Mi padre prendió un cigarrillo y se envolvió en albos vapores de humo. Quizás, se escondió entre las nubes. Nosotros, los suyos, nos quedamos pensativos esperando su retorno.
Como todo en mi vida, desde la primera línea, mi primer libro hablaba de la persona que más ha influido en mi vida, el doctor Eduardo González León, mi padre quien, en este día, cumpliría 115 años.
Era abogado, era agricultor, era maestro e incluso fundó un colegio; pero sobre todo era padre. Un día, en el fundo de arroz que poseía, tomó en las manos un poco de barro y me lo puso la cara: “Besa –me dijo– besa este barro porque de él vas a vivir, y besa este barro para que aprendas a amar y a entregar toda tu vida y todos sus esfuerzos por amor a los demás… antes de que vuelvas a ser barro.”
Todo lo que se necesita para hacer un hombre bueno me lo enseñó él, y por eso lo recuerdo cada día, y hoy de rato en rato, siento la humedad del barro sobre mi rostro y miro hacia las nubes y me torno pensativo para decirle: ¡Feliz día, papá!