Thomas Wolfe: El Ángel que nos mira

 

Thomas (Clayton)Wolfe (3 de octubre de 1900 – 15 de septiembre de 1938) novelista estadounidense. Escribió cuatro novelas largas, muchos cuentos, poesía, obras dramáticas y fragmentos de novelas. Su prosa destila poesía, es muy descriptiva, estando sus argumentos en gran parte basados en su vida. Sus libros reflejan la cultura y costumbres de Estados Unidos del primer tercio del siglo XX, en especial los de su ciudad natal en sus años de niñez y temprana juventud y los años vividos posteriormente en Nueva York y Boston.

Realizó seis viajes a Europa, lamentando el mucho tiempo que se invertía en el viaje en barco, lo cual dificultaba la relación con este continente, relación que consideraba que debería ser mucho más intensa. Su obra contiene así las observaciones de un estadounidense que descubre interesantes aspectos de Inglaterra, Francia y Alemania que pasan desapercibidos para los europeos. Especialmente importante es cómo, comprobando en 1936 la persecución de las personas por sus razas o ideas que estaba desarrollando el nazismo, presiente que este horror había de llevar al mundo a una gran guerra.

Tras la muerte de Wolfe, William Faulkner dijo de él que era el mejor escritor de su generación; Faulkner se clasificó a sí mismo como segundo. La influencia de Wolfe se extendió a las obras del famoso escritor beat Jack Kerouac y el autor Philip Roth, entre otros. Sigue siendo uno de los escritores más importantes de la literatura estadounidense moderna.

El Ángel que nos mira

Tal vez el pasaje más famoso de este libro sean las primeras palabras de la narración (antes hay una advertencia al lector): …una piedra, una hoja, una puerta ignota; de una piedra, una hoja, una puerta. Y de todas las caras olvidadas. Lo citaban en Chinese Coffee, una película “antigua” que vi hace poco, que dirigió y protagonizó Al Pacino, y que trata sobre dos escritores (y que os recomiendo desde ya) obsesionados con autores del calibre de Thomas Wolfe, que murió a los 37 o 38 años y antes dejó un puñado de obras maestras.

El ángel que nos mira, a pesar de su extensión, es un libro fácil, aunque para otros puede ser difícil y quizá exasperante, como lo fue para Bukowski. Me explico. Es un libro fácil para los amantes de la literatura, para quienes no sólo buscan un argumento y unas tramas novelísticas. Es un libro difícil para los consumidores de sinopsis y giros argumentales. Porque, aunque esté novelizado, lo que nos cuenta Wolfe es su vida, los primeros años de esa vida: su infancia, su adolescencia y parte de su juventud, lo que, en su afán de exhaustividad narrativa, le lleva a contarnos otros episodios familiares (al comienzo traza las rutas de sus antepasados, cómo llegaron a Estados Unidos, cómo prosperaron, etc) y a no dejarse nada fuera (detalles acerca de sus hermanos, sus padres o sus vecinos).

Pero volvamos a lo que apuntaba al principio de este párrafo: Thomas Wolfe no tiene entre sus manos un argumento (como podría tenerlo, por ejemplo, uno de sus más grandes admiradores: William Faulkner), una trama. Él se limita a relatar una vida. A contarlo todo. Al parecer su memoria era prodigiosa y fotográfica, capaz de retener largas conversaciones, detalles accesorios del paisaje, ruidos y sonidos, fisonomías y nombres. Yo no me he aburrido en ningún momento. Que no haya una trama (salvo la que posee la vida de cualquier ciudadano medio: experiencias, estudios, ambiciones, trabajos, relaciones sentimentales, trifulcas domésticas) no significa que no haya tensión narrativa. La hay. Sobre todo en esos pasajes en los que el protagonista, Eugene Gant (trasunto de Wolfe), se enfrenta a miembros de su familia o quiere escapar del nido e irse a buscar el futuro a otras latitudes, lejos de los familiares y lejos del pasado.

Después de la publicación de esta novela, y aunque Wolfe disfrazó a los personajes (con otros nombres, o transformando un poco ciertas situaciones para ponerlas al servicio de la narrativa), no fue bien visto en la localidad donde creció. Creo que ya lo conté en otro post y no voy a insistir en ello. Novela de formación, sobre los sueños y las ambiciones y las frustraciones de un muchacho que acabará convirtiéndose en escritor, El ángel que nos mira contiene un tono realista y lírico que, sin embargo, de modo sorprendente Thomas Wolfe fractura al final, cuando el protagonista se encuentra con el espíritu de uno de sus hermanos muertos. El amor, la familia, el trabajo, la traición, el dolor, la enseñanza, el pasado, la muerte… todo cabe en este libro de 733 páginas. Dos fragmentos:

De la advertencia al lector:

Éste es un primer libro, y en él ha escrito el autor sobre experiencias ahora lejanas y perdidas, pero que antaño fueron parte del tejido de su vida. Por consiguiente, si algún lector dijere que el libro es “autobiográfico”, el autor no podría contestarle; a su entender, toda obra seria de ficción es autobiográfica, y así, por ejemplo, no es fácil imaginar una obra más autobiográfica que Los viajes de Gulliver.
[…]

Pero nosotros somos la suma de todos los momentos de nuestras vidas; todo lo nuestro está en ellos: no podemos eludirlo ni ocultarlo. Si el escritor ha empleado la arcilla de la vida para crear su libro, no ha hecho más que emplear lo que todos los hombres deben usar, lo que nadie puede dejar de usar. Ficción no es realidad, pero la ficción es una realidad seleccionada y asimilada, la ficción es una realidad ordenada y provista de un designio.
**

Del inicio:

…una piedra, una hoja, una puerta ignota; de una piedra, una hoja, una puerta. Y de todas las caras olvidadas.
Desnudos y solos llegamos al desierto. En su oscuro seno, no conocimos el rostro de nuestra madre; desde la prisión de su carne, vinimos a la prisión indecible e inexplicable de este mundo.
¿Quién de nosotros conoció a su hermano? ¿Quién de nosotros observó el corazón de su padre? ¿Quién de nosotros no estuvo siempre prisionero? ¿Quién de nosotros no será siempre un extranjero solitario?

La película

Rechazado por la gran mayoría de editoriales de Nueva York, Thomas Wolfe (Jude Law) acude ya sin esperanza a la editorial Charles Scribner’s Sons como último recurso. Max Perkins (Colin Firth) decide apostar así por el joven y excéntrico escritor. Fue entonces cuando Wolfe se convirtió en uno de los novelistas más exitosos de la América de principios del siglo XX, y consiguió gran éxito tras publicar ‘Look Homeward’ a la edad de 29 años.

La película se basa en la relación que existió entre Perkins y Wolfe, y durante el proceso de publicación de la segunda novela de Wolfe, ‘Time and the River’, cuando surgió la complicada relación con Perkins, ya que Wolfe aseguraba que su obra había sido significativamente recortada y editada antes de su publicación. Por su parte, Perkins estuvo trabajando como editor literario en Scribner durante un periodo en el que no solo trabajó con Wolfe, sino también con otros autores como Ernest Hemingway o Francis Scott Fitzgerald.

Thomas Wolfe se murió a los 38 años, Su tormentosa vida, también atormentada, estuvo signada por la gracia de la escritura y la desgracia de su carácter, que volvió locos a los que estuvieron con él. Era un escritor magnífico, y tuvo un magnífico editor, Maxwell E. Perkins, que reunía todos los valores canónicos de quien se dedica a ese oficio. En la película que está ahora en los cines, El editor de libros, parece que se idealizan esas cualidades, pero en realidad se enuncian a través de metáforas que es útil refrescar. Perkins se sorprende ante la escritura del autor nuevo, alcanza una fe ciega en su porvenir y se dispone a trabajar con él como si tuviera delante a la literatura misma. Como hacían Brancusi, Moore o Chillida con las piedras que tuvieron a su disposición, se dedicó a moldearlo hasta confundirse con su estilo y con su vida.

Por otra parte, Perkins creyó tanto en esa piedra ya perfilada que era Wolfe con 29 años que lo acompañó en una carrera que antes parecía destinada a las plumas negras del despilfarro y a las banalidades del alcohol. Cumplió con su deber: le advirtió de los excesos y trabajó con él, encerrado, como si estuviera viendo nacer un planeta. En el prólogo que Perkins hace a la edición de El ángel que nos mira, tras la muerte del novelista y antes de su propio fallecimiento, en 1947, explica que quizá no debió acortarle tanto los textos. Aunque, añade, esos cortes luego resucitaban vivísimos en las obras siguientes del impetuoso joven al que él había descubierto. Todas son metáforas del trabajo de un editor: paciencia, buen juicio, respeto por la escritura. La película pone de manifiesto esos valores, que muchas veces se olvidan o se desdeñan.

El autor no es un incordio, es el don principal de la literatura. En una ficción reciente, Musa (Anagrama), Jonathan Galassi, editor también, recoge una broma: “Editar sería maravilloso sin esos puñeteros autores”. Pero el legendario Mario Muchnik, tiene este título de su autobiografía editorial: Lo peor no son los autores. Peter Mayer, otra leyenda, dice que un editor es aquel capaz de advertir en medio de una multitud qué está queriendo leer la gente, identifica un título y encuentra al autor capaz de escribirlo.
Lo peor no son los autores, ni los editores, en absoluto. El caso de Perkins no es único en la historia, pero esta no es época para Perkins; la crisis editorial, y también de la lectura, así como los lugares comunes que persiguen a lo que debe y no debe ser una novela, han despeñado las posibilidades de los Perkins de hoy para convencer a sus autores de la importancia que tiene la escritura, su vigor y su lenguaje. La historia importa, pero sin lenguaje no hay escritura.

Lo que sorprendía de aquel Wolfe alocado que entraba con su baúl lleno de folios desordenados en Scribner’s era que estaba seguro del fracaso porque su literatura no iba a tener lectores. Lo que sorprende hoy de Perkins es que lo hubiera adoptado como si estuviera fundiéndose, sobre esa piedra que entonces era el joven Wolfe, una literatura. Ahora hay Perkins también, claro, pero los Wolfe no están muy seguros de mandarles sus manuscritos. Todos somos culpables de que nos echen para atrás, en los medios, en las editoriales, en el mundo que vivimos, libros que empiecen así: “…Una piedra, una hoja, una puerta ignota; de una piedra, una hoja, una puerta. Y de todas las caras olvidadas”.

Pues así empieza El ángel que nos mira. Y aquel hombre, Perkins, no pudo dejar de leer ese libro que parecía escrito por un loco para iluminar la cruda oscuridad. La vanguardia está herida de muerte, a no ser que la sociedad literaria empiece a romper lo que le amarra al entretenimiento como única manera de comunicar literatura. Depende de que se atrevan los escritores y de que los editores se atrevan con ellos.

Michael Grandage (director de obras de teatro como Don Carlos) dirige este drama biográfico que ha sido escrito por John Logan (El aviador). La película está protagonizada por Jude Law (Espías, El gran hotel Budapest) y Colin Firth (Bridget Jones’ Baby, Kingsman: Servicio secreto), y también cuenta en su reparto con Nicole Kidman (Secret in Their Eyes), Guy Pearce (Equals), Dominic West (Pride) y Vanessa Kirby (Everest).

 

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