Historias de la infancia de famosos que marcaron sus vidas

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Niñez, divino tesoro. El mundo de la creatividad ha dado infinidad de simpáticas y curiosas anécdotas protagonizadas por famosos que ocurrieron en la etapa de su niñez y que definieron por completo en lo que se convertirían para el mundo y la posteridad. Esta vez le alcanzamos diez historias para su completo agrado.

Julio Verne y su imaginación para escribir

Con ocho años, Julio Verne (foto) asistía en París a la escuela de madame Sambain, la viuda de un marino que le contaba anécdotas de los viajes que realizó con su esposo. Aquellos relatos despertaron su pasión por la aventura. Así, el escritor contó en su autobiografía, Recuerdos de infancia y juventud, que cuando su padre le mandó interno a un colegio,trató de fugarse. Hizo una cuerda con sábanas y se descolgó por la ventana, pero fue sorprendido por un jardinero. Charles-Noël Martin relata en su libro La obra y la vida de Julio Verne que el muchacho realizó un segundo intento de fuga con once años. Pretendía llegar a Marsella y embarcar rumbo a las Antillas para conseguir un collar de perlas y regalárselo a su prima, de la que estaba enamorado. Por esa aventura se ganó una paliza de su padre, quien le hizo prometer que desde ese día solo viajaría con la imaginación.

Al Capone le escupe en la cara a profesor y es expulsado

El pequeño Alphonse ya apuntaba maneras desde su más tierna infancia, porque con solo doce años fue expulsado de su escuela en Nueva York por escupirle en la cara a un profesor. Nunca volvió a pisar un colegio, y para que no perdiera el tiempo holgazaneando en las calles, sus padres le buscaron un trabajo en una tienda de dulces. Allí, según la biografía escrita por John Kobler, se hizo amigo de Johnnie Torrio, un magnate que controlaba las pandillas juveniles del barrio del Bronx. “Para un chico como Capone, que era tan duro y espabilado pese a su corta edad, las bandas suponían la vía de escape más rápida a una vida de privaciones y trabajo duro”, escribió Ko­bler. “Al, como otros muchos chicos, ejercía de correo, recogiendo para los gánsters las recaudaciones de las salas de juego. Además, él y sus nuevos compañeros se peleaban, fumaban y bebían.

James Ellroy y su novela La Dalia Negra

Las obsesiones literarias de muchísimos escritores están enraizadas en su infancia. James Ellroy vivió una de las peores experiencias que se pueden sufrir en la niñez: con diez años estaba pasando unos días en casa de unos familiares cuando recibió la noticia de que su madre, que se dedicaba a la prostitución, había sido asesinada. El crimen nunca se resolvió, y Ellroy lo recreó en su novela La dalia negra.

Tolkien famoso tras picarle una tarántula

Curiosamente, J.R.R. Tolkien, autor de El Señor de los anillos, descubrió su pasión por los mundos fantásticos a los seis años, después de picarle una tarántula que le dejó al borde de la muerte.

El futuro escritor pasó su convalecencia leyendo una enciclopedia sobre criaturas mitológicas, que años después formarían su universo literario.

Woody Allen boxeando gana trofeo

Resulta difícil imaginar a Woody Allen en un ring, pero tal y como apunta en el libro Conversaciones con Woody Allen, de Eric Lax, en su infancia reveló inesperadas habilidades pugilísticas. Durante su niñez tuvo que soportar las burlas de otros congéneres, y que le llamaran despectivamente Red por su cabello pelirrojo: “Un día que iba a clase de violín, un energúmeno me gritó: ‘¡Eh, Red!’ Yo me encaré con él y le dije: ‘Mi nombre no es Red, ¿te enteras, pedazo de mula?’ Los médicos tuvieron que sacarme el violín del esófago. Menos mal que no estudiaba violonchelo”. La anécdota, evidentemente, está exagerada, pero tras aquel suceso, Woody comenzó a practicar boxeo: “Llegué incluso a competir, y hasta gané un trofeo escolar”, cuenta Allen.

Profesores creían que Thomas Alva Edison tenía inteligencia limitada

Nadie en su escuela habría dicho que Thomas Alva Edison iba a convertirse en uno de los grandes genios del siglo XX. De hecho, sus profesores creían que el muchacho tenía una inteligencia limitada, ya que le costaba asimilar sus enseñanzas. Pero su único problema real era una incipiente sordera provocada por la escarlatina.

El hecho que cambió su vida se produjo en 1862, cuando tenía doce años. Como relata W.E. Wise en su libro Edison, the youth and his times, salvó la vida del hijo del jefe de estación de policía de su ciudad. Edison vio como el niño, que jugaba en las vías, iba a ser arrollado por un tren y se lanzó sobre él, le tiró y le cubrió con su cuerpo mientras el tren pasaba a escasos milímetros de ellos. Por aquella hazaña, el chico fue recompensado con un curso de telegrafía que fue el principio de su carrera como inventor.

Steven Spielberg odiaba las matemáticas

“Mi padre me explicaba que dividir tres entre cuatro era imposible, y yo le decía: “Claro, porque no se puede poner el tres en el agujerito del cuatro”, relató el director de Tiburón en un artículo biográfico. En cambio, su pasión eran los trenes de juguete. Pasaba horas haciéndolos chocar.

Por eso, su padre, harto de su malas notas, le amenazó con tirarlos a la basura. “Me asustaba tanto no verlos más”, recuerda, “que cogí el tomavistas de mi madre y los grabé mientras chocaban por última vez”. Al mirar aquellas imágenes descubrí una nueva pasión”. Así nació una leyenda del cine.

El millonario Bin Laden

Nadie habría dicho, viendo su infancia, que Bin Laden llegaría a ser el enemigo público número uno. Tuvo una niñez dorada, ya que su padre era un poderoso constructor que tuvo 54 hijos. Cuentan sus biógrafos que Osama era un niño despierto que se convirtió en uno de los favoritos de su progenitor al compartir con él su amor por el desierto. Por eso, Bin Laden y otros seis hermanos le acompañaban en largas acampadas, en las que aprendían a cabalgar y a manejar armas de fuego. Su padre falleció cuando él tenía once años, y le dejó en herencia una fortuna que variaba, según las fuentes, entre 80 y 300 millones de dólares.

Quentin Tarantino y su afición por la violencia

El gusto por la violencia de Quentin Tarantino se manifestó en su más tierna edad, porque con cuatro años liquidó a su primera víctima: un pez. “Lo saqué de la pecera, lo tiré al suelo y lo pisé”, relató en una entrevista concedida a EFE durante su visita a España en el 2003. “Pero no quiero que nadie piense que era un niño sádico, ni cosas por el estilo. No me di cuenta de lo que había hecho hasta que el pobre bicho ya estaba reventado”. Igualmente, su madre, Connie, se sorprendía de que cada vez que el crío jugaba con sus soldaditos, de su boca salía una retahíla de maledicencias digna de una taberna. Cuando ella le reprendía, él respondía: “No soy yo quien dice esas cosas, mamá. Son los personajes, que hablan así”. Paralelamente, en el colegio, Quentin destacó por ser negado para todas las materias. “Yo era ese niño tonto al que le cuesta seguir a sus compañeros”, confesó el director de cine.

Einstein: Su pasión por la ciencia empezó a los 6 años

Albert Einstein nació con una cabeza tan grande que su madre pensó que había alumbrado un bebé deforme. Temores infundados, ya que, al desarrollarse, la cabeza del niño adquirió un volumen normal. En cambio, varios biógrafos creen que el científico sufrió alguna especie de autismo, ya que no habló con fluidez hasta los cinco años.

El historiador Otto Neugenbauer cuenta que su pasión por la ciencia se despertó a los seis años, cuando estaba convaleciente de una enfermedad. Su padre le regaló una brújula y el chico, fascinado al ver cómo la aguja siempre señalaba al mismo punto por mucho que la moviera, no paró hasta comprender su funcionamiento.

Fuente: lataringa.pe