La historia del deporte nacional está llena de iconos, pero pocos brillan con la audacia y la versatilidad de Leonor Pinto. En 1948, el periodismo la describía como una «basquetbolista de calidad, voleibolista de condiciones y atleta de méritos indiscutibles». Hoy, en 2025, la llamaríamos simplemente: una leyenda multidisciplinar, una de las primeras superestrellas femeninas del Perú.
Nacida en el Callao, en la calle Colón, Leonor llevaba la pasión por la actividad física en el ADN. Su carrera no empezó bajo los reflectores ni con grandes patrocinios; comenzó en la oscuridad de una época donde el deporte femenino era prácticamente inexistente y no estaba «oficializado».
Desde sus años en el colegio Ponce Rodríguez, ella se autoentrenó con una disciplina feroz. Tras las clases y las responsabilidades en casa, salía a correr sola y a practicar básquet y vóley con un pequeño círculo de amigas. Fue un acto de pura rebeldía y convicción.
Ese esfuerzo clandestino se formalizó en mayo de 1928, cuando fundaron el Club Femenil Callao, enfocado inicialmente en el vóley y el básquet. Gracias a ese ímpetu y al trabajo de figuras como la señorita Pando, se iniciaron los primeros torneos y competencias que encendieron la chispa del deporte para las mujeres.
Pinto fue más que una jugadora de equipo. Su verdadera jerarquía se consolidó en la pista de atletismo entre 1929 y 1931, el epicentro de la competencia de la época junto a figuras como Bertha Sánchez y Victoria Stiglich.
En ese breve, pero explosivo periodo, Leonor impuso hasta cuatro récords nacionales, destacando por su capacidad para dominar eventos totalmente dispares: la velocidad pura y las pruebas de fuerza.
Sus marcas en 60 metros planos (8.5 segundos), el salto largo (4.30 metros) y el lanzamiento de disco (24.24 metros) eran el reflejo de una atleta con una constitución física natural privilegiada y un entusiasmo desbordante.
Una estrella forjada a pulmón, que sin un coach especializado lograba ser la mejor del país en un sprint y en lanzamientos.
El legado de una maestra
Tras su etapa como competidora activa, Leonor no se detuvo. Desde 1931, y especialmente al unirse a la Federación Femenina en 1932, su rol evolucionó hacia el liderazgo.
Se dedicó a preparar «elementos nuevos», convirtiéndose en una «maestra consciente y conocedora» que traspasó su sabiduría a las siguientes generaciones de deportistas. Su trabajo fue crucial para cimentar las bases que brillaron posteriormente.
Casi ocho décadas después queda claro que su visión y legado se hicieron realidad. El esfuerzo de esas pioneras como Leonor, que lucharon contra la «paupérrima ayuda» y la falta de medios, pavimentó el camino. Hoy, en 2025, las atletas peruanas tienen el lugar especial y las facilidades que Leonor y sus contemporáneas apenas soñaron, confirmando que la obra de esta gigante del Callao fue motor de arranque del deporte femenino en Perú.