“Titina» Castillo: genio atemporal del fútbol

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Hay nombres en la historia del fútbol que se convierten en leyenda, figuras que trascienden el tiempo e inspiran a nuevas generaciones. Segundo Castillo Varela, conocido por todos como ‘Titina’, es uno de ellos. Su legado no es solo un eco del pasado, sino una fuerza viva que demuestra lo que es ser un jugador adelantado a su tiempo.

El nombre «Titina» no proviene de un acto de heroísmo deportivo, sino de la simple melodía de una canción popular de su infancia, que terminó definiendo su identidad pública. Este apodo, cargado de humanidad y cercanía, se convirtió en la antesala de una carrera que lo llevaría a lo más alto. Desde sus inicios en el modesto Unión Buenos Aires del Callao, su talento era evidente, una mezcla de destreza técnica y visión de juego que lo diferenciaba del resto.

Un volante que rompió esquemas

En un fútbol donde las posiciones eran rígidas y el «ida y vuelta» era un concepto casi inexistente, «Titina» Castillo se movía con la libertad de un artista. A diferencia del mediocampista defensivo de su era, él era un centrocampista total, capaz de destruir el ataque rival y, al mismo tiempo, de organizar el suyo propio con pases precisos y una inteligencia táctica asombrosa. Era un cerebro en el campo, el hilo conductor que unía la defensa con la delantera.

Su estilo era tan fluido que parecía danzar con el balón. Las crónicas lo describen como un genio de la pelota, un jugador que no solo cumplía su función, sino que la reinventaba en cada partido. Delgado y de baja estatura, usaba su cuerpo como una ventaja, moviéndose con una agilidad que desconcertaba a sus rivales y deleitaba a los aficionados.

Esta capacidad para ver el juego dos o tres jugadas por delante le valió el reconocimiento de la afición. Se convirtió en un ídolo en cada club por el que pasó, un testamento de su carisma y su innegable calidad. No era solo un jugador; era una pieza fundamental que hacía funcionar la máquina de su equipo, un líder silencioso que se expresaba con los pies.

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El campeón que marcó una era

Su trayectoria es un recuento de éxitos. Con Sport Boys, el club de sus amores fue parte del legendario equipo que se alzó con los títulos de 1935, y 1937, consolidando la era dorada del fútbol chalaco. Su juego fue clave para que el equipo lograra el campeonato, ganándose un lugar en el corazón de la hinchada rosada para siempre.

«Titina» también llevó su talento más allá de las fronteras peruanas. En Argentina, deslumbró con la camiseta del Lanús, y en Chile, jugó para el Magallanes, demostrando que su brillantez no conocía de geografías. Este recorrido internacional solo cimentó su estatus como uno de los mejores futbolistas sudamericanos de su generación, una estrella que brillaba con luz propia.

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Retornó al Perú en 1943 y fichó por el Deportivo Municipal encontrándose con los «Los Tres Gatitos» (el famoso trío de Tito Drago, Vides Mosquera y Caricho Guzmán), lo que le permitió ser parte de la era dorada del club edil hasta 1947 cuando pasó a la “U” donde también destacó.

Con Universitario de Deportes ganó el título en 1949 y luego, como técnico, llevó al equipo crema al histórico bicampeonato de 1959 y 1960, después de diez años de sequía crema. Este doble rol de campeón, tanto en el césped como en el banquillo, es un logro que pocos pueden resaltar y que lo sitúa en un pedestal único en la historia del club.

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Un legado que sigue vivo

Su legado no se mide en títulos, sino en la huella imborrable que dejó en el fútbol peruano, en la mente de quienes lo vieron jugar y en el corazón de quienes han escuchado su historia.

Fue un innovador, un líder, un ídolo y un maestro. Su nombre es sinónimo de elegancia, de inteligencia y de una pasión por el deporte que lo llevó a conquistar la admiración de todos.

Al final, lo que queda de un futbolista son las emociones que generó. Y “Titina” generó alegría, orgullo y la sensación de que el fútbol podía ser una forma de arte. Por eso, su figura sigue viva, palpitando en el recuerdo y en cada relato que se cuenta sobre el fútbol.

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