiva nos muestra cómo tuvo razón, y fue profeta por prever con clarividencia lo que después sucedió. Esas consecuencias son ahora una dolorosa realidad: La proliferación de la infidelidad conyugal, la pérdida de respeto por la mujer convirtiéndola en “simple instrumento de goce egoísta”, o que los gobernantes terminen por intervenir de manera abusiva en “el sector más personal y más reservado de la intimidad conyugal.”

Actualmente es poco menos que incomprensible la postura papal. Se desconoce su marco de referencia, el cual consiste en valorar al matrimonio como una vocación en el seno de la Iglesia, un llamado a la plenitud de la vida cristiana, es decir, a la santidad. Supone una visión tremendamente elevada del sexo, la corporeidad y la unidad de la persona. Entiende que esta visión tiene hondas consecuencias morales y sociales.

Cuando nos sorprendemos por la proliferación de horrendos crímenes de índole sexual, deberíamos preguntarnos si no se hubieran podido evitar de raíz si hubiésemos tomado más en serio la invitación de la Humana vitae. Otros quizá encuentran atractiva su propuesta, pero utópica e irreal. Efectivamente, considerada aisladamente parece serlo, pero se olvida que forma parte de un todo, de la totalidad de la vida cristiana, la cual cuenta tanto con la condición frágil del hombre como con la ayuda divina, particularmente con el poder de la oración y del sacramento de la confesión.

 

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