Mirar al pasado del fútbol peruano es encontrarse con historias que parecen sacadas de una novela. La del club Mariscal Sucre es, sin duda, una de ellas. Fundado como Sucre Foot Ball Club el 1 de septiembre de 1905 en «Las Ochavas», esquina de José Gálvez y García Naranjo en La Victoria, se convirtió en un símbolo de resiliencia, viviendo un sube y baja de emociones que forjó su leyenda. Su historia no es una línea recta, sino una montaña rusa de ascensos meteóricos y descensos dolorosos, pero siempre con el corazón intacto.
Al ser de La Victoria disputó con Alianza Lima el llamado Clásico Victoriano. También el clásico de Mariscales con el Mariscal Castilla del Rímac, con quien rivalizó desde la Segunda División. Además, hubo un clásico particular con el Centro Iqueño.
El Sucre, apodado los «dinamiteros» por su juego recio y su fuerza, inició su camino en la Tercera División en 1928 con un ascenso fulgurante. Campeones en Tercera en 1928, en Segunda en 1929 y en Intermedia en 1930. Su ascenso a Primera División fue tan rápido que incluso tuvieron que disputar un partido de definición con el Circolo Sportivo Italiano y el Lawn Tennis, dos instituciones que luego desaparecerían del fútbol. Su paso por Intermedia en 1931 fue también brillante, quedando en segundo lugar.
La historia del club, sin embargo, nos dejó una anécdota que hoy parece de película. En 1938, en un partido por el descenso se enfrentó a su vecino, Alianza Lima. En un duelo épico, los sucrenses se impusieron 2-1, enviando a Alianza a la baja. Un triunfo histórico que quedó grabado en la memoria de los hinchas y que demostró que, en la cancha, el coraje y el alma podían más que cualquier nombre.
Una lucha incesante
En 1951 el club cambió se nombre por Mariscal Sucre de Deportes y, mientras Alianza se consolidaba como un gigante, el Sucre inició un doloroso declive. Tras su segundo título de 1953, el club se desvaneció de la Primera División. Pero el espíritu dinamitero no se apagó. Tras descender a la Segunda en 1958 se puso de pie y luchó con todas sus fuerzas para volver a la élite.
La recompensa llegó a fines de 1961 y en 1962, cuando el club ascendió nuevamente a Primera División. El equipo de 1962, que ganó la Segunda de Ascenso, fue un cuadro que se impuso al Carlos Cocha, demostrando una vez más que el ADN luchador de Sucre seguía vivo.
En esta época de ascensos, el club se encontró con figuras rutilantes. Uno de ellos fue el joven Víctor Benítez, un crack que, pese a su talento, tuvo que dejar el club por una de las anécdotas más curiosas de la época: Ante la falta de un par de zapatos de fútbol en 1953 decidió regresar a Alianza Lima. Este mismo jugador, años más tarde, triunfaría en el Boca Juniors y en el AC Milan, dejando en evidencia el talento que brotaba de las canteras del Sucre.
El regreso a la máxima categoría fue un bálsamo para los hinchas, pero el destino tenía un nuevo revés preparado. En 1963, el club volvería a descender a la Segunda División. A pesar de la caída, el club demostró que su alma nunca se rendía. Una y otra vez, se levantó de las cenizas para volver a luchar hasta su desaparición en la década del 70 y un repentino renacer en el nuevo ciclo. Historia que merece un nuevo relato.
La historia del Mariscal Sucre es la de un equipo que vivió de la pasión, el coraje y la entrega. No se trataba de una maquinaria de marketing, sino de un club que se nutría del corazón de sus jugadores y del cariño de su gente. Y aunque la nota que nos recuerda su historia ya tiene varias décadas, sus lecciones de resiliencia siguen tan vigentes como el primer día.
Un equipo que, con cada ascenso y descenso, nos enseñó que en el fútbol la verdadera victoria no siempre es el título, sino la lucha incansable por los sueños. Un club que, como dice el recuerdo, fue un “dramón” pero uno lleno de alegría y de triunfo, que nos invita a recordar que lo más importante es no dejar de pelear.
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