El secuestro de la opinión pública en el proceso electoral

 

Esta semana comienza la temporada, por así decirlo, de la elección de los candidatos a la presidencia de la República. Temporada que tiene poco de suspenso. Ya se sabe quiénes son tales pretendientes a la primera magistratura. Entre ellos están aquellos que desean repetir el plato, hacer suya la herencia política paternal o subir del escalón de primer ministro, congresista o gobernador regional, al inmediato y definitivo superior: jefe supremo de la Nación. No hay porqué repetir sus nombres. La opinión pública, a través de los medios de comunicación, los conoce hasta la saciedad.

Hemos citado a la opinión pública. ¿Y qué significado tiene ella? Para el filósofo griego Platón, tan dichosa o envidiada opinión debía entenderse como un punto intermedio entre el conocimiento y la ignorancia. No es ciencia (episteme) sino creencia (doxa). En palabras sencillas un conocimiento parcial propio de la mayoría ciudadana, diferente al conocimiento científico, reservado en la práctica a unos pocos. Sin embargo, y dejando de lado los derechos de autoría que podrían corresponder al ateniense, hay quienes consideran que la frase fue acuñada en escasas décadas anteriores a la Revolución Francesa y que inclusive fue precedida por la «vox populi» romana, por la teoría medieval del consentimiento y por la «voluntad general» de la que habló con sabiduría Rousseau. Maquiavelo, en su lucidez de los tiempos medievales, entendía la opinión como la imagen que los súbditos debían tener del príncipe: para gobernar era más que suficiente que el pueblo tuviera conocimiento del prestigio que este irradiaba.

En realidad si hubiera que buscar otras definiciones, llegaríamos a la conclusión que existen numerosas. Adelantando juicio, creo que la más cercana a la realidad es aquella que la interpreta como «lo que es sabido que piensa la inmensa mayoría de la sociedad acerca de un tema de actualidad». Sobria y precisa . El mismo autor explica que la opinión pública puede ser lo que piensa el público sobre los asuntos de interés general, pero también puede ser lo que los medios de comunicación señalan, es decir aquellas opiniones que por una razón u otra son dominantes en el espacio informativo. En este sentido, los medios pueden convertirse en creadores de opinión pública y, por extensión, en creadores de corrientes ideológicas simpatizantes con aquellas que poseen los dueños de dichos medios de información.

Esto último y tratando de vincular el manejo de la opinión pública (el secuestro precisan otros sin medias tintas) cobra actualidad a escasos meses, cuando la ciudadanía debidamente informada concurra a las urnas, para elegir tanto al jefe del Poder Ejecutivo como a los representantes ante el Poder Legislativo. ¿Se hará realidad —pregunto— la voluntad soberana del pueblo? ¿Aquello de que la opinión pública como expresión libre de ataduras o intermediaciones dudosas, que busca representar el poder del pueblo en las tareas de gobierno, legitimando y controlando el poder y el sistema democrático, dejará de ser un simple enunciado? ¿La expresión de la soberanía popular se convertirá en fuerza política para controlar lo que tiene lugar en torno a la cosa pública, mejor dicho, se transformará en cuarto poder para decidir su propio destino, tal como corresponde en todo Estado de derecho?

Debo declarar que no soy optimista al respecto. Vivimos en una democracia formal y subdesarrollada. No es real. Niklas Luhmann, importante teórico de la información nos sirve de apoyo y facilita una explicación precisa sobre las teorizaciones contemporáneas respecto a la opinión pública. Para ello recurre a otros dos importantes teóricos: Jürgen Habermas y Elizabeth Noelle-Neumann. En cuanto al primero coincide en que los medios de comunicación son los principales directores de orquesta de la construcción del espacio público y analizan el fenómeno de la opinión pública de una sociedad moderna y su repercusión política. Con Noelle-Neuman, concuerda en la detección de mecanismos psicosociales básicos en la generación de procesos de opinión pública.

Existe mucha tela por recortar. Por eso mismo no faltan quienes dan la voz de alerta, aunque no siempre con éxito. Estos son los que afirman lo que sucede en las democracias actuales, donde el papel principal en la formación de la opinión pública lo desempeñan los medios de comunicación. El mundo es para el público en general el mensaje de los medios de comunicación. La actualidad como realidad social en devenir —advierte y con razón Eliseo Verón— existe en y por los medios informativos. Esto quiere decir que los hechos que componen la realidad social no existen en tanto tales (en tanto hechos sociales) antes de que los medios los construyan. Después que los medios lo han producido, en cambio, estos hechos tienen todo tipo de efectos.

Concluyendo. No podría afirmarse que los medios de comunicación son los únicos que crean opinión pública. El fenómeno de la Internet y su uso por personas y grupos organizados, muestran otro panorama. Sin embargo, en estos días, tan cargados de crisis muy distintas a las ocurridas en siglos pasados, cuando los más poderosos medios de comunicación son de propiedad de grandes grupos económicos, las posibilidades de empoderamiento de una auténtica opinión pública, entendida la misma como expresión de la soberanía popular, es remota. El interés de esos grupos en moldear la realidad social y la consiguiente opinión pública está ligado a la obtención de sus propios beneficios. Estos grupos influyen, indirectamente, no sólo en la agenda de los políticos que están en campaña sino también en las actividades del Estado. Este es el reto que deberá afrontar la ciudadanía mayoritaria, si realmente encuentra la vía adecuada para hacer prevalecer su opinión y no aquella que sabe cómo se puede manipular a los electores.

 

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