Fernando el “Cóndor» Mellán, con la pausa y la memoria de un tiempo que no volverá, se sienta a desempolvar las anécdotas que lo hicieron una leyenda en la defensa de Sporting Cristal.
Más que un simple recuento de partidos, el exjugador celeste nos abre la puerta a un pasado glorioso y, a veces, muy duro, donde el fútbol se vivía con una pasión que trascendía los límites de la cancha. El «Cóndor» nos devuelve a los años 60 y 70 con la riqueza de sus vivencias en una conversación a la cuenta Glorioso Celeste de You Tube.
Su llegada al cuadro rimense no fue casual. Tras sus inicios en el Mariscal Sucre de segunda división, el destino le puso en el camino a Waldir Pereira, el legendario «Didi», quien en 1967 le hizo el llamado que cambiaría su vida. Mellán se unió al equipo de la Florida y, en 1968, se consagró campeón en su primera temporada, un debut soñado que sentaría las bases de su legado.
Pero antes de convertirse en una figura, le dieron el apodo que lo inmortalizó. A Mellán lo bautizó el “Cóndor» Pocho Rospigliosi, tras una gira de la preselección nacional en la que el defensa deslumbró con su imponente físico y su dominio aéreo. Un sobrenombre que abrazó su figura y se volvió parte de su identidad futbolística.
Sin embargo, la historia del «Cóndor» Mellán no solo está hecha de títulos y halagos. Su relato sobre el partido de Copa Libertadores de 1971 contra Boca Juniors en La Bombonera es una de las anécdotas más crudas del fútbol sudamericano. Un partido que iba en favor de los celestes, pero que se tornó en una batalla campal que detuvo el tiempo.
El campo se convirtió en un ring, y Mellán, un protagonista involuntario, lo recuerda con una mezcla de indignación y asombro. Cuenta que recibió una patada «de un fantasma» por detrás, mientras los jugadores de ambos equipos se enfrascaban en una monumental gresca. El caos fue total, con el partido suspendido, la policía interviniendo y varios futbolistas peruanos detenidos y llevados a la comisaría.
El saldo de aquella noche fue devastador. Mellán confiesa que el golpe lo dejó con una fractura, y que la pelea fue de tal magnitud que Alberto Gallardo, su compañero y amigo, fue vetado de por vida para jugar en Argentina por la repercusión de lo sucedido. Un episodio que dejó una marca indeleble en la memoria de toda una generación.
No obstante, su carrera también se tejió con historias más ligeras. Mellán rememora los estrictos regímenes de concentración, en los que la disciplina era innegociable. No duda en evocar la travesura de un colega, quien una noche de toque de queda logró evadir la vigilancia para ir a ver a su esposa.
El defensa también tuvo la oportunidad de trabajar bajo el mando de entrenadores con personalidades muy distintas. Se refiere a Rudi Gutendorf como un técnico con una mentalidad europea demasiado exigente para los jugadores de su época, a quienes les imponía una preparación física exhaustiva.
En contraste, Marcos Calderón, con quien ganó su cuarto y último título en 1979, fue un estratega formidable y de carácter fuerte. Mellán cuenta cómo tuvo que ganarse la confianza de Calderón, pero una vez que lo hizo, se forjó un respeto mutuo que perduró hasta el final.
Con la perspectiva que dan los años, el «Cóndor» no elude el análisis del fútbol actual. Considera que la calidad física de los jugadores ha mermado con el paso del tiempo, una crítica que refleja su visión de un fútbol donde la garra y la potencia eran tan importantes como el talento con el balón.
Pero quizás la revelación más entrañable de la entrevista es su profunda gratitud hacia la familia Bentín, fundadora de Sporting Cristal. Mellán los describe como unos segundos padres para él y sus compañeros, quienes les enseñaron no solo a ser futbolistas, sino a ser hombres de bien, con valores y educación.
El «Cóndor» Mellán cerró su ciclo en el fútbol profesional en 1979, con un título más en su palmarés, dejando una huella imborrable en la historia celeste. A la distancia, su voz se quiebra al afirmar que todo lo que tiene, todo lo que fue, se lo debe a Sporting Cristal. Porque para él, el club fue más que un equipo: fue una familia, una escuela y la cuna de sus más grandes batallas.
Foto gloriosoceleste.com