La reciente declaración de la diputada chilena, María Luisa Cordero Velásquez, sugiriendo que las personas nacidas en la altura, como los bolivianos, sufren una disminución del oxígeno cerebral, ha generado una intensa controversia. Esta afirmación, que se ha difundido ampliamente, presenta una visión simplista y científicamente insostenible de la fisiología humana en entornos de gran altitud.
A pesar de que la presión de oxígeno es menor en la altura, lo que puede causar efectos a corto plazo en personas no aclimatadas, la ciencia ha demostrado lo contrario para las poblaciones nativas.
Vivir a gran altitud, una condición conocida como hipoxia hipobárica, ha llevado a los habitantes del altiplano andino a desarrollar una serie de adaptaciones biológicas únicas a lo largo de miles de años de evolución. Lejos de sufrir un deterioro, sus cuerpos han optimizado la forma en que utilizan y transportan el oxígeno. Estas adaptaciones son una prueba del increíble potencial de la biología humana para ajustarse a su entorno, desmintiendo la idea de un perjuicio cerebral.
Una de las adaptaciones más destacadas es el aumento en la producción de glóbulos rojos. Para compensar la menor disponibilidad de oxígeno, sus cuerpos crean más células sanguíneas que son responsables de llevar el oxígeno desde los pulmones a los tejidos. Además, estas poblaciones nativas suelen tener una capacidad pulmonar significativamente mayor, lo que les permite inhalar una cantidad más grande de aire en cada respiración, maximizando la absorción de oxígeno.
El cerebro, uno de los órganos más demandantes de oxígeno, también ha desarrollado mecanismos de compensación. Estudios científicos han revelado que las personas nacidas a gran altura tienen una mayor densidad de capilares en sus cerebros. Esta vascularización mejorada asegura un suministro constante y eficiente de oxígeno a las células cerebrales, garantizando su funcionamiento óptimo. En consecuencia, la idea de una «disminución de oxígeno cerebral» es incompatible con las evidencias de una adaptación tan avanzada.
En conclusión, la afirmación de la diputada no solo ignora décadas de investigación en fisiología de la altitud, sino que también desvaloriza las profundas y exitosas adaptaciones de las poblaciones andinas. Sus declaraciones no tienen una base científica y contradicen los hechos conocidos sobre la biología y la evolución humana.
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