Jaime Bayly: El encuentro de mi madre Dorita y Gareca con el Papa Francisco

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Gracias a los buenos oficios del Cardenal peruano Juan Luis Cipriani, mi madre Dorita y el entrenador de la selección peruana de fútbol, Ricardo Gareca, fueron citados un domingo por la mañana, muy temprano, en el Palacio Arzobispal de Lima, para reunirse con el Papa Francisco, quien estaba de visita en la ciudad.

Dorita era íntima amiga de Cipriani de toda la vida, ambos pertenecían al Opus Dei, y pensó que su audiencia con el Papa sería a solas. A su turno, Gareca, no siendo amigo de Cipriani, pero habiéndose convertido en un héroe para los peruanos, y me incluyo, por conseguir lo que parecía imposible, clasificar al mundial de fútbol, y a sabiendas de que al Papa, hincha de San Lorenzo, le gustaba el fútbol, no dudó en pedir una cita con el Sumo Pontífice, y cuando le dijeron que Su Santidad había expresado su deseo de conocerlo, pensó, como Dorita, que se verían ellos dos en privado, sin presencia de nadie más.

Lo que Dorita y Gareca no sabían es que el Papa Francisco, corto de tiempo, se reuniría con ambos a la vez.

Dorita y Gareca llegaron de madrugada al Palacio Arzobispal. El Cardenal Cipriani los saludó con afecto, los presentó mutuamente y les dijo que el Papa no tenía tiempo de concederles una reunión privada a cada uno y que, en consecuencia, la audiencia sería entre los tres, pues Cipriani no estaría presente, debido a que tenía que cuidar los detalles de la agenda papal.

Dorita lucía espléndida, dichosa, en éxtasis, vistiendo sus mejores galas. Muchos años atrás había conocido al Papa polaco Juan Pablo II y ahora se le concedería la ilusión de conversar con el Papa argentino Francisco I. Gareca, el pelo indómito y despeinado dándole un aire de muchachón rebelde, bastante más alto que Dorita, vestía traje oscuro y corbata negra, y lucía una sonrisa invicta y merecida, la sonrisa del triunfador, del que se sabía querido y reverenciado por el pueblo al que vino a servir, jugándose con audacia su credibilidad.

Su Santidad solo podrá verlos quince minutos, no más –les informó el Cardenal Cipriani.

-No hay problema –dijo Gareca.

-¿Quince minutitos nada más, Juan Luis? –se quejó, en tono risueño, Dorita-. No te hagas ilusiones. Yo no me separo del Papa. Me regreso con él en su avión al Vaticano.

Tan pronto como les informaron de que el Papa estaba listo para recibirlos, Cipriani les presentó al Sumo Pontífice. Dorita se inclinó, hizo una reverencia protocolar y besó el anillo de Francisco, mientras el Cardenal decía:

-La señora Dorita Lerner viuda de Barclays.

-Mucho gusto, señora Dorita –dijo Francisco.

Luego Cipriani anunció:

-El señor Ricardo Gareca, entrenador de la selección peruana de fútbol.

Espigado y con una frondosa hojarasca capilar, envidia de los calvos y enanos de este mundo, Gareca estrechó la mano cálida de Su Santidad, quien le dijo:

-Felicitaciones, Ricardo. Qué gran triunfo el tuyo.

Enseguida Cipriani se retiró y cerró la puerta. Siguiendo las indicaciones del Papa, Dorita y Gareca se sentaron donde les señaló Francisco, quien, sin perder tiempo, le dijo a Dorita:

-Lamento mucho su viudez, señora. ¿Ocurrió recientemente?

Dorita, en pleno dominio de las circunstancias, sin dejarse intimidar por la presencia del Papa argentino, segura de que haría buenas migas con él, respondió:

-No lo lamente tanto, Francisco. Mi marido murió hace muchos años. Y es una de las mejores cosas que me han pasado en la vida. Fue una liberación para mí.

El Papa arqueó las cejas, abrió los ojos y se permitió una risa franca y sorprendida. Gareca miró con arrobo a esa señora tan hermosa y segura de sí misma que parecía amiga del Papa de toda la vida.

-Felicitaciones, querido Ricardo, por la clasificación al mundial –dijo Francisco.

-Gracias, Su Santidad –dijo Gareca, con una gran sonrisa.

-Rezaremos para que al Perú le vaya bien en Rusia –dijo Francisco.

-Te felicito, Gareca –dijo Dorita-. Jugaste muy bien contra Nueva Zelandia.

No dijo “Nueva Zelanda”, dijo “Nueva Zelandia”, pero ninguno consideró atinado corregirla. Gareca no quiso aclararle a Dorita que él no había jugado, pues era el entrenador.

-Ojalá le metas tres goles a Rusia –dijo Dorita.

-Ojalá, señora –dijo Gareca.

Entonces el Papa se dirigió a esa señora tan estupenda que parecía la Reina de Lima y le preguntó:

-¿Y usted a qué se dedica, Dorita querida?

-Soy madre de once hijos –dijo Dorita-. Uno falleció de chiquito.

-Cuánto lo siento –dijo Gareca.

-Una familia numerosa, ¡qué lindo! –comentó el Papa, siempre rescatando lo mejor de la gente.

Luego Dorita consideró que era el momento de decirle a Su Santidad quién era ella principalmente:

-Soy la mamá de Jaime Baylys.

El Papa se quedó perplejo. Miró a Gareca, como pidiéndole una pista. El entrenador le devolvió una mirada de estupor.

-Perdone mi mala memoria, Dorita, pero ¿quién es Jaime Baylys? –preguntó el Papa.

Dorita pensó que el Papa estaba bromeando y se rió a sus anchas.

-Mi hijo Jaime Baylys es el peruano más famoso en todo el mundo –dijo.

El Papa sonreía amablemente y sin embargo su mirada delataba que no parecía recordar quién era el tal Baylys. Gareca tampoco ataba cabos.

-Mi hijo Jaime Baylys es amigo de Trump –añadió Dorita.

El Papa congeló su sonrisa y miró con leve desconfianza.

-Y va a ser el próximo presidente del Perú.

Gareca se arriesgó:

-Su hijo ¿es el del flequillo, el que hace entrevistas en televisión?

-¡Ese, ese! –se alegró Dorita-. El famoso, el de la televisión. ¡Es amigo de Trump, comen juntos en la Casa Blanca!

El Papa se apiadó de Dorita y dijo:

-Ya lo recuerdo, claro. Me parece haberlo visto alguna vez en la televisión argentina, haciendo sus entrevistas. El del flequillo, claro. Se peina como se peinaba Carlitos Balá, que en paz descanse.

-Carlitos Balá no ha fallecido, Su Santidad –observó Gareca.

-Yo le digo a mi hijo Jaime que se corte el pelo como hombre y que deje de usar ese cerquillo ridículo, pero no me hace caso, Santidad –se quejó Dorita.

-Rezaré por su hijo –prometió el Papa.

-¿Pero ya no sale en televisión, verdad? –se interesó Gareca.

-No sale en la televisión peruana porque el presidente PPK lo ha censurado –dijo Dorita-. Pero es famoso en Estados Unidos. Tiene un tremendo programa. Y es amigo de Trump.

-Su hijo, ¿no es el que publicó el libro “No se lo digas a nadie”? –preguntó Gareca.

-No, mi hijo no escribió ese libro, estás confundido, Gareca –dijo Dorita, mintiendo sin culpa, con aplomo.

Luego se dirigió al Papa:

-Mi hijo era muy devoto, pero se ha vuelto medio ateo. Le ruego, Papa Francisco, que me haga el milagro de hacerlo creyente otra vez.

-Rezaremos por él –prometió el Papa.

Luego Francisco le preguntó a Gareca:

-¿Qué rivales te han tocado en Rusia?

-Dinamarca, Francia y Australia –respondió el entrenador.

-¿Cuál es el más difícil? –preguntó el Papa.

-Rusia –dijo Dorita.

-Francia –dijo Gareca.

Dorita interrumpió al Papa y preguntó:

Gareca, ¿tú juegas así con ese pelazo? ¿Puedes ver la pelota con tremenda melena?

El Papa y Gareca soltaron una carcajada.

-Yo ya no juego, señora. Pero cuando jugaba, siempre me gustó usar el pelo largo.

-Igualito que mi Jaime Baylys –dijo Dorita, como hablando consigo misma.

El Papa parecía encantado de conocer a esa señora tan curiosa y estimable, y por eso le preguntó:

-Y además de ser madre, ¿qué otras cosas hace, querida Dorita?

-Cuido mucho mi salud, Francisco. Hago terapia todos los días. Tres horas de terapia. Y estoy haciendo un tratamiento buenísimo. Se llama tratamiento orto-molecular.

El Papa y Gareca se miraron sorprendidos y reprimieron las risas.

-Me inyectan oxígeno puro por la vía rectal. Es para regenerar mis órganos. Se lo recomiendo, Papa Francisco. Si quiere, le doy los datos de mi terapista Martina.

-¿Trabaja acá en Lima? –se interesó el Papa.

-Sí, pero ahora está presa –dijo Dorita-. Tiene una clínica regia, lástima que no tenía licencia.

El Papa quedó mudo. Gareca no atinó a comentar nada.

-¿Y qué les parece el actual presidente que tiene Perú? –preguntó el Papa.

Gareca, prudente, guardó silencio. Dorita no se cortó:

-Pésimo, pésimo. Tremendo coimero. Lo conozco mucho porque antes venía a los directorios de mi empresa minera. Tremendo coimero el PPK.

-Es una lástima la corrupción que hay entre los políticos latinoamericanos –observó Francisco.

-Una pena, sí –dijo Gareca.

-Por eso mi hijo tiene que ser presidente –terció Dorita-. Mi Jaimín tiene un montón de plata, Santidad. No necesita robar.

-Qué bueno –dijo el Papa.

En ese momento entró Cipriani y dijo que la audiencia tenía que ir terminando. Se retiró enseguida. El Papa se puso de pie y le dijo a Gareca:

-Mucha suerte en el mundial, Ricardo.

Su Santidad, le ruego que me dé su bendición –pidió Gareca.

El Papa no vaciló en bendecirlo y le dijo:

-Rezaré por ti. Rezaré por la selección peruana.

Luego se dirigió a Dorita:

-Por favor hágale llegar mis saludos a su hijo, el del flequillo.

-Así le diré –dijo Dorita.

Luego se puso de rodillas, contrita, y dijo:

-Por favor, su bendición, Sicario de Cristo.

Dorita estaba tan exhausta, pues no había dormido la noche anterior, que dijo “Sicario de Cristo”, en lugar de “Vicario de Cristo”, pero nadie la corrigió. El Papa la bendijo. Dorita se puso de pie, besó el anillo papal y dijo:

-Papa Francisco, Gareca, los invito a comer esta noche a Rafael, el restaurante de mi sobrino. ¡Se come riquísimo!

(Texto publicado en el blog El Francotirador de Jaime Bayly)

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