Urgencia de nuevos caminos para una democracia real

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Existen abiertas posibilidades para que los futuros representantes de las agrupaciones políticas que lograron pasar la valla electoral, en los recientes comicios, tiendan puentes que los lleve hacia el diálogo que tanto se necesita en estos instantes, que bien se podría calificar de dramáticos, para el futuro inmediato de la política nacional.

No estamos exagerando. Si bien es cierto que la ciudadanía concurrió en forma masiva a la justa del pasado 26 de enero, para expresar la decisión de conformar un parlamento, completamente distinto al que constitucionalmente no había otra opción que disolverlo, también es verdad que ese electorado asistió con la esperanza de encontrar personas calificadas y que con su accionar diario, se conviertan en sus dignos representantes.

La ronda de diálogo comenzaría con la presencia de los máximos representantes del Poder Ejecutivo. Es lo más lógico. Por lo pronto el presidente del Consejo de Ministros, Vicente Zeballos, ha citado que una de las prioridades del Poder Legislativo debe ser la ampliación del plazo para modificar las normas electorales. ¿Con qué propósito? El tiempo vuela y Zeballos es del parecer que las reformas pendientes se apliquen  en los comicios del 2021 y, de esa manera, terminar con una legislación que eclipsa parcialmente la participación ciudadana en la selección de quienes deben estar en condiciones óptimas de recibir la encargatura de  ir a un Congreso, en donde deben estar las personas más calificadas para la delicada función parlamentaria.

Una opinión personal me lleva a pensar que la actual democracia con ropaje neoliberal, con todos los cambios que se le quieran hacer para que sea real, será menos frágil, pero frágil al fin y al cabo. No tendrá las características, por ejemplo, de una democracia participativa. Y esto se debe a que nuestra nación vive una crisis en tal sentido y no encuentra, por la escasez de talento e inteligencia, el encuentro de nuevos caminos democráticos adecuados a la realidad de nuestro tiempo.

No se trata, de ninguna manera, de eliminar o sustituir el sistema político democrático, toda vez que este constituye una de las conquistas históricamente irreversibles de la conciencia humana. Aquí no debe haber lugar para repetir los comportamientos fascistoides ni totalitaristas. Esas experiencias van en contra de una colectividad humana como la nuestra que aspira a una sociedad más humana, más civilizada y que responda a la convocatoria que está inscrita en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Tampoco se trata de volver a fórmulas o modelos históricos de democracia experimentados en el pasado y que ya demostraron, con saciedad, la incapacidad de satisfacer los nuevos anhelos de la población o de resolver los actuales problemas básicos de una población que sufre las consecuencias de políticas económicas equivocadas.

La importancia de contar con una ley electoral que permita un proceso democrático verdadero, cobra trascendencia ante el advenimiento de un nuevo Congreso, en su mayoría conformado por rostros nuevos, quizás libres de cualquier señalamiento nocivo. Ojalá y nada más que ojalá. Decimos esto porque las nuevas condiciones de vida colectiva exigen nuevas soluciones. La historia de ayer ya fue escrita y no vuelve atrás. Capas cada vez más amplias de la población, toman conciencia del carácter meramente formal y aparente de antiguas formas democráticas, en que la participación del pueblo es más simbólica que real. Del mismo modo, la nación ha tomado conciencia, con presencia de una juventud más ilustrada, que los regímenes no democráticos son incapaces de resolver,  en forma estable y permanente, los problemas fundamentales del país y de su población. Por eso, insisto, la enorme responsabilidad que tendrán quienes van a estar en el Congreso durante casi año y medio. Ni el populismo, ni la demagogia, les servirá para justificar su presencia parlamentaria. Eso no sirve para nada. Ahora es menester que encuentren nuevos caminos dentro de la vida democrática, escuchando la palabra reflexiva de las nuevas generaciones de personas pensantes y de estudiosos de la ciencia política, que pueden aportar un nuevo modelo electoral, que responda  a la urgente necesidad de vivir en una democracia real y efectiva, humanista por donde se le quiera observar.

 

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