La huella eterna del grandioso imperio persa: un legado vivo en el Irán actual (Crónica)

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En los vastos y áridos paisajes de lo que hoy conocemos como Irán, se levantó hace milenios un imperio que no solo dominó extensas tierras, sino que también sembró las semillas de la civilización de una manera única y perdurable.

Los persas, con su formidable dinastía Aqueménida (c. 550-330 a.C.) a la cabeza, no buscaron únicamente la conquista militar, sino la integración y el respeto por las culturas de los pueblos bajo su dominio. Figuras como Ciro el Grande, artífice del primer imperio mundial y autor del famoso Cilindro de Ciro (considerado por muchos un precursor de los derechos humanos), y Darío I el Grande, un administrador y organizador sin par, no son solo nombres en los libros de historia; son los arquitectos de un legado que aún hoy resuena en la identidad y el carácter de la nación iraní.

Lo que distinguió al Imperio Persa de sus predecesores, como los asirios o babilonios, fue su enfoque en la tolerancia religiosa y cultural, y una administración sofisticada. Lejos de la brutalidad y la deportación masiva, los persas, como lo atestigua el retorno de los judíos a Jerusalén bajo Ciro, permitieron a los pueblos subyugados mantener sus costumbres, religiones y leyes locales, siempre y cuando reconocieran la autoridad del Gran Rey y pagaran sus tributos.

Esta visión innovadora, plasmada en la organización de satrapías (provincias) con gobernadores locales y la supervisión de «Ojos y Oídos del Rey», fomentó la estabilidad en un imperio de proporciones colosales que, en su apogeo bajo Darío I, se extendía desde los Balcanes y Egipto hasta el valle del Indo. Esta vasta extensión facilitó un intercambio cultural y económico sin precedentes, sentando las bases de la globalización temprana.

Una de las contribuciones más notables de los persas fue su ingeniería y arquitectura monumental. Las impresionantes ciudades de Persépolis y Pasargada, con sus palacios ornamentados como el Apadana, sus intrincados relieves y sus vastas terrazas, son testimonio de un dominio técnico y artístico asombroso.

El uso de la piedra, las columnas estriadas y los capiteles con figuras de toros o grifos son sellos distintivos de un estilo propio. Pero más allá de lo estético, desarrollaron sistemas de irrigación avanzados como los qanats, complejos túneles subterráneos que captaban agua de acuíferos y la transportaban a grandes distancias, minimizando la evaporación. Estos qanats son una maravilla de ingeniería hidráulica que aún hoy se utilizan en muchas regiones áridas de Irán, transformando desiertos en tierras fértiles y demostrando una profunda comprensión de la gestión del agua que es vital en el clima actual del país.

El ingenio persa también se manifestó en la creación de infraestructuras vitales. La famosa «Ruta Real», una extensa red de caminos de más de 2.500 kilómetros que conectaba ciudades clave como Susa (una de las capitales) con Sardes en Asia Menor, no solo facilitó el movimiento de tropas y el comercio, sino que también agilizó las comunicaciones gracias a un eficiente sistema postal y de relevo de jinetes, comparable al Pony Express milenios antes.

Esta red de carreteras fue fundamental para la cohesión del imperio, la movilización de recursos y el control territorial, sentando un precedente para futuras civilizaciones y reflejando una visión centralizada que, de alguna manera, se proyecta en la infraestructura moderna de la República Islámica de Irán.

En el ámbito de las ideas, el zoroastrismo, la antigua religión persa fundada por el profeta Zaratustra (siglo VI a.C.), dejó una marca indeleble. Con su énfasis en la dualidad entre el Asha (verdad, orden) y el Druj (mentira, desorden), la elección moral individual, la responsabilidad personal y la creencia en un juicio final y un Mesías salvador, influyó significativamente en el desarrollo de religiones monoteístas posteriores como el judaísmo, el cristianismo y el islam.

Aunque Irán es hoy mayoritariamente chií, los principios éticos del zoroastrismo y su profundo simbolismo (como el fuego sagrado) siguen siendo parte del patrimonio cultural y la identidad nacional iraní, y los pequeños grupos de zoroastrianos que aún existen en el país son un testimonio vivo de esta herencia.

El legado persa, aunque a menudo eclipsado por otras narrativas históricas eurocéntricas, es innegable y profundamente arraigado en el Irán actual. Desde su lengua, el persa o farsi, que conserva gran parte de su léxico y estructura antigua, hasta la celebración del Nowruz (Año Nuevo persa, de origen zoroastriano) que es una festividad nacional, la historia aqueménida sigue siendo una fuente de orgullo y continuidad cultural. Su modelo de gobernanza que promovía la diversidad, sus avances tecnológicos en ingeniería y arquitectura que desafían el tiempo, su contribución a las infraestructuras que unificaban territorios y sus profundas ideas filosóficas y religiosas que moldearon el pensamiento mundial, sentaron las bases para gran parte del desarrollo de la civilización.

Los persas no solo construyeron un vasto imperio, sino que tejieron una rica herencia cultural que Irán sigue abrazando y que, sin duda, ha enriquecido profundamente a la humanidad.

 

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