Talento invisible

 

Conocemos muchos casos de mujeres cuyos grandes aportes para la ciencia fueron ignorados, ya sea en beneficio de sus colegas varones o por el prejuicio de género que invisibiliza sus logros.

En estos tiempos,con todo el discurso sobre la equidad, la situación anotada tiene su correlato, como veremos líneas más adelante.

Un caso es el de la condesa de Lovelace, quien llegaría a ser célebre 200 años después de nacer, aunque en vida fue criticada por su conducta escandalosa, peor aun siendo aristócrata.

Ada Byron Lovelace fue una matemática notable. Hija del poeta George Byron, era capaz de combinar la vida bohemia con el rigor académico, noches de desenfreno y jornadas de concentración casi devota.

Mientras el mundillo social la criticaba, ella colaboraba con el científico Charles Babbage en la construcción de la primera “máquina analítica” diseñada para facilitar los cálculos matemáticos y simplificar las operaciones complejas.

Babbage pensaba con acierto que la máquina haría los cálculos más rápido y mejor que el cerebro humano. Ada Byron llegó más allá del pensamiento de Babbage; dio un salto intelectual al comprender cómo la computación no solo iba a facilitar los cálculos sino que podría procesar todo tipo de símbolos como letras, notación musical y todo lo que pudiera crear la mente humana.

El pronóstico de esta bohemia aristócrata y autora del primer algoritmo de la historia, iba a cambiar la vida de la gente de un modo nunca sospechado. En su momento no obtuvo fama porque era considerada la ayudante de Babbage, no el cerebro detrás de él.

Casi un siglo después, otra mujer sentaría las bases para implantar la tecnología wifi, o las soluciones informáticas que utilizan tecnología sin cables.

Esta fue la austríaca Heddy Lamarr, una chica de origen judío superdotada y muy aplicada al estudio. Para ella, la pesadilla de su vida fue poseer una belleza extraordinaria.

Se casó contra su voluntad a los 16 años, con un productor de cine que chantajeó a sus padres para que se la dieran en matrimonio. Era un proveedor de armas de los nazis, un personaje oscuro.

Años después Heddy logró escapar y, vía París, llegó a los Estados Unidos donde la única puerta que se le abrió fue la del cine. ¿Para qué más podría servir una mujer tan bella, que tenía la extravagancia de considerarse ingeniera?.

Más allá de haber protagonizado el primer desnudo del cine y haber filmado decenas de películas, Heddy Lamarr desarrolló tecnología para fabricar torpedos, y creó un sistema de mensajes secretos que ayudó a los aliados. Era la versión inicial del salto de frecuencia.

Se le criticó por haber dejado pasar el rol femenino principal de Casablanca que le fue ofrecido primero a ella. Lo hizo porque estaba ocupada con el trabajo que llevó al desarrollar los torpedos. ¡Y era tiempo de guerra!.

En ese año, 1941, esto era lo más importante para su país de acogida y para el mundo, pero no, la dueña de tal belleza tenía que estar al servicio de los productores y no jugando a la ciencia.

El 9 de noviembre, Google le rindió homenaje con un doodle enlazado a la página de Wikipedia donde aparece su biografía resumida. Más vale tarde que nunca para reparar tamaño olvido.

El correlato de estos y muchos otros casos es el hecho contrastable de que la valla para la mujer está muy alta todavía en el mundo científico y el reconocimiento para ellas es muy reducido.

Por eso la UNESCO lanzó hace un año su campaña denominada “la ciencia necesita mujeres”. No tanto por cuestión de equidad sino porque el aporte femenino en ingeniería, ciencias naturales y ciencias exactas demuestra su valía a cada momento.

 

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