Con mamá, en el tren

 

En el tren de Roma a Florencia, hoy cerré los ojos y abrí la puerta de la casa de mis padres en el puerto de Pacasmayo. Era una tarde caliente de primavera, y además el cansancio de un viaje largo por la isla de Sicilia me llamaba a la siesta y el descanso. No sé si me encontré con las primeras personas que quise en esta vida, pero las sentí. Pocha y Pilar, mis hermanas estaban en el colegio, y mi amado padre en su estudio de abogados. Mi madre estaba allí, aunque yo no la viera porque siempre ha estado conmigo. También estaba la voz del mar que me invitaba a soñar y a recordar.

¿Mamá, estás allí?, Pregunté, pero no escuché respuesta alguna. Caminé luego por el malecón del puerto, y allí enfrente clausurando el horizonte se alzaba el muelle negro, eterno e interminable. De repente sentí que una marejada se llevaba el muelle, mi infancia y mi sueños.

Pero mi madre estaba allí, y hoy como todas las tardes la recuerdo. No le escucho, pero todas las veces en que cierre los ojos, ella estará conmigo. Y cuando a mí también me toque irme, vendrá a cerrarme los ojos y a decirme que no me asuste porque todo es un sueño, y volveré a escuchar las voces de los pasajeros, y la de mi madre quien me aconseja que sueñe que estoy dando una siesta en un tren que avanza desde Roma hasta Florencia.

A todas las madres, en su día.

 

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