Tola y la eternidad

 

Un año de los 60, toda mi vida estuvo centrada en un libro, en unos cuantos personajes y en un profesor que abría y cerraba ese mundo, y no permitía que pasáramos de las primeras 30 páginas.

En la clase de literatura griega de San Marcos, el profesor Fernando Tola leía con nosotros, sus alumnos, “Agamenón”, la inmortal tragedia de Esquilo.

Nada nos parecía tan trascendente como esta tragedia escrita hace 2 mil 500 años. Luego de una década, se había terminado en Troya una verdadera guerra del mundo. Agamenón, rey de Argos, volvía victorioso a casa. Sin embargo, no sabía que Clitemnestra, su esposa, planeaba matarlo; ni que Egisto, el amante, se estaba ya probando la corona del reino griego.

Mientras las naves del rey traicionado se retrasaban en la mar, el Coro nos advertía que todo esto estaba a punto de ocurrir.

No sabíamos cuándo íbamos a conocer la verdadera suerte de Agamenón ni cuándo pasaríamos a Las Coéforas ni a Las Euménides, las otras obras de la trilogía.

Estuve a punto de no saberlo nunca porque un doloroso acontecimiento familiar me obligó a regresar a la Universidad de Trujillo.

El don de lenguas

Edgardo Rivera Martínez (2008) dijo que Tola tenía el don de lenguas. Se refería al hecho de que Tola había entregado su larga vida al “estudio de las culturas de Oriente y al cultivo de las lenguas del latín al pali y del griego al tibetano.” Además de ellos, los idiomas modernos con los que trabajó fueron el chino, el japonés, el inglés, el alemán, el italiano, el portugués y, por cierto, el castellano.

En Bruselas, Fernando Tola, de 15 años de edad y estudiante secundario, recibía clases de latín y griego antiguo. De pronto un hombre misterioso que luego desaparecería le entregó un libro escrito a mano y contenía una gramática del sánscrito. Sin embargo, Tola tuvo que estudiar ese idioma solo puesto que su maestro se había hecho invisible.

Tiempo después en el Perú, como profesor de San Marcos fundó el Instituto de Lenguas y Culturas Orientales para introducir en los misterios del mundo antiguo a estudiantes peruanos y extranjeros que venían en busca de un gurú. Con ellos llegó Carmen Dragonetti, una filóloga argentina, quien se convertiría en su esposa, en su colaboradora y en una investigadora tan tenaz como él.

¿Por qué es tan importante este genio peruano? En la India, lo es porque ha descifrado y traducido los libros sagrados budistas e hinduistas. Como lo indica su discípulo Camilo Torres, para afrontar esa tarea descomunal tuvo que manejar con soltura el sánscrito, el pali y el hindi.

“Sin embargo, muchos textos sagrados antiguos se han perdido en su forma original y solo sobreviven en otras lenguas, así que el heroico investigador debió aprender además chino, tibetano, japonés y persa antiguo, pues en estas lenguas se han conservado traducciones arcaicas de las obras indias desaparecidas.”

La eternidad de Tola

Sin mi asombroso maestro que aparecía tan pronto en la India como en Buenos Aires o en algún rincón de Europa, tuve que leerme solo toda la Orestíada y el resto de tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides así como entender los movimientos pasionales de sus personajes y los caprichos de los dioses.

Como todos recordarán, Orestes vengará a su padre, pero será perseguido por las furias. Al final se presentará en Atenas ante el tribunal que debe juzgarlo. Nunca entendí lo que pasó después.

El año pasado, cuando tenía 101 años, entrevistaron al sabio. En el video -que está en YouTube- el Dr. Tola luce tan joven y despierto que apenas parece el hermano mayor de su sobrino nieto, el escritor Raúl Tola. Debe de ser por eso que cuando Raúl me estaba entrevistando en la televisión sobre alguno de mis libros, se me ocurrió preguntarle por el destino de Orestes y el veredicto del tribunal de Atenas.

-¡Cómo! ¿Qué dices?- me preguntó. Y yo cambié la conversación.

 

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