El fútbol peruano tiene nombres que trascienden generaciones, y el de Carlos Tovar es uno de ellos. Su historia no es solo un recuento de logros, sino el relato de un deportista que se forjó desde la base, desde el mismo corazón de los equipos infantiles de barrio.
Fue en canchas como las de «La Huaca» de Miraflores donde empezó a construir una carrera que lo llevaría a la cima del deporte nacional. Era un chico «blanquito», de ojos negros, algo bajo, pero de una complexión fuerte y decidida.
Un camino de sacrificio y gloria
Su afición no fue una casualidad. La heredó de su padre, un centroforward del equipo Sport Huaral. Carlos comenzó en el fútbol como puntero izquierdo, destacando en su colegio «San Agustín» y en «La Huaca». Su estilo de juego, lleno de valentía y agresividad, lo hacía el favorito del público, que lo aclamaba en cada partido. En 1932, llegó a Universitario, pero en 1935, un cambio lo llevó a la defensa, al puesto de half. Pese a sus dudas, se adaptó rápidamente y encontró su vocación.
Fue en esa posición donde «Chueco» se convirtió en una leyenda. Su juego rápido, la nobleza en la intención y su seguridad en las entradas lo elevaron a un lugar de privilegio. Su nombre se grabó en el corazón de los aficionados peruanos, quienes lo recuerdan como uno de los mejores jugadores que diera el país. Un dato que emociona es que fue un «futbolista de un solo cuadro», fiel a la camiseta de la «U» a lo largo de toda su carrera.
Su talento lo llevó a representar a Perú en innumerables ocasiones. Asistió al Sudamericano Nocturno de 1937 en Buenos Aires y a las Olimpiadas de Berlín en 1936. También formó parte de los equipos que ganaron el título de los Juegos Bolivarianos en 1938 y el Campeonato Sudamericano de 1939 en Lima. Su recorrido internacional incluyó una notable gira de ocho meses por Europa con el Combinado del Pacífico «U-Colo-Colo».
En 1943, las múltiples ocupaciones de su vida lo llevaron a retirarse del fútbol. El balompié peruano perdía a uno de sus más genuinos exponentes, un deportista que, además de su clase, tenía una historia de dedicación, disciplina y un amor inquebrantable por su club. Su legado perdura, recordándonos que los grandes nombres se forjan con sacrificio y, sobre todo, con un amor incondicional por la camiseta.
Foto: universitario.pe