Retorna cuadro de bodas entre incas y españoles exhibido en museo de Madrid

shadow

 

El Museo Pedro de Osma volvió a exhibir desde el lunes la pintura “Matrimonios de Martín de Loyola con Beatriz Ñusta y de Juan de Borja con Lorenza Ñusta de Loyola”, una de las más representativas de la época colonial de Perú, que entre febrero y abril estuvo expuesta en Museo del Prado de Madrid.

La obra, fechada en 1718 y de autor anónimo, fue cedida temporalmente al Museo del Prado, donde estuvo expuesta entre el 18 de febrero y el 28 de abril como parte de su programa “La obra invitada” y con motivo de la feria de arte ARCO, donde Perú fue el país invitado de honor.

La pintura representa en un mismo tiempo y espacio dos bodas que tuvieron lugar con cuarenta años de diferencia, y en lugares tan alejados como la península ibérica y el virreinato del Perú, con evidente intención propagandística.

Esta compleja invención iconográfica fue ideada por los jesuitas del Cusco, la antigua capital del imperio de los incas, para representar dos matrimonios que enlazaron a la descendencia real incaica con la de dos de los patriarcas de la Compañía de Jesús.

La primera boda, efectuada en Cusco en 1572, unió a la ñusta (princesa inca) Beatriz Clara Coya, hija de Sayri Túpac, con el capitán español Martín García de Loyola, sobrino nieto de San Ignacio de Loyola y vencedor de Túpac Amaru I, el último inca rebelde y a quien un jesuita convirtió antes de su ejecución.

El segundo matrimonio, celebrado en Madrid en 1611, corresponde al de la hija mestiza de ambos, Ana María Lorenza de Loyola Coya, con Juan Enríquez de Borja, nieto de San Francisco de Borja.

Entre uno y otro acontecimiento mediaron casi cuarenta años, además de una enorme distancia geográfica, pero aquí son representados simultáneamente y en el mismo espacio, con evidente intención propagandística.

Los santos Loyola y Borja presiden la doble boda iluminados por un radiante sol de justicia que encierra el monograma de Jesús, emblemático de la orden con solemnidad teatral.

El fondo escenográfico sitúa en pie de igualdad al Cusco y a Madrid para sugerir una ideal paridad jurídica entre el espacio virreinal andino y los reinos peninsulares.

Toda señal de violencia es eludida en esta idílica ceremonia conjunta, que presenta al Perú como un territorio plenamente incorporado a la estructura imperial y en el que indios y españoles habrían sellado un pacto político de convivencia armónica, bajo la influyente tutela espiritual de los jesuitas.