Más allá del mate: las anécdotas de “Meche” Gonzales

shadow

 

El deporte, en ocasiones, regala historias que trascienden la mera competencia. Anécdotas llenas de sacrificio, pasión y un toque de nostalgia que solo el tiempo y la memoria pueden relatar. Y la vida de “Meche” Gonzales, una de las figuras más emblemáticas del voleibol peruano, es un crisol de esas memorias.

Nacida en Cajamarca y criada en Chimbote, su camino hacia el estrellato comenzó de la mano de su padre, un visionario director deportivo que vio en su hija un potencial ilimitado, a pesar de que en su juventud no existía una categoría infantil para el vóley, la motivó a jugar con las más grandes.

Su historia, digna de un guion de película, toma un giro crucial a la corta edad de 12 años, cuando la mirada del afamado entrenador japonés Akira Kato se posó sobre ella. Reconociendo su talento innato, la reclutó para la selección nacional. Un llamado que su madre, inicialmente reacia, aceptó gracias a la intervención de su padre, permitiendo así que “Meche” persiguiera un sueño que la llevaría a las alturas.

El ascenso meteórico de “Meche” estuvo marcado por una cualidad que la distinguía: un salto vertical portentoso. Ella misma confiesa que esta habilidad fue un «regalo de Dios», perfeccionado en las playas de Chimbote, donde saltaba sin cesar, motivada por su padre, quien le ponía metas cada vez más altas en las paredes de su casa para que pudiera alcanzarlas.

El peso de la responsabilidad llegó a sus 16 años, tras la pérdida de su madre. Una etapa de dolor que la obligó a asumir el cuidado de sus cinco hermanos menores, mientras la joven atleta se erigía como una figura crucial en la selección. Una carga emocional que, sin embargo, no mermó su espíritu guerrero en la cancha.

De los momentos más significativos de su carrera, recuerda con particular cariño su debut en los Juegos Olímpicos de México 1968. Entre la inocencia y el temor, se enfrentó a gigantes del vóley, como las jugadoras rusas y africanas. Fue el atleta peruano Fernando Acevedo quien, con un gesto de camaradería, la ayudó a sentirse a gusto en ese escenario de magnitudes épicas, dándole la seguridad necesaria para desatar todo su potencial.

En una conversación con Juan Carlos Esteves en You Tube, “Meche” Gonzales no solo revela sus logros, sino que también comparte los desafíos personales que moldean a una campeona. La crónica se vuelve sabrosa cuando detalla su salto al profesionalismo. Se convirtió en la primera voleibolista peruana en jugar en el extranjero. Un paso audaz a Estados Unidos, que la forzó a dejar atrás la estructura de la selección y forjar su propia independencia.

Su corazón la llevó a Italia, un destino que anhelaba desde niña, inspirada por las historias de su maestra. Allí, en la cuna del arte y la historia, encontró el amor y estableció su hogar en Módena. Un matrimonio repentino, luego de solo dos meses de conocer a su esposo, consolidó su vida en el Viejo Continente.

Pero su corazón seguía en el Perú, y su generosidad la llevó a ser un puente para sus compatriotas. Meche cuenta cómo inspiró a otras jugadoras peruanas a probar suerte en las ligas italianas, abriendo puertas y creando oportunidades para la siguiente generación de deportistas.

Incluso un gran talento tuvo que enfrentar la adversidad. La exvoleybolista rememora la decepción de no poder participar en el Mundial de 1982, un torneo al que había sido invitada pero que se perdió debido a una lesión en la rodilla. Un revés en el que, como en todos los aspectos de su vida, se armó de valor para seguir adelante.

La crónica culmina con una de las confesiones más íntimas de la deportista: su decisión de retirarse. Fue el llanto de su hijo, que no la reconoció al regresar de un viaje, lo que la impulsó a dejar las canchas para dedicarse por completo a su familia. Un sacrificio que demuestra que detrás de la atleta había una mujer con un corazón que latía con la misma fuerza por su familia y su pasión.