Desde finales de los años noventa, la guerra de Kivu en la Republica democrática de Congo ha causado más de cinco millones de víctimas. Es el mayor conflicto desde la segunda Guerra Mundial: heridas no curadas desde hace años, sobre las que, con la escandalosa injerencia de multinacionales y de las potencias extranjeras, se mezclan dinámicas étnicas que disputan en sangre recursos naturales y poder. Son veintisiete nuevas guerras que se libran hoy en día en el mundo, ya sean conflictos entre naciones o entre grupos organizados, étnicos o sociales (Francisco, Esperanza, Editorial Penguin Random, Lima, Perú, p.225, p. 236 p. 265). Los medios de comunicación informan solo sobre las guerras en Gaza y en Ucrania. El hombre actual que crea haber superado, gracias a su gran descubrimiento de la ciencia y de la tecnología, todas las civilizaciones primitivas, pero está peor porque sigue las guerras y con mucho más violencia, destrucción masiva y muerte. El gran ejemplo del cambio científico y tecnológico, son las dos guerras mundiales con setenta millones de muertes. Nadie cumple con el acuerdo de respetar a los civiles. Se bombardea y se secuestra a niños. ¡Nunca habrá cambio sin un cambio espiritual!
“Una historia de una religión fanática. “Quiero ser la última- me dijo Nadia-, la última chica en el mundo con una historia como la mía. A pesar que no era la única, su historia es verdaderamente terrible. Una joven vida repentinamente destruida un día de agosto de 2014, cuando, con poco más de veinte años, el supuesto Estado Islámico la raptó en el norte de Irak, en el curso de la campaña genocida contra las minorías, especialmente contra la yazidí. Los milicianos irrumpen con una ferocidad brutal en su aldea, Kojo, incendian la casa, juntan a los hombres adultos y matan a seiscientos a golpe de kalásnikov, y raptan las mujeres que suben a un autobús con los cristales tintados. Ese día pierde a su madre y a sus seis hermanos menores: despojada de todo atisbo de dignidad, la venden en un mercado como sabaya, esclava, donde la compran unos milicianos que la violan repetidamente antes de venderla de nuevo. Al cabo de cuatro meses de torturas, logra huir de milagro. Escuché esta historia de su boca. Además de la suya, escuché otras muchas historias terribles de masacres del Dáesh” (Francisco: Francisco, Ibidem, p.248).
¿No necesita la humanidad una salvación? Dios nos ha creado y nos ha dado la libertad y la razón para organizar nuestra vida, pero no ha dado a conocer a Sí mismo en la creación. Diferente es la revelación donde Dios inicia relaciones personales con los seres humanos. La fe en Dios no contradice la razón, más bien es una respuesta a las preguntas de la razón por el sentido de su existencia. El fundamento del conocimiento teológico no es filosófico sino la historia de salvación en la cual están la creación como un momento en el orden de la salvación. No existe un Dios de la filosofía, de la razón y un Dios de la teología de la fe. La filosofía puede hacer una referencia a Dios, pero no puede hablar de Dios.
Toda la historia del antiguo y del nuevo testamento muestra la historia de la relación de Dios con los seres humanos. La revelación llega a su realización plena en la persona de Cristo. Por medio de la humanidad de Él, Dios entra en relaciones personales con cada uno de nosotros. Dios se manifiesta en la historia y revela quien es Él, que nos ama y quiere el bien para nosotros. Cristo es la presencia visible del amor de Dios para nosotros. Este amor está ligado a la visibilidad histórica del hombre Jesús. La revelación se realiza en los encuentros con el ser humano Jesús. San Pablo habla del “amor de Dios manifiesto en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Romanos: 8,39). Cristo pertenece siempre al mundo humano, pero como ser humano resucitado. Conocemos a Dios y su presencia en nosotros por el misterio de Cristo. El Espíritu Santo nos recordará lo que Cristo ha dicho (Juan 14, 26). Dios habla en nuestra conciencia.
Somos relativos. No sabemos amar. Dios nos lo enseña en la persona de Cristo. Leemos en Juan 15, 8-12: Mi Padre es glorificado cuando ustedes producen abundantes frutos: entonces pasan a ser discípulos míos. Como el Padre me amó, así también los he amado yo: permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho todas estas cosas para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea completa. Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado.”
“El amor es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz”. Todos los hombres reciben el impulso interior de amar de manera auténtica. En Cristo, la caridad en la verdad se convierte en el Rostro de su persona, en una vocación a amar a nuestros hermanos en la verdad de su proyecto. En efecto, Él mismo es la Verdad (Juan, 14,6). La caridad da la verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con el prójimo; no es solo el principio de las micro-relaciones, como las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, económicas y sociales y políticas. Nosotros recibimos los mensajes de la revelación en nuestro conocimiento humano, pero la verdad de nuestros conceptos está en la presencia del misterio de Cristo. Nuestros conceptos de la revelación se da en conceptos deficientes. La fe no descansa en los conceptos sino en la realidad de la salvación. El cumplimiento de los mandamientos supone también la razón práctica. El primer camino del amor es la justicia. “Quien ama con caridad. Los demás, es ante todo justo con ellos. No basta decir que la justicia es extraña a la caridad, que no es una vía alternativa o paralela a la caridad: la justica es inseparable de la caridad, intrínseca a ella. La caridad exige la justicia, los derechos de las personas y de los pueblos (Benedicto, Encíclica Caritas en Veritate, p. 30).