Desde una perspectiva estrictamente científica y médica, la muerte no se considera una enfermedad. Este es el punto de partida fundamental para comprender el debate. Una enfermedad es una condición patológica que interrumpe el funcionamiento normal del cuerpo, y, en la mayoría de los casos, puede ser tratada o curada.
La muerte, por su parte, es el desenlace irreversible de todas las funciones biológicas del organismo. Es el resultado de un proceso, no el proceso en sí mismo.
Este punto de vista está validado por la definición de enfermedad que manejan las principales organizaciones de salud a nivel global, incluida la Organización Mundial de la Salud (OMS). La OMS clasifica las enfermedades, síndromes y trastornos, pero nunca ha incluido la muerte en esta lista. La muerte es el punto de no retorno. Argumentar lo contrario sería como decir que la culminación de un proceso es el proceso en sí mismo, lo cual no es lógico.
Sin embargo, el debate toma un giro fascinante cuando se enfoca en el envejecimiento. Aquí es donde la línea se vuelve más borrosa y el argumento de «enfermedad» cobra fuerza. Muchos científicos en el campo de la biogerontología proponen que el envejecimiento es un síndrome o conjunto de condiciones tratables.
Su lógica es que el deterioro biológico que se acumula con el tiempo es la causa principal de la mayoría de las enfermedades crónicas relacionadas con la edad, como la enfermedad de Alzheimer, las enfermedades cardíacas y el cáncer.
La validación de esta postura reside en el hecho de que la ciencia moderna está logrando avances significativos en la comprensión de los mecanismos moleculares y celulares del envejecimiento. La investigación en áreas como la senescencia celular, la reparación del ADN y el acortamiento de los telómeros ha demostrado que el envejecimiento no es simplemente un proceso aleatorio, sino que está regido por rutas biológicas que podrían ser manipulables.
La polémica que rodea a este enfoque es significativa. Por un lado, los defensores sostienen que, si el envejecimiento se clasifica como una enfermedad, se abrirían las puertas a inversiones masivas en investigación y al desarrollo de terapias que no solo prolongarían la vida, sino que también mejorarían la salud durante la vejez, combatiendo directamente la raíz de muchas dolencias. Esto podría transformar la medicina del futuro, pasando de tratar enfermedades individuales a abordar la causa fundamental de su aparición.
A pesar de estos argumentos, la idea de clasificar el envejecimiento como una enfermedad enfrenta una fuerte oposición. Los críticos, que incluyen a muchos gerontólogos y bioeticistas, sostienen que esto podría estigmatizar a las personas mayores, haciendo que se sientan «enfermas» solo por vivir sus vidas. Además, se argumenta que se podría desperdiciar una gran cantidad de recursos intentando curar un proceso que, para la mayoría, es natural e inevitable.
La postura de la OMS en este debate es cautelosa y matizada. Si bien no ha cedido a la presión de catalogar el envejecimiento como una enfermedad, ha reconocido la importancia del tema. En la última versión de su Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11), se incluyó un código para la «disminución de la capacidad intrínseca asociada al envejecimiento». Este movimiento, aunque no es una clasificación de enfermedad, demuestra que la OMS está reconociendo la relevancia clínica de los procesos de deterioro relacionados con la edad.
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En definitiva, la idea de que la muerte sea una enfermedad es un mito, sin una base sólida en el consenso médico y científico. Sin embargo, la conversación se torna mucho más compleja y fundamentada cuando se centra en el envejecimiento, el proceso que inexorablemente conduce a la muerte. La ciencia está explorando la posibilidad de que el envejecimiento sea tratable, una idea que podría cambiar radicalmente el futuro de la medicina y la forma en que entendemos la vida y su fin.