El problema difícil de la conciencia es uno de los mayores misterios sin resolver en la ciencia y la filosofía. Acuñado por el filósofo David Chalmers, no se refiere a la capacidad de un cerebro para procesar información o tomar decisiones (lo que él llama el «problema fácil»), sino a la pregunta fundamental de por qué existe la experiencia subjetiva.
En esencia, ¿por qué el procesamiento de la información en el cerebro va acompañado por una experiencia interna, como el color rojo, el sabor del café o la sensación de dolor?
El problema difícil es un puente que aún no hemos logrado cruzar: el que conecta la actividad física del cerebro con la cualidad de la experiencia consciente. Sabemos que la actividad neuronal en el área visual del cerebro se correlaciona con la visión de un color, pero no sabemos por qué esa actividad produce la sensación interna de ver el color rojo. Un robot podría procesar datos sobre la longitud de onda de la luz y decir que «ve» el rojo, pero ¿cómo sabríamos si tiene una experiencia consciente de ese color?
Este enigma se opone a una visión puramente materialista del mundo. Los neurocientíficos pueden identificar qué partes del cerebro se activan cuando una persona siente dolor o felicidad, pero no pueden explicar por qué esa activación se siente de esa manera. Pueden describir el mecanismo físico, pero no el fenómeno de la experiencia en sí. Un neurocirujano podría observar todas las conexiones neuronales de tu cerebro, pero aún no sabría lo que se siente ser tú.
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Los defensores de esta teoría sostienen que el problema difícil nos muestra los límites de las explicaciones puramente físicas. A diferencia de otros fenómenos, la conciencia no es simplemente un proceso funcional. Se resiste a ser explicada por la suma de sus partes. Incluso si pudiéramos replicar un cerebro neurona por neurona, seguiría habiendo un vacío en nuestra comprensión: la conciencia no parece ser el resultado lógico de una serie de cálculos, sino una cualidad completamente distinta que emerge de ellos.
Una de las ideas más famosas para ilustrar este problema es el «zombi filosófico», un ser idéntico a un humano en su composición física y en su comportamiento, pero sin ninguna experiencia consciente. Aunque este zombi es un experimento mental, su sola posibilidad sugiere que la conciencia no es lo mismo que el funcionamiento físico del cerebro. Si el zombi puede existir, incluso en la teoría, significa que la conciencia es algo más que una mera propiedad del cerebro.
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El problema difícil de la conciencia no es una cuestión de ingeniería o de datos, sino un profundo misterio sobre la naturaleza misma de la realidad. Nos desafía a repensar si todo en el universo puede explicarse con las leyes de la física o si la experiencia subjetiva es un fenómeno fundamental que requiere una nueva forma de pensar, una que aún no hemos descubierto.