Mundiales de fútbol: A un árbitro le tembló el pito en el torneo de 1934

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Si hay un evento deportivo importante en el planeta, es el Mundial de Fútbol de la FIFA. Una justa deportiva que cada cuatro años y desde 1930 reúne lo mejor de las mejores selecciones de los cinco continentes y las enfrenta para verdaderas pugnas por la gloria.

En la lucha por conquistar la tan ansiada Copa asoman anécdotas o hechos insólitos que le dan otro sabor a esta competencia de tinte universal. Una primera entrega de estas historias:

Ganador adentro y afuera

Andrés Mazzali no solo descolló en el arco de la selección uruguaya, con la que conquistó dos medallas de oro en los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928. Multifacético, fue campeón sudamericano de los 400 metros con vallas (en cinco oportunidades destrozó el récord continental) y gran basquetbolista: ganó el torneo uruguayo de 1923 con Olimpia. Cuenta una leyenda que, por su velocidad y agilidad, en el fútbol juvenil sobresalía como delantero, pero al llegar a la primera división debió conformarse con el arco porque no consiguió calzado adecuado para sus enormes pies, imprescindibles para patear la durísima pelota de entonces.

El reto de Mussolini

Cuando el árbitro sueco Ivan Eklind pitó la culminación del primer tiempo de la final entre Italia y Checoslovaquia, con el marcador en blanco, el “Duce” Benito Mussolini saltó de su silla y corrió hasta el vestuario local. Allí, el dictador encaró al argentino Luis Monti y lo “sermoneó” por la gran cantidad de patadas que había repartido entre sus rivales. Mussolini le señaló que, con uno de sus arteros golpes, había derribado al checoslovaco Oldrich Nejedly dentro del área italiana y le remarcó que no se había sufrido un penal en contra gracias a que el “benévolo” Eklind estaba “colaborando” con su causa. Empero, le advirtió que, si se repetía una situación de esa naturaleza, a Eklind no le quedaría más remedio que sancionar la falta. El dictador le pidió al argentino que ayudara al juez y que no le complicara su trabajo con acciones tan difíciles de encubrir. Mussolini regresó a su asiento para disfrutar del triunfo italiano, por 2 a 1, y también del ejemplar comportamiento que el endulzado Monti desplegó en el complemento.

Papelitos

Inglaterra debía doblegar al menos por dos goles de diferencia a España para clasificarse para la ronda final. La escuadra británica había vencido 2 a 0 a Chile, pero había sido derrotada por los Estados Unidos por 1 a 0, mientras que la ibérica había ganado sus dos partidos: 3 a 1 a los estadounidenses y 2 a 0 a los sudamericanos. Para afrontar el gran duelo, el técnico inglés Walter Winterbottom le entregó a cada uno de sus hombres un papel con complejas instrucciones. Pero, para asegurarse de que los jugadores estudiaran sus órdenes escritas, los obligó a repetirlas en voz alta delante de él y a firmar un documento en el que declaraban que las habían leído. Este extraño sistema no tuvo resultados positivos: el 2 de julio, en el Maracaná, España se impuso por 1 a 0 -gol de Telmo Zarraonandía, un vasco conocido como “Zarra”, a los 48 minutos- y los ingleses debieron regresar a casa humillados en su primera participación mundialista.

Mala suerte

El arquero Moacir Barbosa nunca logró sobreponerse al “Maracanazo”. De ídolo pasó a ser el hombre más odiado del país. Si bien continuó su carrera hasta 1962 —período en el que ganó dos títulos con Vasco de Gama—, terminó sus días abandonado en una pensión miserable. Cuando, en 1993, intentó visitar a los jugadores que se preparaban para Estados Unidos 94, un directivo de la confederación brasileña ordenó a los guardias: “Llévense lejos a este hombre, que sólo trae mala suerte”. Los goles de Juan Schiaffino y Alcides Ghiggia lo obligaron incluso a vivir algunos años en el exilio. Hasta el día de su muerte, el 8 de abril de 2000, Barbosa repitió incansablemente: “La pena más alta en mi país por cometer un crimen es de 30 años. Hace 50 que yo pago por un delito que no cometí”.

CCCP

La primera participación mundialista de Colombia no fue, precisamente, exitosa: cayó con Uruguay 2-1 y con Yugoslavia 5-0. Empero, consiguió un fabuloso empate ante la Unión Soviética, ganadora del grupo y vencedora de Uruguay y Yugoslavia. ¿Por qué fabuloso? Porque los soviéticos ganaban 3 a 0 a los once minutos del primer tiempo, y 4 a 1 a los once de la segunda etapa. Con muchísimo amor propio, los colombianos alcanzaron el 4-4 definitivo a -lógico- cuatro minutos del pitazo final. Luego del intenso partido, varios diarios latinoamericanos bromearon con la sigla CCCP bordada en el pecho de la roja camiseta soviética, al afirmar que significaba “Con Colombia Casi Perdimos”. (Video)

Caminante no hay goles

El suizo Emil Hollinger caminó los 1.290 kilómetros que separan Zurich y Sheffield -sólo se valió de la ayuda de un ferry en el cruce del Canal de la Mancha- para ver a su equipo ante Alemania. Hollinger, que trabajaba como limpiador de ventanas, gastó dos pares de zapatos en su travesía y, a pocos kilómetros de su meta, contó con la generosidad de un comerciante inglés que le regaló un par nuevo para finalizar la proeza. Los que no estuvieron nada dadivosos fueron los jugadores helvéticos, que no sólo no le brindaron ni un gol a su esmerado fan, sino que recibieron cinco de mano de los germanos.

Medallero

Tras su eliminación, los defensores del título (Inglaterra) quedaron profundamente deprimidos. Al regresar a su hotel, los británicos recibieron una medalla que recordaba su paso por tierras aztecas. Alan Ball -campeón cuatro años antes con solo 21 años- tomó la suya y la arrojó por una de las ventanas del hotel.

“La única que tiene valor es la de campeón”, afirmó el mediocampista, famoso por su mal carácter y su obsesión por el triunfo, para justificar su actitud. Y vaya si tiene valor: en 2005, a los 59 años, Ball entregó su presea dorada de campeón de 1966 a la casa de remates Christie’s, que logró venderla a 164.800 libras esterlinas (unos 300 mil dólares) a un fanático inglés. Consultado por la prensa sobre la causa del desprendimiento de la preciada medalla, Ball explicó que esa era la mejor forma de “dividir” el premio entre sus tres hijos. “Ganar la Copa del Mundo estará siempre en mi memoria, pero es tiempo de mirar al futuro, no al pasado”, declaró. Ball falleció dos años más tarde en su casa de Southampton.

Foto: sipse.com

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