¿Hasta cuándo la pobreza crítica y la marginalidad social?

 

Parece contradictorio, pero a decir de quienes manejan la economía del país, pese a la crisis actual, con recesión y todo, la reducción de la pobreza muestra cifras significativas. Lo que en pocas palabras quiere decir que no hay mucha oportunidad de trabajo, pero tenemos ahora más gente que calma la sed y el hambre de cada día. El informe, sin embargo, ha puesto de buen humor al premier Pedro Cateriano y tambien al ministro del ramo Alonso Segura, para quien tal es la consecuencia de la política social que impulsa el gobierno. No está mal que lo celebren, si en conciencia es lo correcto, pero mejor sería que reconocieran que en ese grupo humano no figuran los casi siete millones de peruanos con un nivel de gasto inferior al costo de la canasta básica de consumo compuesta por alimentos y no alimentos. En todo caso y para no hacer las veces de aguafiestas, podríamos alentar la continuidad de acciones similares, esperando que los programas sociales cumplan el cometido de promover el desarrollo del capital humano y no quedarse en meros programas asistencialistas. Lo importante es que no se gobierne para promover un país parasitario, tal como se hizo durante el régimen autocrático de Fujimori, cuyo fin último era buscar apoyo puramente electorero.

Ahora bien, al margen de ello y cuando hay quienes celebran por adelantado que ya llega el fin del actual régimen, sin posibilidades de reelección, llama la atención que los posibles candidatos no pongan en sus presentaciones mediáticas el acento en las medidas que piensan adoptar para erradicar, en forma contundente, la pobreza crítica y la marginalidad social. Hablan de muchas cosas, sobre todo de economía y explotación de los recursos naturales, lamentablemente, dentro de los márgenes del neoliberalismo, pero ninguno reconoce que los problemas anotados líneas arriba, son en estos momentos, y por un buen rato, exigencias altamente prioritarias y condicionantes de la posibilidad de hacer emerger el nuevo poder social y con ello la recuperación de un clima mejor de armonía, paz y justicia que tanto se requiere en estos momentos ¿Será que le temen al poder social del pueblo y que por eso se mantienen callados? Estoy casi seguro que así es. Diría que tal la madre del cordero. Esto porque bien se sabe que la miseria y la marginalidad social tienen efectos desmovilizadores cada vez más difíciles de superar y provocan un paquete de problemas y de obstáculos muy graves para la organización social del pueblo. Basta con leer, escuchar y mirar los espacios noticiosos de los medios de comunicación que todavía piensan que el neoliberalismo es la salvación de la humanidad, para que se pueda concluir que esos posibles candidatos coinciden, en un cien por ciento, con la vigencia de un Estado represor antes que el advenimiento de un Estado de democracia participativa. La bellaquería es tanta que no llegan a darse cuenta que con represión y más represión le están haciendo el juego a los grupos violentistas y a quienes se infiltran en las protestas públicas en cumplimiento de las consignas demenciales del extremismo político.

Acccionar contra la pobreza crítica y la marginalidad social es más que urgente. No bastan los programas sociales que se han puesto en marcha. Esta es una meta mucho más grande, que desafía al Estado y a todos los actores sociales, políticos, económicos y culturales con responsabilidades y capacidad de actuar. No se trata, por supuesto, de paliar miseria y marginalidad por las vías asistencialistas y paternalistas privadas y públicas, sino de crear las condiciones necesarias para que todos tengan acceso a un empleo y a un salario estable y justo. ¿Cómo lograr esto? Existen diferentes alternativas, más allá de la acostumbrada explotación de los recursos mineros y otras riquezas naturales que tiene en abundancia el país y que no se utilizan para el desarrollo de la más variada industria nacional. En el corto y mediano plazo, la reactivación de la economía con una visión distinta a la actual puede provocar la generación gradual y creciente de empleos y una perspectiva de desarrollo dentro de la globalidad mundial. Otros países lo han hecho en regiones distintas a la nuestra, dejando de lado el recetario neoliberal. Entonces, pregunto, ¿Por qué también no hacemos algo parecido y más creativo? ¿Nos faltan mentes más lúcidas y mejor preparadas a tal efecto? Si así fuera, no quedaría otra cosa que llorar en el muro de las lamentaciones. Sentirse derrotado antes de tiempo no es lo propio en pueblos como el nuestro que, ante la desgracia, siempre ha sabido ponerse de pie. Ahora tocar hacer eso. Agitar el espíritu, recurrir al conocimiento, despertar el talento. Y entonces llegará el día, más temprano que tarde, en que se saldrá de la miseria y marginalidad. Es cuestión de crear mejores condiciones y posibilidades para la organización social del pueblo y para el consecuente nuevo poder social que debe emerger y consolidarse, sin necesidad de recurrir a la violencia física o material, sino más bien en términos muy definidos de lo que significa la vida en democracia.

¿Esta tarea será asumida por los políticos que ya se apuntan como futuros candidatos y que inclusive adelantan fórmulas presidenciales? Tal como se observa el panorama, estoy entre quienes dudan sobre tal posibilidad en lo inmediato. Ni en la derecha ni en la llamada izquierda nativas encuentro respuestas inteligentes y racionales. Siguen con la misma mazamorra. No han cambiado. Desconocen que hay ideas, de verdadera democracia, que todavía no han madurado en el colectivo nacional. Consideran que es una utopía. Allá ellos. Esa utopía, sin embargo, mañana más tarde, puede convertirse en realidad.

 

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