Vargas Llosa a Benedetti: La mejor novela que se ha escrito en España no es el Quijote

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En junio de 1964, el escritor uruguayo Mario Benedetti, de paso por París, sostuvo una memorable charla con Mario Vargas Llosa. La entrevista fue publicada en el diario La Mañana de Uruguay en su edición del 10 de julio de 1964. Otra joya periodística que dormía escondida en un rincón de la biblioteca.

Mario Vargas Llosa ingresó abruptamente en la celebridad cuando obtuvo en 1962 el Premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral de Barcelona. La novela premiada se llamó inicialmente La morada del héroe, luego Los impostores, para finalmente titularse La ciudad y los perros. Los editores españoles presentaron asimismo la novela al Prix Formentor 1963 donde La ciudad y los perros obtuvo tres votos contra los cuatro que en última instancia dieron el triunfo a Le long voyage de Jorge Semprún.

Actualmente La ciudad y los perros está en su cuarta edición; magistralmente escrita, vigorosa de forma y rica en fondo, con personajes atrozmente vivos, con denuncias no vociferadas pero patentes, es sin duda una ejemplar respuesta latinoamericana al desafío intelectual que, en el panorama de las letras actuales, representan ciertas formas raquíticas, tediosas y excesivamente retóricas de la nueva novela. Vargas Llosa (nacido el 28 de marzo de 1936 en Arequipa, Perú) sólo había publicado un libro, Los jefes, con anterioridad a La ciudad y los perros. Actualmente reside en París y trabaja en la Radiodifusión y Televisión Francesa, sección América Latina. Es un hombre sencillo, jovial, a quien el éxito no ha mareado.

Es justamente alrededor de la palabra éxito que inicio mi interrogatorio. “Me siento completamente desconcertado”, dice Vargas Llosa, “lo que ha ocurrido con esta novela es una cosa inesperada. Cuando la estaba terminando, una de mis mayores preocupaciones era cómo publicarla. Pensé que iba a trabajar durante varios años a fin de reunir dinero suficiente para financiar la edición. Ahora estoy muy contento de que el libro se traduzca a otros idiomas y que haya sido publicado por una buena editorial. No creo que eso haya podido influir en mí. Hay que tener en cuenta que el libro apareció tres años después de haber sido concluido, o sea cuando yo ya estaba completamente absorbido por una nueva novela. En realidad, siempre me pasa igual: me siento excitado por el libro mientras lo estoy escribiendo, pero después se me pasa la excitación. Se produce algo así como una cordial ruptura con la obra, aunque eso no quiere decir que me insolidarice con respecto a ella”.

Vargas Llosa busca algún ejemplo que clarifique esa sensación tan particular. “Digamos en el rubro interpretación. Por ejemplo, la muerte del Esclavo. Quise que ese episodio fuera deliberadamente ambiguo. Sin embargo, un crítico francés, Roger Caillois, ha formulado una interpretación muy coherente, según la cual el Jaguar no habría matado al Esclavo. Eso se explica bastante bien, ya que en cualquier creación, aparte de las intenciones explícitas del autor, siempre surgen de una manera irracional una serie de intenciones que al autor se le escapan y que, no obstante ello, pueden ser descubiertas por cualquier lector”.

¿Tiene la novela un valor autobiográfico? “En realidad, yo pasé dos años en ese Colegio. La idea de escribir la novela me vino cuando todavía era cadete. He tratado de ser absolutamente fiel al ambiente que conocí en el Colegio, pero la historia no es en absoluto autobiográfica, sino una ficción. Es una trasposición más o menos fiel de lo que era ese medio, un medio que en realidad me apasionaba porque siempre me pareció un espejo del Perú, ya que allí coincidían todas las clases sociales: los niños bien, los cholos, los serranos, y al coincidir llevaban allí sus vicios y sus virtudes, y todos eran sometidos a una disciplina militar”.

Para cualquier lector de La ciudad y los perros, debe ser visible cierta identificación entre el autor y el personaje llamado Alberto. Pero el autor no está de acuerdo: él se siente más cerca del Jaguar. “Por una parte la vida de Alberto no es mi vida, y por otra me inspira bastante antipatía. Es el personaje que reniega más fácilmente de todo y de todos, y en quien la frustración es más profunda y lastimosa, ya que después de haber tomado conciencia de la mentira de su propio mundo se vuelve a instalar en él”.

Vargas Llosa acaba de regresar del Perú. Le pregunto por las repercusiones que la novela ha tenido en su país. “También eso fue desconcertante. ¡Me han hecho tantos reportajes! Confieso que me sentía un poco incómodo. El Perú es un país culturalmente subdesarrollado. Ahora bien, se ha hablado mucho de mi novela; eso ya crea un respeto a lo instituido, a lo establecido. La Asociación de ex Alumnos del Colegio Militar Leoncio Prado había amenazado con romper las vidrieras de las librerías que vendiesen el libro; sin embargo, pocos días antes de que yo dejara Lima, esa misma Asociación me envió una carta invitándome a dar una conferencia en la sede de la institución. He llegado a una conclusión: en el Perú, un libro todavía no significa un peligro para nadie”.

Buena parte de la crítica ha señalado una presunta falla en la novela: la coincidencia de que tres de los cadetes (Alberto, el Esclavo, Jaguar) traben relación, por distintos conductos, con la misma muchacha (Teresa). Vargas Llosa sonríe. No trata de defender sino de explicar su intención. “No hay un solo caso novelístico en que el tema en sí mismo sea inverosímil. Siempre es el creador el que falla, el que hace que el episodio resulte inaceptable. En mi novela, los personajes reaccionan frente a un estímulo determinado que es siempre el mismo. Mi propósito era hacer la confrontación de los diferentes caracteres: frente al problema del sexo, frente a la disciplina, frente al compromiso. También quise hacerlo en el plano sentimental, frente a una muchacha de clase media. Alberto era de una clase superior a ella, el Esclavo era de su misma clase, el Jaguar pertenecía a una clase inferior. En realidad, la verosimilitud depende de la expresión formal, del grado de pasión presente en el estilo. Y eso es quizá lo que ha fallado. Yo mismo tengo otras objeciones, ahora que veo la novela a cierta distancia. Por ejemplo, el personaje del Coronel está caricaturizado. No hay que hacer eso. Por otra parte, el Colegio Militar tiene una dimensión mítica, que no he podido mostrar en la novela”.

Ha concluido virtualmente una nueva obra. Solo le falta revisarla. Como siempre, está inseguro con respecto al título definitivo. Primero pensó llamarla Los habitantes, luego La casa verde, pero quizá utilice un verso de su compatriota Carlos Germán Belli y la titule: El tiempo de la vida. “La comencé a escribir no bien terminé La ciudad y los perros. Justamente, hice mi reciente viaje al Perú porque quería ver de nuevo algunos sitios donde he situado ciertos episodios de la novela. Me ocurre, sin embargo, que ahora quiero corregirla para hacer más próxima la ficción a la realidad, y eso me cuesta un trabajo tremendo. Creo que, en términos generales, la novela no traiciona la realidad que evoca. Transcurre en un periodo de cincuenta años, la mitad en una factoría del Alto Marañón de la Selva Norte, y la otra mitad en una ciudad norteña, Piura, situada en medio del desierto. Son dos mundos completamente distintos; dos tipos de hombres; dos actitudes ante la vida. Más que individuos, hay grupos de personajes: los guardias civiles, los huambisas (tribu selvática), los mangaches (habitantes de un barrio de Piura, especie de corte de los milagros), las habitantas o sea las rameras. En realidad, la casa verde es un burdel. Esos dos mundos están entrelazados y la historia ocurre en esos dos lugares y con personajes comunes”.

¿Trascendencia social? “El tema de esta novela me surgió cuando hice un viaje a la selva, antes de venir a Europa. Oí cosas que no había imaginado nunca, porque la selva está más lejos de Lima que de París. Cosas que yo no concebía que existieran en mi país. Poco a poco, se fueron convirtiendo en un estímulo literario. El tiempo está suspendido en la selva, pero no sé hasta qué punto he enriquecido esa realidad”.

Cuando le pregunto sobre sus admiraciones, Vargas Llosa vuelve a sorprenderme. “Antes que nada, las novelas de caballería, y en especial Tirante el Blanco, de Juan Martorell, una obra que, desde luego, es muy superior al Quijote. Es la mejor novela que se ha escrito en España. Tiene todas las virtudes de las novelas de caballería, o sea que es una trasposición de todas las realidades de su época. No existe en ella esa cesura que vendrá con el Quijote. Martorell cree en todo lo que cuenta. En el Quijote comienza la duda, porque hay crisis, no hay ese compromiso total con el mundo que describe. La novela de caballería es novela de superficie, pero es de una gran riqueza”. Después de ese impulso, Vargas Llosa se pone contemporáneo, y agrega: “Bueno, también le debo mucho a Sartre, cuya literatura me sacudió enormemente. Y antes, a Flaubert. Me impresionan en él su ambición, lo grandioso de su inspiración. En La educación sentimental o en Madame Bovary hay un compromiso con su tiempo, pero también un extraordinario compromiso con su oficio, con la forma. Este es el gran drama de nuestra literatura: que muchas veces el compromiso con la realidad exterior, social, significa un menosprecio con respecto a los problemas formales. En Flaubert hay una coincidencia total de esos dos compromisos”. ¿Y entre los escritores peruanos?Vallejo, por supuesto. Pero, sobre todo, José María Arguedas, que me parece un espléndido escritor. No tengo nada de común con él, ya que escribe sobre un mundo que ignoro, pero Arguedas es el primero que habla de ese mundo con talento y espontaneidad. Tengo asimismo una gran admiración por el poeta Carlos Germán Belli, en quien veo una voz nueva, así como la aprensión de una realidad nueva y una ruptura total con la tradición en la que él se mueve. Toda la poesía peruana está enferma de vallejismo y de nerudismo, por lo menos desde hace diez años. Belli es el primer poeta que aparece bebiendo en fuentes totalmente nuevas, y además reelabora, rehace, en poemas que me parecen absolutamente personales”.

Una última pregunta: ¿cómo se siente lejos del Perú? “El alejamiento del propio país ayuda a ver mejor esa realidad. Da perspectiva, y ayuda a ver claro en uno mismo, que es lo esencial. Pero, por otra parte, la distancia también es perniciosa. Así como da perspectiva también puede borrarla. Uno tiende a idealizar, la memoria va alienándose sola. Pero mi estadía en París tiene también una razón práctica: aquí tengo tiempo para escribir, porque mi trabajo me deja tiempo para ello. En el Perú, en cambio, trabajaba todo el día, y si podía escribir media hora por día, me sentía muy satisfecho. No obstante, no pienso quedarme definitivamente en Europa”.

París, junio 1964.

(Invstigación: Walter Sosa Vivanco)

 

 

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