Murió Jorge Acuña, el mimo que convirtió la Plaza San Martín en teatro de poesía muda

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Hemos perdido al padre del teatro callejero de nuestro país: una de sus almas más silenciosas. Jorge Acuña, el emblemático mimo peruano que durante varios años convirtió la Plaza San Martín en un escenario de poesía muda, falleció en la ciudad de Estocolmo, Suecia, según confirmó su familia. Tenía el don raro de decir mucho sin palabras, de conmover sin un solo sonido. Hoy, el eco de sus gestos queda flotando en el aire como un susurro entre adoquines y palomas.

Acuña fue más que un artista callejero; fue un testigo del tiempo. A finales de los años sesenta, cuando el país se debatía entre la incertidumbre política y la efervescencia cultural, él apareció como un oasis de belleza en medio del caos. Su rostro pintado de blanco y sus movimientos precisos eran una forma de resistencia, una poesía viviente que se ofrecía gratuitamente a todo transeúnte que supiera detenerse a mirar.

 

 

“Ser mimo no es disfrazarse, es desnudarse”, dijo alguna vez en una entrevista para el portal Lima Gris. Esa frase —que hoy resuena con una fuerza mayor— resume la filosofía de vida de Acuña: el arte no como espectáculo sino como verdad desnuda, como entrega absoluta. En esa misma entrevista, también confesó: “La calle me enseñó a ser humilde, pero también me hizo fuerte. No hay escenario más honesto que el pavimento”.

Jorge Acuña se convirtió en una leyenda callejera, un maestro de las artes escénicas sin escenario propiamente dicho, más que el asfalto al aire libre. “A las salas asistían poquísimas personas y por esas razones me he visto obligado a salir a las calles en busca de un público”, confesó en una entrevista.

 

 

Jorge Acuña dedicó más de cuatro décadas a su arte. Viajó, enseñó, formó discípulos en talleres y escuelas independientes, pero nunca se desligó de la calle, su primer amor y su escuela más sincera. “Podría estar en un teatro con luces y telón, pero prefiero el aplauso de una niña que me mira desde la vereda”, dijo con una sonrisa tímida, sin quitarse el maquillaje.

“En la calle, con mi banquito, soy más libre y puedo representar en cualquier momento y sin tanto problema”, decía el hombre cuando, fuera de su mudo papel, se atrevía a ofrecer un discurso con palabras.

Sus personajes —el anciano que lucha contra el viento, el niño que juega con una mariposa invisible, el obrero cansado que carga el peso del mundo— no eran simples pantomimas. Eran espejos de un país que muchas veces no se detiene a mirarse. Y él, sin pedir nada a cambio, ofrecía esos reflejos todos los días, bajo el sol o bajo la llovizna limeña.

 

 

La noticia de su muerte ha conmovido a quienes lo conocieron y a quienes alguna vez se detuvieron, siquiera por un instante, a contemplar su arte. No hay grandes homenajes, no hay titulares ruidosos. Pero en la Plaza San Martín, donde tantas veces detuvo el tiempo con un gesto, alguien ha dejado una flor. Y eso basta.

“Hay escuelas que forman actores, directores, escenógrafos, ¡pero no tenemos una que forme al público!”, reclamó más de una vez, y actuó empecinadamente para corregir ese vacío.

Porque Jorge Acuña no ha muerto del todo. Vive en cada silencio que conmueve, en cada gesto que dice más que las palabras, en cada niño que se detiene a mirar a un artista callejero con los ojos bien abiertos.

 

Texto: WSV / Lima Gris
Foto: Composición
Videos:  Canal YouTube Imperdible Audiovisual / Presencia Cultural

 

 

 

 

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