Sociedad y violencia

 

Es fácil decir cómo hacer las cosas, muy diferente es hacerlas; dice el refrán popular que una es con guitarra y otra con cajón, por esto no deja de causar admiración como hay pueblos en los que se viven algunos eventos (que se presentan con cierta regularidad) que por muy catastróficos que resulten, son afrontados con disciplina y sabiduría, dejando la impresión de haber dominado las amenazas y riesgos. Aprendieron a enfrentarlos, casi a domeñarlos gracias a que sistematizaron sus experiencias y se educaron para ello. Los sismos en Japón sin duda asustan y de qué manera, pero, parafraseando una marinera criolla, no muere tanta gente, “ni la pobre ni la decente”. En Holanda, el mar quiere ocupar el suelo que está a la altura de sus pies, sin embargo, en esos suelos, no hay inundaciones y menos ahogados, florecen para acrecentar las arcas fiscales, bellos tulipanes que son admirados en el mundo entero. En Inglaterra, la violencia de los Hooligans, ha dado paso a una paz impuesta por la ley y la educación del público, de todos. En Alemania, deben existir muchos riesgos, como en cualquier lugar del mundo, pero la violencia es evidente, que después de todo lo vivido por ese pueblo, no está en el horizonte actual o en el futuro inmediato como riesgo o amenaza que agobie a la población.

En el lado opuesto estamos nosotros, los latinoamericanos (aunque mejor será referirnos solo a nosotros, los peruanos) que vivimos permanentemente en estado de zozobra, pues los desastres naturales, las plagas, los conflictos, entre otros eventos trágicos, que se presentan periódica y eternamente, cada vez nos causan más estragos, secuelas y mil dramas insuperables.

Hemos vivimos largos años de nuestra historia en violencia, de todo género, haciendo del consenso el más extraño de los estados a lo largo de nuestra historia. Nuestro pasado está plagado de episodios de violencia de todo género, como olvidar, debemos recordarlo siempre, no solo la que se dio en el mundo pre colombino, luego la violencia colonial y cuando libres de la dominación y opresión externa, internamente ocasionamos más violencia tan o más terribles que las anteriores. Los militarismos (el primero, segundo y hasta el tercero) promotores de enfrentamientos entre peruanos sin que hasta hoy, se tenga un balance de las muertes que ocasionaron. Las sublevaciones campesinas, los enfrentamientos políticos, entre al APRA y la oligarquía, entre los socialistas y los apristas, las insurgencias populares, el 5 de febrero, la guerra de Sendero, el combate a la subversión, las masacres campesinas impunes, Uchuraccay, La Cantuta, El Sexto, los crímenes en los penales, y la lista no está completa y la memoria cómplice olvida.

¿Hemos aprendido después de tanta sangre, dolor y muerte? Parece que en nuestros países las lecciones del pasado no solo no la estudianlos jóvenes en las universidades de hoy, también las generaciones de mayores las han olvidado, sobre todo porque están tan concentrados en ver el pujante crecimiento económico, automático y ejemplar. Esta noticia que viene desde hace una década, reconforta a unos, rebela a otros y “aviva” a algunos, mas sin duda, muchos quieren quela sociedad mejore. No es posible que en América Latina y el Caribe por consiguiente en el nuestro, los homicidios tengan tasas tan altas (datos tomados de www.bbc.com/mundo/., www.bancomundial.org y otros), como en el caso de Honduras, con 90 asesinatos anuales por cada 100.000 habitantes, Jamaica (50), Venezuela (49), Guatemala (41), Colombia (34), Brasil (25) y Méjico (23), Perú (10).

Alguien podría pensar que después de todo son cifras menores a la cantidad de muertos que hay en los países árabes. Veamos algunas cifras. En Irak, se estima que mueren 4.000 muertos en un año, lo que es igual a 08 por cada 100.000 habitantes, que comparados con ALC, quiere decir que en el Perú como en cualquier otro país latinoamericano hay 6 veces más probabilidades de morir asesinado, que en un país árabe. No estamos en guerra pero tenemos más muertos que los países que viven en guerra.Para no sentirnos tan mal con esta realidad, recordemos que hay algunos países latinoamericanos que tienen menores tasa de asesinatos, como Cuba que tiene 4 por 100.000 habitantes y Chile 3. Sin embargo, éste es un país rico comparado con aquel, pero mucho más desigual, lo que desmiente que la pobreza es causa de toda violencia, y que se repite en algunos países africanos, en donde los más ricos tienen más asesinatos que los países pobres.

En torno a la violencia hay mucha preocupación por establecer sus causas como las soluciones posibles y eficaces, en este afán, hay quienes podrían pensar que la “cura” contra el este flagelo es la religión. Tenemos la tendencia a pensar que cuanto más religioso un pueblo es menos violento, los números, que son muy tercos, nos dicen que no es así, pues en los países en donde hay más ateos o no creyentes como los países nórdicos, la violencia es menor y –como ejemplo- la tasa de asesinatos es muy reducida, Noruega tiene 0.6 de asesinados por cada 100.000 e Islandia 0.3, en éste país, en el año 2010, solo hubo un muerto por asesinato.

Empezamos este artículo con la idea de explicar que en la lucha contra la entronización de la violencia como estilo de vida en nuestras sociedades, cada cierto tiempo se emprenden campañas contra la violencia, convencidos que es una medida que ayudará por lo menos a reducir los índices de violencia, sin embargo, algunas investigaciones, en España y otros países, aportan elementos de juicio en el sentido que no siempre estas campañas cumplen con el propósito por el cual se realizan y por el contrario, es frecuente que terminen incrementando la violencia, un efecto boomerang.

Efectivamente, las campañas contra la violencia según el trabajo de investigación “Riesgo de aparición del efecto boomerang en las comunicaciones contra la violencia”, de los profesores Dr. Gaspar Brändle Señán, de la U de Murcia, Dr. Miguel Ángel Martín, del Centro Universitario Villanueva (Madrid) y Dr. José Antonio Ruiz San Román de la U. Complutense, en el que constatan la eficacia de dichas campañas, que no siempre es la esperada e –incluso- dichas acciones pueden llegar a tener efectos contrarios al deseado y reforzar las actitudes de los que piensan que la violencia es necesaria. La hipótesis es que la mayoría de la población asumiría como propios los mensajes contrarios a la violencia. Sin embargo –aquí el quid del polémico asunto–son justo aquellos individuos con mayor propensión a la violencia (a los que se les dirige los mensajes) quienes podrían reaccionar ante el mensaje antiviolencia de un modo no deseado. Se produce la paradoja: el mensaje antiviolencia podría aumentar la predisposición a desarrollar comportamientos violentos. Este efecto se produce porque toda campaña, como toda persuasión, puede producir insensibilización, imitación, accesibilidad y reactancia en los individuos.

 

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