La «Farmacia de Platón»: Derrida y el doble filo de la escritura en la filosofía antigua

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La «Farmacia de Platón» no se encuentra en ninguna calle de Atenas, sino en las profundidades del pensamiento posestructuralista, gracias al influyente ensayo de Jacques Derrida. Esta expresión se refiere al análisis de Derrida sobre el diálogo platónico Fedro, donde la palabra griega «phármakon» se convierte en la clave para desentrañar la compleja relación de la humanidad con el conocimiento y la comunicación.

El ensayo es un viaje fascinante que revela cómo un solo término puede encapsular una dualidad fundamental: la de ser simultáneamente un remedio y un veneno.

En el corazón del debate platónico, y la posterior interpretación de Derrida, está la escritura misma. Para Platón, la escritura era un «phármakon» en el sentido más literal.

Por un lado, era un «remedio» que permitía preservar ideas, transcender el tiempo y el espacio, y servir como un recordatorio invaluable. Facilitaba la difusión del conocimiento y la perpetuación de las enseñanzas, liberándolas de la efímera naturaleza de la oralidad y la memoria humana.

Sin embargo, Platón también veía la escritura como un «veneno». Argumentaba que, al depender excesivamente de los textos escritos, los individuos dejarían de ejercitar su propia memoria, volviéndose «olvidadizos» y pasivos ante el saber.

Además, un texto escrito, una vez desprendido de su autor, carecía de la capacidad de defenderse o explicarse en un diálogo vivo, haciéndolo vulnerable a interpretaciones erróneas y manipulación. El «padre» del conocimiento, el autor, ya no estaba allí para guiar su recepción.

Acerca de la historia de la filosofía

Derrida utiliza esta ambigüedad del «phármakon» para deconstruir no solo la postura de Platón sobre la escritura, sino también para cuestionar las bases de la metafísica occidental. Su análisis expone cómo muchas de nuestras dicotomías fundamentales —como verdad/falsedad, presencia/ausencia, bien/mal— no son tan puras ni exclusivas como solemos percibirlas. La «Farmacia de Platón» ilustra que lo que consideramos una solución a menudo conlleva riesgos inherentes, y lo que parece un peligro puede albergar virtudes ocultas.

Este concepto se ha convertido en una piedra angular para entender la deconstrucción y el posestructuralismo. Al revelar las fisuras y las interconexiones en ideas aparentemente opuestas, Derrida nos invita a repensar cómo construimos significado y cómo el lenguaje mismo configura nuestra comprensión del mundo. Es una lección sobre la inherente inestabilidad del sentido y la necesidad de una lectura crítica y atenta.

En última instancia, la «Farmacia de Platón» nos desafía a mirar más allá de las superficies y a reconocer la complejidad inherente en todo lo que consideramos absoluto. Nos enseña que el conocimiento, en su forma escrita, es una herramienta poderosa, pero de doble filo, un elixir que puede curar y dañar, transformando nuestra relación con la sabiduría y el aprendizaje para siempre.