Oramos en el Padre Nuestro: “Hágase tu voluntad en la tierra y en el cielo”. La revelación no es en primer lugar la profecía sino Cristo que se da a conocer en la intimidad de la persona como el amor que da sentido a la existencia. El nuevo mandamiento del amor que Cristo anuncia en la última cena es una ley interna que el Espíríru Santo infunde en nosotros. La fe es el reconocimiento de la invitación de Cristo en nuestra conciencia. La aceptación de la invitación de Cristo produce una conversión del pensamiento que nos lleva a pensar y actuar de una manera distinta.
En el nuevo testamento encontramos muchas refrencias a la vida cristiana como hacer el bien. Aparte de los milagros, de las indicaciones en las parabolas, en la critica a los fariseos y otros ejemplos que nos enseñan hacer el bien, nos limitamos a citar unos textos que hacen referencia al comportamiento ético como hacer el bien.
Leemos en Tito, 3,8: “Una cosa es cierta, y en ella debes insistir: los que creen en Dios han de destacarse en el bien que puedan hacer”.
Y Romanos, 2,10-11: “La gloria, en cambio, el honor y la paz serán para todos los que han hecho el bien, en primer lugar para el judio, y también para el griego, porque Dios no hace distinción de personas”.
El misterio de Dios se presenta como un misterio de amor. El evangelio nos invita seguir el ejemplo de Cristo como la imagen del hombre nuevo. Leemos en Efesios, 2,10: “Lo que somos es obra de Dios: hemos sido creados en Cristo Jesús con miras a las buenas obras que Dios dispuso de antemano para que nos ocuparemos en ellas”. Leemos en Romanos, 12,2: “No sigan la corriente del mundo en que vivimos, sino más bien transfórmense a partir de uan renovación interior. Así sabrán distinguir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo que es perfecto”. Leemos en Romanos, 15,2: “Que cada uno busque lo que agrada a su prójimo, ayudándole a crecer en el bien”. “ Leemos en II Tessalonicenses, 3,13: Por su parte, hermanos, no se cansen de hacer el bien”. Luchamos porque amamos. Leemos en Gálatas, 6, 9-10: “Así, pues, hagamos el bien sin desanimarse que a su debido tiempo cosecharemos si somos constantes. Por consiguiente, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, y especialmente a los de casa, que son nuestros hermanos en la fe”. Leemos en Romanos, 16, 19: “Todos saben que ustedes están muy abiertos a la fe, y eso me alegra, pero quiero que sean ingeniosos para el bien y firmes contra el mal”.
Buscando el bien establecemos vínvulos fuertes entre las personas y adquirimos la capacidad de amar y dejarse amar. El que da amor necesita también recibir el amor. Nuestra vida recibe un sentido nuevo. Es el sentido que nos permite sobrepasar a nosotros mismos. Leemos en I Timoteo, 6,18: ”Que practiquen el bien, que se hagan ricos en buenas obras, que den de buen corazón, que sepan compartir”. Leemos en Juan,3,17: Dios no envió el Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él”. Las personas que buscan el bien establecen vínculos fuertes. Leemos en Juan, 15,13: “No hay amor más grande que dar la vida para sus amigos.”. No buscamos una utopía sino leemos en Mateo,5, 48: “sean perfectos como es perfecto el Padre de ustedes que está en el cielo”.
Leemos en Efesios, 2,4-6: Pablo felicita a los comunidades que se convirtieron. “Pero Dios en misericordia: ¡con qué amor tan inmenso nos amó! Estabamos muertos por nuestras faltas y nos hizo revivir con Cristo: ¡por pura gracia ustedes han sido salvados! Con Cristo Jesús y en él nos resucitó y nos sentó en la morada celestial. Leemos en Filipenses, 1, 6 y 4,4: “Y si Dios empezó tan buen trabajo en ustedes, estoy seguro de lo que continuará hasta concluir el día de Cristo Jesús. Esté siempre alegres en el señor; se lo repito, estén alegres y tengan buen rato con todos.”
Leemos en Mateo, 7, 21: “No bastará con decirme:¡Señor!, ¡Señor!, para entrar en el Reino de los Cielos; más bien entrará el que hace la voluntad de mi Padre”.