¿La riqueza produce educación o la educación produce riqueza? Un tema crucial

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La pregunta sobre si la riqueza produce educación o si la educación produce riqueza suele presentarse como un dilema binario, casi como el viejo debate del huevo y la gallina. Sin embargo, esta dicotomía revela una visión demasiado simplista de una relación profundamente compleja y multidireccional.

🤔 Una pregunta que desafía la linearidad

La evidencia histórica, sociológica y económica sugiere que no se trata de una causalidad unidireccional, sino de un fenómeno bidireccional donde ambas variables se retroalimentan continuamente, generando ciclos virtuosos o viciosos según el contexto y las políticas públicas implementadas. Esta complejidad es precisamente lo que los economistas heterodoxos y los sociólogos críticos han señalado durante décadas: cualquier respuesta simplista oculta las estructuras de poder que determinan realmente cómo se distribuyen oportunidades educativas y recursos económicos en la sociedad.

💰🎓 La riqueza como facilitadora de acceso educativo

Es innegable que la riqueza facilita el acceso a la educación de calidad. Las familias con mayores ingresos pueden costear instituciones educativas privadas, profesores particulares, materiales didácticos, acceso a tecnología y, crucialmente, pueden permitir que sus hijos dediquen tiempo a estudiar sin necesidad de trabajar. Los datos internacionales son concluyentes: existe una correlación positiva entre el ingreso familiar y los años de escolarización completados. En Estados Unidos, según el Pew Research Center, el 90% de los hijos de familias con ingresos altos asisten a la universidad, mientras que este porcentaje cae al 50% en familias de bajos ingresos. Sin embargo, esto no significa que la riqueza sea condición suficiente para la educación, ni que sea la única puerta de entrada. Países como Finlandia, Vietnam y Costa Rica han demostrado que, mediante inversión pública estratégica en educación, es posible generar sistemas educativos de calidad incluso sin poblaciones extraordinariamente ricas. La clave está en cómo se distribuye la riqueza y en las decisiones políticas sobre presupuestos públicos.

🎯 La evidencia sobre retorno de inversión educativa

La investigación sobre capital humano, desde Gary Becker hasta los análisis recientes del Banco Mundial, demuestra que cada año adicional de educación correlaciona con incrementos significativos en ingresos futuros. Un metaanálisis de Psacharopoulos y Patrinos (2018) encontró que el retorno promedio global de un año adicional de educación es del 10% en ingresos individuales. La educación genera competencias, credenciales y redes que abren puertas al mercado laboral, permitiendo a individuos de orígenes humildes acceder a posiciones mejor remuneradas. Casos como el de Bill Gates, Steve Jobs o Elon Musk —cuyas familias tenían recursos moderados— ilustran cómo la educación formal o autodidacta puede convertirse en puente hacia la riqueza. Pero más significativos aún son los millones de personas en países en desarrollo que han escapado de la pobreza mediante educación. En Bangladesh, Vietnam y Ruanda, la expansión educativa ha precedido históricamente al crecimiento económico, no al revés. Esto sugiere que la causalidad corre, al menos parcialmente, desde educación hacia riqueza.

⚠️ Desigualdad estructural y reproducción intergeneracional

Aquí emerge la tensión más profunda: aunque educación puede producir riqueza, la riqueza existente tiene enorme poder para perpetuarse a través de ventajas educativas. Pierre Bourdieu llamó a esto «capital cultural heredado» —la familia rica no solo hereda dinero, sino también expectativas académicas, lenguaje sofisticado, acceso a redes y conocimiento tácito sobre cómo navegar instituciones. El sociólogo francés demostró que incluso en sistemas educativos «igualitarios», las familias privilegiadas logran mantener sus hijos en trayectorias de éxito educativo y económico. Esta es la trampa circular: la riqueza produce educación de calidad, esa educación produce más riqueza, y esa riqueza nuevamente produce educación ventajosa para la próxima generación. Mientras tanto, los pobres, aunque accedan a educación (frecuentemente de menor calidad), enfrentan barreras estructurales que limitan su conversión en riqueza. Estudios sobre movilidad intergeneracional muestran que, en países con alta desigualdad, la probabilidad de que un hijo pobre se convierta en adulto rico es notablemente baja, incluso con educación.

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📊 La evidencia empírica desde diferentes ángulos

Los datos internacionales ofrecen matices valiosos. El Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas muestra que países como Noruega, Suecia y Singapur combinan educación universal de calidad con prosperidad económica, pero es difícil determinar dónde comenzó el ciclo virtuoso. En Corea del Sur, la expansión educativa masiva en los años 1960 precedió al despegue económico de los 1970-80, sugiriendo que educación fue palanca inicial. Inversamente, en algunos países árabes con petróleo (como los Emiratos Árabes Unidos), la riqueza del recurso natural permitió inversiones educativas que posteriormente generaron diversificación económica. Los datos sobre países en transición postsoviética también son ilustrativos: heredaron sistemas educativos robustos, pero no convirtieron automáticamente eso en riqueza sin reformas económicas e institucionales. Esto demuestra que educación es necesaria pero no suficiente para generar riqueza; requiere ecosistema económico, instituciones, mercados y estabilidad política. Del mismo modo, la riqueza sin educación tiende a ser insostenible: el síndrome holandés y la maldición de recursos naturales

🌍 La matización crucial: contexto institucional e histórico

La relación entre riqueza y educación no es universal, sino profundamente contextual. En el siglo XIX, Gran Bretaña fue rico antes de ser masivamente educado; la Revolución Industrial precedió a la educación obligatoria (1870). Suecia, en cambio, invirtió en educación popular desde el siglo XVIII sin ser particularmente rico, y eso pavimentó su posterior prosperidad. Japón tras la Restauración Meiji (1868) priorizó educación pese a ser menos desarrollado que potencias europeas; hoy es una economía de servicios sofisticados. Los giros históricos revelan que la decisión política es la variable independiente real. Cuando gobiernos priorizan educación incluso antes de tener riqueza abundante, logran generarla. Cuando gobiernos priorizan riqueza sin educación (o cuando la riqueza se concentra sin inversión educativa pública), generan desigualdad insostenible. La institucionalidad también importa: incluso con riqueza, si el sistema educativo es corrupto, ineficiente o elitista, no generará oportunidades masivas. Y aunque la educación sea universal, si no hay empleo decente, infraestructura o mercados para convertir habilidades en ingresos, tampoco generará riqueza individual.

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🔗 Hacia una síntesis: la complementariedad dialéctica

La respuesta más honesta es que la pregunta original está mal planteada. No es «¿Cuál produce cuál?» sino «¿Cómo se refuerzan mutuamente bajo ciertas condiciones?» Educación y riqueza son dos dimensiones de un proceso más amplio de desarrollo humano. La educación produce riqueza cuando hay instituciones que canalicen habilidades hacia economía productiva. La riqueza financia educación cuando hay voluntad política y cuando esa educación no es meramente credencialista sino transformadora. El Banco Interamericano de Desarrollo (2020) lo expresa bien: el desarrollo requiere «complementariedad de capitales» —capital físico, capital humano (educación), capital institucional e incluso capital social. Cualquiera de estos en aislamiento es insuficiente. El círculo virtuoso emerge cuando: (1) inversión pública en educación de calidad es prioridad política, (2) esa educación conecta con oportunidades laborales reales, (3) esos empleos generan ingresos que se reinvierten en educación de la siguiente generación, y (4) instituciones robustas garantizan que ese ciclo se expande incluyentemente, no concentradamente.

💡 Conclusión: una sabiduría para políticas públicas

La pregunta «¿Riqueza produce educación o educación produce riqueza?» nos enseña que los ciclos de causación mutua son la realidad, y la política pública es lo que decide si son virtuosos o viciosos. Históricamente, algunos países han roto la pobreza mediante educación incluso antes de ser ricos (Corea del Sur, Vietnam); otros usaron riqueza existente para expandir educación (Noruega, Singapur). Lo que todos los casos exitosos comparten es decisión política deliberada de invertir en educación como bien público, no como privilegio. Para gobiernos con recursos limitados, la evidencia es clara: educación pública de calidad es inversión de altísimo retorno —no solo económico, sino social y político.

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Para gobiernos con recursos abundantes, la tentación es invertir selectivamente, generando educación élite; la historia muestra que esto es miope. La verdadera transformación emerge de apuesta por educación masiva de calidad, que además de generar capital humano, erosiona desigualdad estructural y democratiza oportunidades. En última instancia, riqueza y educación no son opuestos ni secuencias lineales: son expresiones complementarias de qué tipo de sociedad decidimos construir. La pregunta relevante no es cuál produce cuál, sino: ¿qué políticas aseguran que ambas se refuercen en círculos inclusivos, y no excluyentes?

Foto Andina