El filósofo y sociólogo, alemán, Jürgen Habermas considera que ni Kant, ni Hegel, ni Marx lograron esclarecer la relación entre ciencia y filosofía. Marx sacrificó la filosofía en aras de la ciencia y cometió el error de hacer depender o reducir las relaciones humanas a la dimensión del desarrollo de las fuerzas productivas. El capitalismo avanzado predomina a la acción técnica y excluye los temas morales porque no aportan a la producción y al consumo.
El sociólogo, Ralf Dahrendorf sostiene que los nuevos conflictos son más de carácter moral que económico. Él señala que ha surgido un nuevo espacio económico – el mercado global – que ninguna empresa o estado puede negar sin pagar un alto precio. Ningún pueblo puede mantenerse al margen de la nueva dinámica del capitalismo globalizado, sin correr el riesgo de la marginación total. Todas las economías nacionales están relacionadas en un solo mercado de la competencia, y en todas partes la economía entera participa de los crueles juegos que se desarrollan en este escenario. El mercado del sistema global está controlado por las empresas transnacionales. El consumo inacabable en provecho de las empresas transnacionales exige eliminar los valores tradicionales. La competitividad y el consumo deben ser la primera y única norma. No le interesa constituir la libertad y la ética. La élite da el tono del relativismo. Nos quedan solo las instituciones de la libertad (elecciones, economía del mercado, los tres poderes) que son como estructuras funcionales de vidrio y hormigón en las cuales no es fácil encontrar un sitio acogedor de confianza. Faltan ligaduras más profundas. Los valores o la ética son los lazos imprescindibles para unir a las personas y para dar sentido a su existencia: amor, solidaridad, confianza, justicia etc.
Jean-Claude Michéa, filósofo, francés, y ex militante del partido comunista, comprueba que la élite mundial impone que los seres humanos dejan de sentirse humanos para que se resigna a ser pobres egoístas, condenados a producir y consumir. “¿Cómo se puede escapar a la guerra de todos contra todos, si la virtud no es más que la máscara del amor propio, si nadie puede confiar en el otro y si uno solo puede confiar en sí mismo?” Esta es, en definitiva, la cuestión lanzada por la Modernidad. Esta civilización extraña, la primera en la historia, ha fundada su progreso sobre la desconfianza metódica, el miedo a la muerte y la convicción de que el amor y el darse son actos imposibles. Ningún cálculo fundado solo en el interés económico puede permitir que los individuos entren en el círculo de confianza.
Pablo VI señaló en 1967 que las causas de subdesarrollo no son principalmente de orden material. Pablo VI puso en guardia sobre la ideología tecnocrática. La técnica es ambivalente. Las estructuras económicas deben ser instrumentos de la libertad responsable de cada uno y de los pueblos. Sin embargo, la razón no puede fundar la hermandad. Principalmente falta la fraternidad entre los seres humanos y entre los pueblos. Falta buscar un humanismo nuevo (Populorum Progressio). Un avance económico sin espíritu termina en la destrucción de la naturaleza, injusticias y violencia. El nuevo humanismo es la caridad cristiana como la fuerza principal al servicio del desarrollo.
El filósofo, español, Fernando Savater, nos dice que es indispensable una condición de ética más allá de que nos cuenta la televisión. Tenemos que aprender por qué ciertos comportamientos nos convienen y otros no. Cuando un ser humano me conviene bien, nada me puede venir mejor. A ver, ¿qué conoces tú que sea mejor que ser amado? Todos los intereses son relativos salvo un interés, el mejor, el único absoluto: el interés de ser humano entre los humanos, sin el cual no puede haber buena vida.
El filósofo, uruguayo, Alberto Methol Ferré considera que la idea del “individuo” surgida en la historia europea como el núcleo de la construcción de la sociedad, ocupa un lugar central en la filosofía moderna. El individuo se siente realizado cuando no es coherente consigo mismo ni con los demás porque se siente libre. El individualismo y el escepticismo desembocan en un libertinaje. En una sociedad sin ideal o moral. El consumo promueve el hedonismo, el consumismo sexista, la multiplicación descontrolada de la pornografía, el erotismo y el placer inmediato. Ya no existe una relación personal. Se elimina el tú. No interesa quién es el otro. El libertino no cree en la justicia, la verdad y el bien. El eterno círculo del placer del poder y del poder del placer. El líder político, corrupto, no tiene vergüenza de su comportamiento. Cuando lo acusan, se declara victima político.
El conocido periodista Chris Hedges, premio Pulitzer, cuestiona la utopía de los nuevos ateos. Ellos creen que pueden vencer la problemática actual de la humanidad. Los nuevos ateos reducen conocimiento a conocimiento material de la ciencia. Ellos se imaginan que la ciencia podrá conocer y aclarar todo, pero ellos refuerzan la satisfacción de los deseos materiales y, por lo tanto, se alejan de la reflexión critica. Los que están limitados por la razón de lo material no pueden entender las verdades profundas de la vida, la alegría, y la desesperación. No pueden manejar las motivaciones irracionales, las dudas y las ambigüedades. No son conscientes de su impotencia radical. No entienden que conocimiento no es sabiduría.
El teólogo, Hans Kung, lo expresa de una manera más profunda: “O bien digo no a una meta principal de la vida humana, del proceso del mundo, y entonces las consecuencias son incalculables. En efecto, como dice Jacques Monod, ateo, premio nobel de biología, evocando con razón, el “Sísifo” de Camus: Cuando el hombre acoge este mensaje negativo con todo su significado, tiene que despertar por fin del sueño milenario, y reconocer su total desamparo, su exilio radical. En este momento sabe que, como un gitano, tiene su puesto en la periferia del universo, del cual es sordo para su música e indiferente ante sus esperanzas, sufrimientos y delitos” (Küng, ¿Vida Eterna?, 2011, 368, Ed. Trotta). En el universo nadie manda, nadie obedece y nadie es culpable.
Benedicto XVI reconoce que el desarrollo ha sacado a miles de millones de personas de la miseria, pero existe una crisis actual. Los efectos perniciosos de una actividad financiera mal utilizada, explotación inadecuada de los recursos de la tierra, falta de respeto de los derechos humanos, desviación de ayudas internacionales, protección excesiva de los países ricos, las ideologías que simplifican la realidad, hay corrupción e ilegalidad en los países ricos y pobres, el poder político de los Estados ha disminuido por el nuevo contexto global económico-financiero, las nuevas formas de competencia de empresas transnacionales con fiscalidad favorable de parte de los gobiernos que promueven el recorte del gasto social que afectan los derechos de los trabajadores, también promovido por las instituciones financieras internacionales, la desregulación trae incertidumbre en el trabajo que crea inestabilidad en las familias, en muchos países pobres persiste la inseguridad alimentaria por falta de insuficiencia de recursos sociales, el más importante para seguir otros derechos, comenzando el derecho primario a la vida. En los países menos desarrollados muchedumbres inmensas carecen de lo necesario.
La experiencia de unos setenta millones de muertos en las dos guerras mundiales, obligó la humanidad a fundar la ONU en 1945, con la intención de mantener la paz, fomentar las relaciones de amistad entre los países, promover la vida social, un mejor nivel de vida y los derechos humanos. Sin embargo, todas las filosofías modernas tienen la dificultad de defender la dignidad intrínseca de la persona. La crisis de la tradición de los valores, en el mundo actual, ha cambiado profundamente la cultura. Ya no hay un espacio para una realidad transcendental y tampoco para la evaluación del bien y del mal. El ser humano es una casualidad en la indiferencia inmensa del universo. En el universo nadie manda, nadie obedece y nadie es culpable. Los grandes negocios son la trata de personas, la drogadicción, la venta de armas, el organismo internacional de extorsión y los poderes que obligan al pueblo, creer en sus mentiras, y, corromperse.
La ética no es en primer lugar criticar a los demás sino asumir su propia libertad y responsabilidad. La sociedad actual tiene como principios la igualdad y la libertad, pero el individualismo, o sea, el egoísmo, la envidia, la violencia y la corrupción son comunes. A los dos principios fundamentales les falta el principio más fundamental del amor, entendido como buscar el bien y hacer el bien. El ser humano culto, en el sentido profundo de la palabra, reflexiona sobre la gran dimensión de su existencia que lo lleva a interrogarse sobre el misterio de su existencia.