¿Y si empezamos por algo más sencillo?

 

El problema es palpable: la enorme violencia contra la mujer en el país. A diario nos llevamos alguna desagradable sorpresa ligada al tema: hombres que toman a las mujeres como sus posesiones y, en esa medida, se sienten con el pleno derecho de utilizarlas, agredirlas y hasta matarlas, por motivos diversos. Todos injustificados, por cierto.

No se puede tolerar la violencia de ningún tipo contra la mujer, peor aún en sus manifestaciones más extremas: violaciones, maltrato físico y mental y hasta asesinato. Si bien es cierto que la solución escapa a lo que puede realizar el ciudadano de a pie y que las autoridades deberían adoptar medidas urgentes para frenar estos delitos, también se hace necesario cambiar la mentalidad de todos los peruanos, muchos de los cuales no parecen ser conscientes de la magnitud del problema.

Podemos dar un primer paso empezando a hablar de equidad, pero es imposible pedir la igualdad entre hombres y mujeres si no partimos de pensamientos y acciones cotidianos. Es lo que está a nuestro alcance y con lo que podemos iniciar los anhelados y necesarios cambios.

Modifiquemos nuestra manera de hablar y no me refiero con eso al uso lenguaje denominado “inclusivo” y que, muchas veces, es confuso. En lugar de decir “ellos y ellas”, “todos y todas” y similares, ¿por qué no empezamos por dejar de relacionar la valentía y el coraje solo con lo masculino? Hace poco leí que Inés Melchor era tan buena deportista porque es “bien macha”. También se escucha decir, con frecuencia, que una mujer valiente es una que “tiene huevos”. La verdad, no creo que una mujer necesite cambiar su anatomía para lograr sus objetivos.

Busquemos, también, una mayor equidad en los centros laborales. Son frecuentes las historias sobre el acoso que reciben muchas mujeres, incluyendo la “necesidad” de soportar chistes machistas o las actitudes donjuanescas de sus jefes o pares. Pero hay otro tipo de agresiones más solapadas, como la diferencia de salarios y oportunidades entre mujeres y hombres que realizan el mismo tipo de labores. No dejan de llamar la atención las empresas en cuyos cargos directivos no hay mujeres, en lo que perecería ser una versión adulta del “Club de Tobi” (*). Éstos son problemas que se dan no solo en el Perú pero, no por eso, es menos urgente su solución.

Si queremos una sociedad más equitativa, dejemos de pensar que el rosado es para las niñas y el celeste, para los niños. Dejemos de preocuparnos si una niña siente atracción por la mecánica o a un niño le gusta la cocina. Evitemos los estereotipos de género y vivamos más concentrados en formar mejores seres humanos; hagámoslo en nuestros diversos roles, de padres, educadores y comunicadores.

Y es que los medios de comunicación influyen de un modo significativo en la forma como las personas ven y entienden el mundo. Por tanto, es de enorme responsabilidad la emisión de ciertos mensajes, que son aceptados sin mayor análisis. Entre ellos está cosificar a la mujer, es decir, hacerla ver como un simple objeto de deseo y placer de la audiencia masculina. Hay muchos ejemplos por citar en los medios locales: un programa de televisión para adolescentes, en el que la respuesta a una pregunta hace que la modelo deba sacarse una prenda de vestir; periódicos con fotos de mujeres en paños menores o desnudas; la machista campaña con la que una compañía de telefonía móvil pretende ingresar al país, justificándose con un argumento tan pobre como “Así somos, pues”; un programa de automovilismo que presenta a “las diablitas” y otro de cocina en el que se afirma que con determinado plato “no hay mujer que se te resista” (dicho en términos bastante vulgares), con lo que se da a entender que las mujeres somos seres sin capacidad de decisión ni voluntad; además, tampoco tendríamos buen gusto, si vemos la facha, la falta de carisma y el bajo nivel intelectual del conductor del programa. Lamentablemente, hay muchos más ejemplos, con solo voltear la cara, como las frases sexistas de quienes comentaron por televisión los Juegos Olímpicos.

El cine no siempre refleja una adecuada imagen de la mujer. Desde personajes unidimensionales y mal delineados, hasta versiones de mujeres que parecen infantes por sus objetivos y reacciones. Curiosamente, la literatura y el cine que tienen personajes femeninos bien caracterizados son encasillados como “literatura femenina” o “cine de mujeres”, negando la característica humana a lo femenino. Es decir, lo humano se asocia únicamente a lo masculino y lo femenino es considerado como algo de otro mundo o de un universo paralelo.

Sin duda hay avances en el ejercicio de los derechos de la mujer, si lo comparamos con la situación del siglo pasado, pero aún falta mucho por hacer para poder hablar de una equidad entre los géneros.

¿Y si empezamos por lo cotidiano?, ¿si dejamos de aceptar los chistes misóginos e, incluso, llamamos la atención a quienes los cuentan?, ¿si dejamos de consumir productos que hacen publicidad cosificando a las mujeres o relegándonos siempre a roles secundarios?, ¿si pedimos, en espacios públicos, que apaguen las canciones con letras que nos denigran? Empecemos a decir “no” a las ofensas. No se necesita ser mujer para estar en contra de las agresiones a las mujeres. Tampoco se trata de que los hombres nos vean como sus madres, hermanas o hijas para que haya empatía con nosotras. Todos podemos defender los derechos de las mujeres simplemente porque son derechos humanos.

El camino es largo, pero está en nuestras manos dar los primeros pasos.

(*) Tobi, personaje de la historieta La pequeña Lulú, es un niño que se reúne con otros en una pequeña cabaña, considerada por ellos como su club. En la puerta hay un cartel que indica “No se admiten mujeres”.

 

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