Piratas de los siete mares

 

La verdad en torno a estos “caballeros de avería”, solventados nada menos que por la más fina nobleza europea y algunos señorones asiáticos, va mucho más allá de los cuentos de Salgari y las consecuentes travesuras de Hollywood que tanto nos deleitaran en nuestros tiempos cazueleros. No pues, es más grave, conforme trato de dibujarles a continuación.

Cuando alguien trate de contarle “una de piratas”, dele bola y además, créale, pues lo más probable, es que el narrador se quede “cortina” en su patraña, pues sucede que casi nadie sabe la gran verdad, la real historia, de estos malandrines de los siete mares, dedicados al desvalije de cuanto navío se atreviera a cursar en cualquier dirección, los procelosos océanos de este –perro-mundo.

A veces, la eficiencia de sus tropelías, los convertía en caballeros –o “sires”- como solía decirse en las viejas cortes francesas o Made in England, que eran algo así como las empresas emblemáticas de otros malhechores “de buena cuna”.

Y eso, no sólo valió para Sir Francis Drake, o su pata (de palo) Morgan, cuya ilustre descendencia fulgura hasta hoy, en las international finances. Muchas solventes casas de banca y negociazos,-más bien “faenones”-, de la estrada Europa, tuvieron sus orígenes en estos choreos de alto combo, cuyos matarifes no eran más que el brazo armado de estos duques, condes o marqueses, que fletaban sus embarcaciones y financiaban el último alarido de la moda en cuestión armamento, lo cual-como se sabe- jamás fue gratis, mi estimado.

En cuanto a las tripulaciones, éstas eran reclutadas-es un decir-, en los peores burdeles y las más aterradoras borracherías de los peor afamados puertos.

A veces, s e convencía a los futuros pirata boys, empleando un algo de vil metal y unos cuantos explosivos rones, pero en otras ocasiones, se anestesiaba a estos conscriptos de Satanás, mediante un rico garrotazo en plena mitra, fino detalle que potenciaba los infernales efectos del guayacol y ya, si el cliente reaccionaba en alta mar y pretendía ponerse sabroso, se le explicaba el asunto, en breve y contundente floro y tú verás lo que haces.

Luego, cualquier discrepancia al respecto, se resolvía mediante un espectacular “salto de ángel” por encima de la borda, a empujón de sable por el guardafango, rumbo a la merienda de hambrientos tiburones que nunca han faltado en esos mares del Señor, mis estimados contertulios.

Pero del saque, el emprendimiento piratesco, se iniciaba mediante el habilidoso “Doc” de algún notable potentado de Francia, Inglaterra, Holanda, Portugal y siguen firmas.

Este lacayo “first class”, convocaba a un “Capitán de Fortuna” y, claro, a nombre de su elegante y “blue blood” amo, proponía el “negocio” que solía representar una importante inversión, ya que barcos, cañones, trabucos y otras coqueterías, jamás han sido gratis- como cualquier “Doc” sabe- en tanto el tema implicaba la posible pérdida de un ojo, una pierna, y acaso, la propia pelleja, a cambio de –digamos-,un veinte por ciento del botín total, entendiéndose que el ochenta, sería, naturalmente, oiga usted, para el inversionista inicial, como puede comprenderse en el mundo de los grandes negocios, sin dudas ni murmuraciones, así era la nuez…tanto antes, como después.

Como resulta fácil intuir, los piratas-ranqueadazos o amateurs- , no eran ningunos caídos del catre y, desde que avizoraban tal chamullo, empezaban a cranear un elegante “paleo” y los consiguientes cien años de perdón que implica “machucar” a un rata mayor, por muy hidalgo de la Gran Bretaña que éste se proclamara.

Así nacieron las famosas caletas de Isla Tortuga, La Martinica y otros espacios precursores de Gran Caimán, Islas Vírgenes, la Swiss Bank, las cochambas de Ciudad de El Cabo y otros paraísos del encalete que ahorita están de moda, aunque aquello del secreto, ya no es tan inviolable como zoncal de monja, o sotana de Fray Piolín. Otra cosa, siguen siendo, Singapur, Macao, Hong Kong y otros que bien conoce cierto fujisantón recientemente indultado.

Entonces pues, y por ejemplo, casi todo el oro estraperlado por los españoles en tiempos coloniales, iba a parar a manos de “Sires” británicos que esperaban a las gloriosas naves de Su Majestad Hispánica, en alta mar, para desplumarlas a cañonazo limpio con fin de fiesta de sangriento abordaje, trabucazo al pecho y garfio al pecho, mi estimado.

Luego, venía el segundo número del programa, o sea, un rápido inventario de aquello tan bravamente choreado y la decisión del rumbo a tomar, a fin de “sombrear el pele”, difícil chamba que Emilio Salgari-mi pionero como “Galeote de la Pluma”- primero y Hollywood después, dieron en llamar “El Tesoro del Pirata”, para que no te la pierdas, compadre. Tesoro dudoso, oiga usted, porque, si bien el pirata mayor-el del barco, porque el otro, el del vento, estaba en Buckingham o Versalles bailando mariconada y media, entre venias, pavanas, cuadrillas y contradanzas- se daba maña para empelar en el entierro de su “paleo”, a los propios rehenes de la nave asaltada, que luego eran asesinados y puestos a dormir eternamente con el botín y lo más probable es que ni el mismo Diablo, volviera a verlos, pues como canta el viejo valsario piratero:” que en vida vi y nunca he podido regresar” .

Pues, para que ustedes se enteren-si acaso lo ignoraban-quienes aprovechan el poder político para saquear a sus respectivos pueblos, muy pocas veces logran disfrutar de lo robado.

Y no es que la justicia de este mundo, los alcance, sino que los bancos de cualquier parte, terminan levantándolos n peso, mediante el empleo de variadas artimañas , crean lo que crean las hordas incontenibles del bobonaje, que suelen festejar a los neo piratas y hasta votan por ellos, en los chongos electorales.

Ahí tenemos la historia de Ferdinad Marcos, Antonio Noriega, el Shah de la antigua Persia, Rafael Leonidas Trujillo, Juan Domingo Perón, y –pata que no se queje de la omisión, nuestro gracioso “Doc” hoy en cana de lujo, entre otros “gallos” oportunamente desplumados por la respetable Banca internacional como se diría en finoli.

Los viejos periodistas, sabemos, que hasta a “Tatán”, -una vez muerto- le chorearon el falso diamante que lucía en la delantera, otros más choros que él, pues – en todo cuento de convento…”siempre hay un cura, mi querido Gori”- como dijo un recorrido mariquilla. Guárdenme esa flor hasta la primavera.

 

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