La búsqueda por el origen del arte nos lleva a las profundidades de las cuevas, donde nuestros ancestros dejaron la impronta de su existencia. Durante mucho tiempo, la Cueva de Chauvet en Francia ostentó el récord de las pinturas rupestres más antiguas conocidas.
Sin embargo, un hallazgo en el norte de España revolucionó esta concepción. Hoy, la pintura más antigua del mundo con una datación directa y un consenso científico significativo se encuentra en la Cueva de El Castillo, en la comunidad de Cantabria, España, y está abierta al público para su contemplación, aunque con estrictas regulaciones de conservación.
La obra en cuestión no es una escena compleja, sino un simple pero poderoso elemento: un gran disco rojo. Esta mancha, que a primera vista podría parecer trivial, ha sido sometida a rigurosos análisis científicos. Investigadores de la Universidad de Bristol utilizaron la técnica de la datación por uranio-torio, mucho más precisa para estos materiales que el tradicional carbono-14. Los resultados, publicados en la prestigiosa revista Science, arrojaron una asombrosa antigüedad de al menos 40,800 años.
La validez de este récord se sustenta en la fiabilidad de la datación por uranio-torio 234U 230Th. Esta técnica mide la desintegración radiactiva de trazas de uranio en las delgadas capas de calcita que se han depositado sobre el pigmento a lo largo de los milenios. Al fechar la calcita más cercana a la pintura, se establece una edad mínima irrefutable para la obra. Este método ha permitido fechar no solo el disco rojo, sino también un estarcido de una mano en la misma cueva con una antigüedad similar, confirmando la presencia de arte en la península ibérica mucho antes de lo que se creía.
La matización histórica: ¿Obra Neandertal o Sapiens?
La datación de 40,800 años es crucial porque introduce una matización histórica y antropológica fundamental. En ese periodo, la península ibérica era habitada tanto por los primeros Homo sapiens (Cromañón), que llegaban desde África, como por los últimos Neandertales europeos. Esta cronología abre la fascinante, aunque aún no probada, posibilidad de que el arte más antiguo del mundo no haya sido creado por Homo sapiens, sino por un Neandertal, desafiando así nuestra comprensión lineal de la evolución cultural humana.
Aunque se exhibe, es fundamental matizar el cómo. La Cueva de El Castillo forma parte de un complejo de cuevas catalogado como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Para preservar estas frágiles obras del Paleolítico Superior, el acceso es extremadamente limitado y controlado. Solo pequeños grupos de visitantes son admitidos diariamente para mantener estables los niveles de temperatura, humedad y dióxido de carbono, elementos que, si se alteran, degradarían irremediablemente los pigmentos y la capa geológica protectora.
Valor histórico y simbólico de la obra
El valor del simple disco rojo de El Castillo trasciende la mera antigüedad. Simboliza el origen de la expresión simbólica en la humanidad, un hito que marca la diferencia con otras especies. Aunque no es tan espectacular como los bisontes de Altamira o los rinocerontes de Chauvet, su edad lo convierte en un testimonio directo de los primeros pasos de la cognición estética y comunicativa, mucho antes del desarrollo de la caza organizada o la fabricación de herramientas complejas.
Existen otros sitios que reclaman antigüedades incluso mayores, como los grabados de Blombos Cave en Sudáfrica o las pinturas en cuevas de Indonesia, datadas por encima de los 44,000 años. Sin embargo, estas últimas, como el cerdo verrugoso de Sulawesi, a menudo carecen de la misma solidez y consenso científico en su datación o se refieren a grabados y no a pinturas propiamente dichas. La pintura de El Castillo mantiene su estatus como la obra pictórica exhibida con la datación mínima más robusta en el contexto del arte paleolítico europeo.
El disco rojo de El Castillo es, por tanto, una ventana al pasado más remoto del arte, una simple señal en la roca que nos recuerda que la necesidad de crear y expresarse no es un lujo, sino una característica intrínseca de la mente humana. Su existencia y fragilidad nos obligan a reflexionar sobre la responsabilidad de la conservación de este legado, asegurando que las pinceladas más antiguas de la historia sigan inspirando a futuras generaciones.
