El Corriere della Sera entrevista a Jorge Chávez en el hospital después de su trágico accidente

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El viernes 23 de septiembre de 1910, producido el accidente mientras aterrizaba, después de haber vencido a los Alpes, Jorge Chávez es rescatado de entre los restos de su Bleriot, que yacían en el campo de Domodossola.

Luigi Barzini, enviado especial del Corriere della Sera de Milán para cubrir la Travesía del Cruce de los Alpes, logró la última entrevista a Jorge Chávez en el Hospital de San Biagio, el 24 de septiembre de 1910, un día después de ocurrido su trágico accidente. El histórico diálogo fue publicado en las páginas del diario italiano.

…Hay silencio en el cuarto del hospital donde se encuentra Jorge Chávez.

Luego él mirando a sus amigos Arthur Duray y Joseph Christiaens preguntó: “¿Y los demás?”

Barzini: “¿Los demás?… ¿Quiénes?”

Chávez: “Los otros aviadores. Weymann…”.

Barzini: “Weymann y Farman han salido de Briga esta mañana y se han dirigido a Milán”.

Chávez: “¡Ah!… Yo creía… es un día tan lindo hoy…”

Barzini: “Quédese tranquilo. Ha vencido usted, sólo usted”.

Chávez: “Ha sido duro. No he pasado el Monscera… ¿Sabe? ¿Lo sabe usted?”

Barzini: “Pienso que iba usted demasiado bajo para superar el Monscera”.

Chávez: “Nada de eso. Hubiese podido perfectamente elevarme mucho más… Pero no me he atrevido, no me he atrevido. ¿Se acuerda usted qué vientos teníamos el lunes, cuando tuve problemas en el valle de la Saltina? Pues, ese mismo viento repentino y traicionero…”

Barzini: “¿Lo agarró de costado?”

Chávez: “No, soplaba en todas direcciones… venía por ráfagas, subía, bajaba, formaba torbellinos…”

Barzini: “¿En qué punto del recorrido lo ha agarrado?”

Chávez: “Cuando he comenzado a subir, había una quietud perfecta… He llegado de lo más bien hasta el paso del Simplón… El día era tan claro que he podido ver perfectamente el hotel. Proseguí, pues, con plena confianza, enfilando al valle del Krammbach… ¿Se acuerda?… Ese valle que bajamos juntos por la mañana con Paulhan…”

Barzini: “Perfectamente”.

Chávez: “He bajado un poco para cubrirme del viento del este…”

Barzini: “Lo hemos visto”.

Chávez: “¡Ah! ¿Eran ustedes? He visto un auto que corría…”

Barzini “¿Sintió nuestros gritos?”

Chávez: “No… Pues bien, bajé un poco. Tuve apenas unos golpecitos de viento. Temía algo más serio después de lo que había visto en la mañana. La quietud me siguió acompañando hasta el paso del Furgenn, aquel valle alto que se ve desde la aldea del Simplón”.

Barzini: “Es el comienzo del paso del Monscera”.

Chávez: “Precisamente… Estaba decidido a pasar por ahí. Conocía perfectamente la ruta. Había subido dos veces la punta del Pioltone y retenía en mi memoria todos los pasos… Al llegar al Furgenn creía que lo más difícil de la travesía había sido hecho. Pero un primer chiflón de viento me golpea mientras paso sobre el camino… donde hace las últimas vueltas sobre el valle antes de dirigirse hacia Gondo… ¿Me sigue usted?”

Barzini: “Veo el lugar. ¿Estaba usted muy alto en ese punto?”

Chávez: “Más de mil metros. Lo veía como una cintita blanca enredada… Hasta ese momento había volado con dirección al sur. Desde ahí me dirigí hacia el sureste… Pero tan pronto como me encontré en el paso de Furgenn, entre el Seehorn a la izquierda y el Tschaggmatorn a la derecha, me sentí repentinamente agarrado por el viento… Eran verdaderos golpes de martillo, imprevistos, por aquí, por allá, arriba, abajo… Un infierno. Me parecía rebotar como una pelota. Hacía saltos de cincuenta y sesenta metros. ¡Ah! Si el barómetro hubiese podido registrar todo eso, vería usted qué clase de zigzags marcaría. El viento me aventaba de golpe hacia la tierra y un instante después me agarraba otra vez para arrojarme contra el cielo… Es ahí donde he cansado el aparato. Sentía que el viento me llevaba y me parecía que el aeroplano tuviese que escapárseme de repente. Yo movía los equilibradores, procuraba dar vueltas, salir de esos torbellinos… Era una lucha tremenda y porfiada…”

Barzini: “¿Se asustó usted?”

Chávez: “No”.

Barzini: “¿Y no le impresionó la visión de la montaña y de sus abismos?”

Chávez: “No. No pensaba en eso… No miraba abajo… No tenía mirada más que para lo que tenía enfrente de mí, solo pensaba que a unos cinco kilómetros de distancia estaba el paso del Monscera, alto, abrupto y presentía que no lograría volar por ahí… los vientos lo barrían, penetraban en él… A mi izquierda se abría el valle de Zwischberger que comunica con el Gondo. Es un estrecho desfiladero entre montañas cortadas a pico, encerrado entre el Seehorn y el Pioltone, más feo y más estrecho que el Gondo. Se le ve pasando por el camino. Y me he metido en él… No podía escoger. Tenía que decidirme en seguir… o aterrizar entre las rocas…”

Barzini: “¿A qué altura volaba usted?”

Chávez: “Por encima de los dos mil metros, a dos mil cien tal vez… He dado vueltas en torno al Seehorn y luego penetré en el desfiladero. Tres minutos después, tres largos e interminables minutos, le aseguro, estaba a espaldas del Pioltone y seguía el valle, un poco debajo de las cimas… El viento soplaba bastante fuerte, lo tenía a mis espaldas. Volaba velozmente, tal vez a más de cien kilómetros por hora. Sentía algunas sacudidas, las ráfagas de viento me llevaban como una tabla en un mar tempestuoso, pero los saltos eran menores que los anteriores… He recorrido en esa forma unos siete u ocho kilómetros hasta donde el valle se ensancha. Distinguí entonces, abajo y a mi izquierda, al otro lado del valle, la aldea de Varzo. Calculo que estaba a unos mil quinientos metros sobre ella. Las alturas sobre la otra orilla me han parecido más fáciles de sobrevolar y me he dirigido sobre el Varzo, disminuyendo mi altura a quinientos metros aproximadamente, alternando el vuelo planeado con algunos “reprises” (golpes) de motor… Y he hecho bien, porque he encontrado una zona más tranquila. Después de Varzo, he volado siempre sobre la orilla izquierda… He visto a lo lejos el valle de Ossola. Era el final. Llegué allí en un suspiro… Pasé sobre Domodossola, bajando cada vez más. He distinguido el campo de aterrizaje, mucha gente, una gran cruz blanca sobre el grass, la señal de aterrizaje. Luego… luego, usted sabe lo demas”.

Barzini: “No. Cuénteme hasta el final”.

Chávez: “No sé. Bajaba muy bien, bajaba regularmente, un poco en vuelo planeado y un poco con la ayuda del motor para no ser arrastrado por el viento que soplaba… Hacía un aterrizaje normal… Estaba casi tocando el suelo, contento… Luego no sé más. No recuerdo lo que sucedió. Lo pienso, pero no puedo recordarlo… Me veo a unos cuantos metros del suelo, en mi aparato… y nada más”.

Barzini: “¿No ha visto usted cuando las alas se quebraban?”

Chávez “No, dicen que se han doblado como las alas de un pichón… ¿Es cierto, Duray?”

Duray: “No hablemos más de esto… Basta”.

Chávez calla… La habitación del hospital queda en silencio.

Investigación: Walter Sosa Vivanco

 

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