Los periodistas: una esperanza en medio del desastre

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Han pasado diez años desde aquel funesto 15 de agosto del 2007. Un terremoto de 7.9 grados arrasó la provincia de Pisco y parte de Chincha e Ica. El panorama era desolador. Los periodistas-víctimas dieron una lección de hidalguía. El periodismo valiente se convirtió en el único canal de esperanza en medio de la total devastación.

Las tragedias nos llevan al límite. Son capaces de sacar lo peor y lo mejor de nosotros. En el caso del gremio la solidaridad se convirtió durante semanas y meses en ,la mejor forma de afrontar la tragedia.

Desde la Asociación Nacional de Periodistas del Perú se inició una campaña de solidaridad con los periodistas. Una delegación de la ANP visitó Pisco, Ica, Chincha, Cañete. Fue duro constatar que los colegas lo habían perdido todo. Dormían en las carpas instaladas en la Plaza de Armas de cada provincia.

En la sede central de la ANP se recolectaban víveres de primera necesidad. La brigada de emergencia de la ANP se desplazó en varias oportunidades al lugar de la emergencia. Fue fundamental en ese momento el papel de ANP Radio, emisora gremial de la ANP, desde donde se recibían reportes de la zona. La comunicación fue constante. El espíritu de fraternidad fue el único aliciente para levantarse y seguir.

El accionar de los periodistas-víctimas fue épico. Tres de los casos más visibles fueron el de Eduardo Ramos Velarde, presidente de la ANP Pisco y los hermanos Luz y Juan Córdova Pecho de radio Uno de Chincha.

En medio del dolor los periodistas siguieron informando

Con la tierra temblando por el terremoto, los gritos de dolor de las víctimas y la angustia de los que buscaban a sus seres queridos entre los escombros, los periodistas se desplegaron por las ciudades derruidas para cumplir su misión informativa y colaborar con las improvisadas brigadas de rescate en una heroica jornada de civismo y abnegación profesional.

A las 6.40 de la tarde del pasado 15 de agosto empezó la pesadilla cuando el movimiento sísmico derrumbó casas que se convirtieron en trampa mortal para más de medio millar de personas que perecieron.

El apagón aumentó el caos y la desesperación. Desde el primer momento los hombres de prensa salieron a las calles para informar sobre la tragedia. Cerca de medio centenar de periodistas, también damnificados al perder sus viviendas, no cejaron en el cumplimiento de su deber profesional, algunos con cámaras fotográficas, otros con grabadoras o transmitiendo los primeros reportes radiales.

Ante la falta de fluido eléctrico, las radioemisoras utilizaron todas las baterías a su alcance para salir al aire y con grandes esfuerzos lanzar alertas y llamados a la calma a la población ante las réplicas sísmicas que sucedían con una frecuencia exasperante.

Entre los escombros

Las ondas sísmicas derrumbaron totalmente la casa de la periodista y dirigente del Comité Ejecutivo Nacional de la ANP Luz Córdova Pecho, ubicada en la calle San Carlos 188, en Chincha, donde también funcionaba Radio Uno Noticias.

La valiente comunicadora se puso al aire para servir a los damnificados angustiados por la falta de noticias de sus seres queridos ante el caos que se vivía por la destrucción de casas, cerros de adobes y ladrillos bloqueando las calles, rescatistas buscando víctimas entre los escombros, niños perdidos que lloraban por sus padres.

La vivienda de su hermano Juan Córdova, en la avenida Benavides 527, también había quedado completamente destruida pero también emergió el espíritu del reportero combativo. Habían perdido todas sus pertenencias, pernoctaron a la intemperie pero cumpliendo su misión periodística desde los escombros.

Cuatro horas sepultado

En la ciudad de Pisco, el periodista Eduardo Ramos Velarde, con su hijo Axel de 5 años de edad en brazos, se ubicó bajo el marco de la puerta principal de su casa esperando que cesara el movimiento telúrico cuando las paredes se vinieron abajo como castillo de naipes y el techo los aplastó.

En medio de la oscuridad y tratando de respirar en medio del polvo intentó salir pero estaba enterrado entre los escombros. Gritó a todo pulmón y nadie le contestó. La ciudad estaba arrasada y se convertía en un inmenso cementerio.

Comprendió que estaba herido al sentir la sangre que le empapaba la camisa, La pared al derrumbarse le había abierto una herida en el cuero cabelludo y la hemorragia no cesaba. Sólo quería proteger a su engreído y lo cubría con sus brazos. Siguió gritando con todas sus fuerzas.

-Papá háblame, no quiero que te mueras- le dijo su hijo angustiado mientras se aferraba a su cuello con sus bracitos.

Sus gritos fueron finalmente escuchados por los brigadistas. A las tres horas lograron rescatar a su hijo por un hoyo entre los escombros.

En su caso se temía que al remover los escombros se produjera un derrumbe que terminara quitándole la vida por la que llevaba 180 minutos luchando.

Pasó cuatro horas enterrado bajo los escombros hasta que lograron rescatarlo. Tenía el fémur fracturado y múltiples contusiones. Su próximo destino sería el Hospital de Pisco. El mismo estaba colapsado.

En tanto sus familiares y colegas, desde el local central de la ANP, pugnaban por ubicarlo. Los teléfonos de su casa no timbraban. La vivienda de la cuadra tres de Jirón Progreso estaba destruida. El celular se quedó en la mesita de noche de su habitación.

La cadena de solidaridad del gremio se hizo presente desde la sede de la ANP y fue evacuado en una avioneta de la FAP a Lima e internado en el pabellón de traumatología del Hospital Almenara.

Las historias tenían todas bríos de heroicidad. Se luchaba por salvar sus propias vidas, las de sus familiares y por seguir informando. Otra forma de dar y compartir vida. La información se convirtió en bálsamo -para muchos- en medio de la desesperación.