Todas las fuerzas, todas la voluntades, ante la adversidad

 

Casi un centenar de personas, todas de humilde condición económica, ha perdido la vida en esta catástrofe provocada por los huaicos. La cifra de damnificados se eleva día a día para superar el estimado de cien mil personas. La violencia de estas avalanchas de lodo y piedra no tiene antecedentes en la historia del país. Esta nos relata que ni siquiera lo ocurrido en el lejano 1725 ha sido tan devastador como el de ahora, en cuanto a daños materiales. A su vez la ciencia nos explica que la gran intensidad de esta tragedia se debe al cambio climático y al temible y voluble “Fenómeno del Niño”.

No se ha dado la tragedia de lo ocurrido en 1970, en el Callejón de Huaylas, cuando al huaico se sumó un terremoto asesino e impredecible, que originó la muerte de 22 mil personas. Sin embargo, no se puede dejar de sentir dolor al tomar conocimiento que las lluvias ha terminado colapsando más de 11 mil viviendas y otras 13 mil han quedado inhabitables. Viviendas obra del sacrificio, del esfuerzo, de gente pobre, habitantes en su mayoría de barriadas y de quebradas, sin más fortuna que la ilusión de tener techo propio y, al mismo tiempo, con economía escasa y en extremo precaria.

Pero ¿porqué ésto? La explicación está a la mano: la naturaleza ha ido perdiendo, está sufriendo del despojo continuo y permanente de sus componentes de equilibrio y calentamiento. ¿Quién es el culpable? ¡Increíble! El propio hombre, que a fuerza de violar y explotar a la naturaleza, sin medida ni clemencia, está cavando su propia sepultura. Por eso ya no puede disfrutar del aire puro ni del agua cristalina. La irracionalidad de ese hombre perverso, avaro, codicioso, angurriento, está dando lugar a un suicida episodio de la vida humana, signado por la destrucción, contradictoriamente por acción torpe del animal más inteligente.

El Perú a lo largo de la faja costera y sobre todo ahora en el norte, se ve agredido por este fenómeno. También la región andina y ya llegan malas noticias desde la Amazonía. Son numerosos los pueblos afectados por los huaicos. Las lluvias siguen cayendo en forma copiosa en las cordilleras, las aguas turbulentas de los ríos desbordan el cauce madre, acabando con las carreteras y otros medios de comunicación, los puentes inclusive los de la capital de la república, se vienen abajo, las cosechas se están perdiendo y las programadas para después corren peligro de acabar igual.

En medio de este infierno, sin embargo, se ha observado algo notable. La reacción del pueblo, que en medio de la tragedia se ha puesto de pie. Son miles y miles de los más diversos lugares, los que tienen mucho, poco o casi nada, quienes se alientan entre sí, que se privan del pan diario, para entregárselo al compatriota urgido, que se privan de sus ropas para que las vistan aquellos que lo han perdido todo y que, además, voluntariamente se ponen a órdenes de las autoridades del gobierno central y de los organismos de emergencia, para ayudar en lo que se pueda, dejando de lado los comprensibles lamentos, mientras policías, soldados y bomberos hacen lo suyo con dedicación y sacrificio, en tanto la gente de prensa, acuden a los lugares en desgracia, para informar y crear un estado de conciencia colmado de fraternidad humana.

En medio de esto, no faltan, sin embargo, episodios ingratos, que nos muestran cómo la canalla se disfraza de ser humano. Me estoy refiriendo, entre otros que no son pocos, a dos personajes públicos. Uno de ellos, el congresista Victor Andrés García Belaunde, alias “Vitocho”, quejándose por la falta de agua en su vivienda en un barrio residencial de Lima, en lugar de llevar su voz de aliento y hasta fiscalizadora, que es su deber, para informarse porqué los reservorios del líquido tan vital, no funcionaban como correspondía. El otro, Keiko Sofía Fujimori, quien con más ánimo de ganar publicidad que hacer bien a la gente necesitada, convocó a la prensa para que la vieran llevando una motobomba, en vez de entregar tal maquinaria a las autoridades que tienen programado el mejor uso de ese tipo de artefacto. Prefirió sacar ventajas de la desgracia ajena, antes que practicar con nobleza una generosidad que es tal cuando no busca dividendos, aplausos ni recompensas.

Así es la miseria humana. Casos como los anotados son diversos. Inclusive se ha dado el hecho de quienes han tratado de ganar dinero fácil sacando provecho de la desgracia ajena, como ocurrió con una línea de aviación, la mayoría de las empresas de transporte público y hasta almacenes de alimentos, entre ellos uno denominado “Los dos chanchitos”, que será recordado en la memoria colectiva como un innombrable cochino.

Pero al margen de eso, es evidente que hay en nuestro país más gente buena que la otra. Por eso, sigamos dándole aliento a esa inmensa mayoría de peruanos que están luchando a brazo partido contra la adversidad, así como era en el antiguo ayni de la cultura incaica, donde la gente se ayudaba entre sí, sabiendo que unos y otros deben ser solidarios, verdaderos hermanos, más allá del color de la piel, de la situación económica y social, por encima de las creencias personales.

 

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