El Ciclista Lima realizó alguna vez el tour más insólito del fútbol. Descalificados en altamar, terminaron jugando en canchas inclinadas, hipotecando sus anillos y siendo rescatados por un dictador venezolano. Esta es la crónica de su épica y olvidada travesía de 1931.
La gira de la aventura no fue solo un viaje sino una expedición de 365 días, la más larga e increíble que cualquier club haya hecho jamás. Un periplo que empezó con champán y terminó en un milagro financiero.
El vuelo roto
El 21 de abril de 1931, el equipo subió al barco «Santa Inés» rumbo al Norte con permiso oficial de la Federación Peruana, listos para conquistar Ecuador, Colombia y Venezuela. El ambiente era de optimismo puro. Hacían ejercicios en cubierta mientras soñaban con goleadas y taquillas. Lo que no sabían es que el destino, y los burócratas, les tendrían una trampa.
Apenas tocaron puerto en Guayaquil, la bienvenida se convirtió en pesadilla. La Federación Peruana había cambiado de directiva durante su travesía y, de la noche a la mañana, desconocieron el permiso otorgado. Un cable urgente viajó por el continente prohibiendo la actuación del equipo. Los jugadores estaban, literalmente, descalificados antes de patear un solo balón.
Deudores
Así comenzó el calvario, una odisea que los consumió lentamente. Sin poder jugar partidos oficiales (los dirigentes locales temían a la FIFA), seguían alojados y comiendo en un hotel. El dinero se esfumó en días. Tuvieron que gestionar adelantos urgentes desde Colombia solo para pagar la cuenta, mientras veían cómo las oportunidades de jugar se caían una tras otra por miedo a represalias.
En Colombia, la situación se puso peor. Lograron pactar encuentros bajo la condición de llevarse el 60% de la taquilla bruta, pero una maldición climática los persiguió. Después de semanas de sol, horas antes del pitazo inicial, una lluvia torrencial caía sin piedad, destrozando la recaudación. Estaban al borde de la bancarrota total.
La subsistencia
Ante la miseria, tomaron una decisión heroica: la Gira de Circo Pobre. Abandonaron las grandes ciudades y se lanzaron a los pueblos más recónditos de la región. Su fútbol elegante, de alta jerarquía, se presentó en plazas improvisadas donde la novedad era simple: había que pagar para ver. El equipo cercaba las canchas con costales vacíos y palos para poder cobrar la entrada.
La peor cancha de la gira fue en Perlera. Era una loma inclinada donde los arcos estaban en las faldas opuestas. Los defensas no podían ver a sus delanteros. ¿La solución? Los mediocampistas se paraban en la cima (el centro del campo) y gritaban los avisos a los backs cuando el ataque rival se acercaba. Fútbol de supervivencia, literalmente cuesta arriba.
La situación económica alcanzó su punto crítico en Barranquilla, donde debían $400 USD a la dueña de la pensión. Para poder salir y viajar a Santa Marta, tuvieron que dejar en prenda todos sus objetos de valor: relojes, anillos y mancuernillas. El Ciclista Lima se había convertido en un equipo de «caballeros pobres».
Rescate inesperado
En Santa Marta, les propusieron arreglar un empate contra los campeones locales para asegurar una segunda taquilla millonaria. A pesar de haber hipotecado sus joyas, los peruanos se negaron rotundamente: caballeros, ante todo. Ganaron el partido y lograron recuperar sus prendas al final de la jornada. Su integridad valía más que el dinero.
La luz al final del túnel llegó en Venezuela. En Maracaibo, el equipo tuvo que desfilar por la ciudad, vestidos de corto y precedidos por una banda, solo para hacer publicidad. La jugada maestra fue invitar al entonces presidente, el general Juan Vicente Gómez, a ver un partido. El militar, impresionado por el nivel de juego y conmovido por sus penurias, cubrió todos sus gastos en el país y les regaló 30.000 bolívares.
La vuelta del héroe castigado
Con el dinero fresco, la aventura siguió por el Caribe: Curazao, Trinidad. En Trinidad, un empleado del estadio les preguntó qué bandera era la peruana, un insulto a su orgullo que respondieron con un demoledor 7-0. Después de 63 partidos (55 ganados), decidieron volver. Estaban lesionados y el viaje en un buque inestable por el Caribe casi les cuesta la vida.
Llegaron al Callao en la cubierta de un petrolero, casi un año después de partir. A pesar de haber traído honores a Perú, la Federación mantuvo el castigo. Fue solo durante un clásico Alianza vs. Chalaco que el público, al ver aparecer a los jugadores del Ciclista en la cancha de ceniza, les tributó una ovación tan grandiosa que la Federación no tuvo más opción que reconocer su gesta y levantar la sanción.
Esta gira de 1931 no solo forjó leyendas; definió el espíritu de garra peruana. En la era del fútbol multimillonario de 2025, el relato de Ciclista Lima es un potente recordatorio de cuando el deporte se hacía por la camiseta, la dignidad y la necesidad, demostrando que el talento y la integridad pueden superar cualquier traición burocrática o adversidad climática.