Rostros y rastros…

 

Cuando Obdulio Varela, el notable jugador uruguayo campeón mundial en 1950 sobre Brasil en el mismísimo estadio Maracaná, 30 años más tarde le preguntaron por esa hazaña, con su rostro de tez morena y la voz gruesa que siempre caracterizó al robusto capitán oriental, respondió: “Si jugásemos 100 veces aquel partido lo perderíamos las 100”, pero siguió admitiendo la no rendición: “Nunca perdí un partido antes de jugarlo ni menos recibir un gol en los minutos finales”.

Minutos finales. Los que nunca desearían los entrenadores, especialmente, cuando sus equipos van ganando y la diferencia es de apenas un gol o el empate a esas alturas del juego ya es de por sí un triunfo. Y todo lo contrario, aquellos técnicos que perdiendo se aferran a esa esperanza de que por lo menos al anotar uno de los suyos no lo dejará sin cero puntos y, más bien con el empate rescatado en esos segundos finales lo llevará dormir tranquilo esa noche. Eso sí, manteniendo su cargo que ya es mucho después de la angustia vivida detrás de la raya del campo o sentado en el mismo banco viendo impasible las acciones.

Esta última semana siguiendo varios partidos por la televisión pude ver varios rostros de entrenadores que, por una u otra situación parecieron sentirse -en muchos pasajes- en el cielo o en el infierno mismo. Sporting Cristal ganaba 1-0 con un autogol de Marcos Delgado y solo restaban 18 minutos que, por las acciones con las características de juego que le imprimían los jugadores del Universidad San Martín tampoco era para llenarse de confianza. Hasta allí considerando que Universitario de Deporte había empatado 1-1 la noche anterior con Cantolao y que muy bien pudo haberlo perdido por los goles que echaron a perder los muchachos amarillo y negro del Callao; los bajopontinos eran los nuevos punteros del campeonato con 27 puntos contra los 26 de los cremas ¿Y Alianza Lima? Con 24 y jugando nada menos que en Arequipa contra Melgar FC representaba para los rimenses -con su entrenador Manuel ‘La Muñeca’ Barreto- esperar la noche del domingo tranquilamente mirando los programas políticos o de investigación o alguna buena película que transmite Neflix.

El ecuatoriano Joffre Escobar de violento remate alto que ni siquiera los brazos largos del ‘Pato’ Álvarez, levantados por encima de su cabeza, pudieron neutralizar el tiro y el empate 1-1 quedó sellado. Fue en el tiempo añadió: 92 minutos. No le resultó, entonces, a la ‘Muñeca’ su cábala de vestir la misma ropa (chompa gris) que le había traído suerte porque  en su estadio se dejó empatar, está dicho, en los minutos de descuento por el equipo ‘santo’. Las cámaras de la TV enfocaron su rostro al final y todo el mundo se dio cuenta de la bronca que llevaba por dentro. Como el de evitar, inexorablemente, de enfrentar luego, a los periodistas y, más bien, salir por la puerta trasera del camarín. Pasados esos duros momentos, al día siguiente no tuvo ningún un pelo en la lengua cuando enfatizó si les empataron “fue porque renunciamos a nuestro jugado y por una cuestión primitiva retrocedimos” (sic). Prueba más que evidente que el sinsabor continúa días después.

En el estadio Mansiche se dio otro caso parecido al de la ‘Muñeca’. Sport Boys que está luchando por salvarse del descenso, vencía 0-1 al Carlos A. Manucci. Eran tres puntos de oro y así lo entendían no solo su entrenador argentino Marcelo Vivas sino a la numerosa barra chalaca que se fue hasta Trujillo. El pisqueño Jean Pierre en los descuentos le dio el empate a los trujillanos y volvió a dejar en estado de coma al equipo rosado. Fue fácil advertir la tremenda desazón en el rostro de Vivas, quien el año pasado fue contratado por el Unión Comercio para que lo salvara del descenso y lo salvó. Hoy busca repetir con Boys ese logro pero la noche del último domingo al recibir un gol en el último minuto lo dejó sumido en un silencio, en esos silencios que lo dicen todo. Apenas llegó a decir: “Cuando vi caer nuestra valla, mi noche que era estrellada se volvió más oscura que nunca”.

Arequipa no pudo ser la excepción de la regla futbolística, en este caso. Alianza Lima empataba 2-2 con Melgar tras ir perdiendo 0-2 y le daba vida a la ‘U’ para continuar como único puntero con  26 unidades. Pero llegó el minuto 89 y Joazinho Arroé en una jugada que solo la puede hacer el que sabe jugar fútbol, enrumbó hacia el arco de Cáceda y casi delante de él inclinó su cuerpo hacia la izquierda y sacó el remate a la derecha del yerno del ‘Puma’ Carranza. Golazo por la concepción. Entonces, desde la línea de la cancha vimos un rostro lleno de felicidad del entrenador uruguayo Pablo Bengochea que saltando y mostrando el ombligo, con su camisa fuera de lugar, exteriorizaba ya el triunfo aliancista como que así lo fue.

Que lo que expresara el entrenador de la ‘U’ Ángel Comizzo -con su acostumbrado rostro duro y molesto- tras el empate con Cantolao al soltar dos veces el mismo discurso a sus detractores, es harina de otro costal. “Yo no ando llorando por todos los rincones, no ando mariconeando”, en clara referencia a su colega y rival Bengochea. El técnico de Alianza Lima está en otra nube: es puntero de un torneo como el Clausura que cada vez está más interesante. Las apuestas corren, cuando faltan cuatro fechas, sobre quién será el Campeón. Hoy, en conferencia, como Pablo ‘el Apóstol de los gentiles’ no le dio mayor importancia a lo dicho por Comizzo. “Lo tomo como un chiste; estoy feliz por mi equipo porque llegamos bien. No me preocupa lo que digan los demás y sí el domingo la emoción me desbordó por el triunfo. Mi rostro y mi gesto lo dijeron todo”.

 

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