Puquina: lengua secreta de la élite inca y símbolo de conocimiento especializado

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El puquina fue una lengua de prestigio que actuó como una llave de acceso al pensamiento más sofisticado y reservado de la élite incaica. Mientras el quechua (Runasimi) servía como lingua franca para la administración y la vasta red vial del Imperio, el Puquina se erigió como un registro alto, un código de sabiduría custodiado por las más altas esferas sociales.

Su estudio revela que la profundidad de la civilización andina no se medía únicamente por su ingeniería o su organización social, sino por la complejidad de sus estructuras lingüísticas y cognitivas.

Su estatus especial fue registrado por los primeros cronistas. Juan de Betanzos, por ejemplo, documentó la distinción idiomática al notar que su esposa, una dama noble cusqueña, empleaba un lenguaje diferente al Runasimi aprendido en otras regiones. Esta práctica evidenciaba una diglosia donde el opuquina era el lenguaje reservado de las panacas reales o la nobleza, un marcador de estatus superior.

Esta distinción fue corroborada por el Inca Garcilaso de la Vega, quien se refirió al puquina como una «lengua secreta» o especial, utilizada por su madre y otros miembros de la realeza para tratar asuntos delicados o esotéricos. Este uso sugiere que el idioma operaba como un vehículo para la comunicación de asuntos internos y un símbolo de conocimiento especializado dentro del núcleo del poder incaico.

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El verdadero poder del puquina reside en su capacidad para articular conceptos que desbordan el marco categórico occidental. Los lexicones de lenguas afines revelan que el pensamiento andino poseía un sistema filosófico complejo, evidente en la existencia de hasta tres conceptos diferentes para la verdad (Cama, Sulul, Checa). Esta pluralidad de la verdad, ausente en el pensamiento europeo, demuestra una estructura cognitiva profundamente reflexiva, independiente y completa.

Un vestigio documental crucial de esta lengua existe en la Gramática y vocabulario en la lengua puquina, trabajo atribuido al franciscano Fray Gerónimo de Oré a principios del siglo XVII. Este esfuerzo, a menudo destinado a la documentación para el clero europeo, paradójicamente preservó parte significativa de su estructura y léxico. Este documento, aunque poco difundido en el Perú, es la prueba material que confirma la existencia de un idioma de élite antes de su asimilación total.

El silencio impuesto: el proyecto de uniformización virreinal

La marginación de esta lengua no fue un accidente, sino la consecuencia directa de una política del Virreinato cuyo objetivo era la uniformidad ideológica y administrativa. La irrupción española supuso un ataque no solo a los cuerpos y territorios, sino a las estructuras mismas del pensamiento nativo. La diversidad lingüística era vista como un obstáculo para el control y la evangelización.

Este asalto se materializó con la decisión de la Corona de estandarizar una única variante del quechua en 1584. Previamente, el trabajo del fraile Domingo de Santo Tomás, con su gramática y lexicón de 1560, ya había sentado las bases para la unificación. Este proceso de estandarización forzada buscó asimilar y diluir los términos Puquina que se consideraban contradictorios o incomprensibles, empujando al idioma de élite hacia la desaparición.

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La causa más profunda de su declive se ancla en la campaña de la extirpación de idolatrías. El Puquina, al ser portador de conceptos sofisticados sobre la naturaleza, la deidad andina (Apus, Pacha) y la verdad, representaba una amenaza intelectual directa al monoteísmo y a la justificación ideológica del virreinato. Al suprimir la lengua de la nobleza, se cortó el vehículo que permitía la transmisión formal de la filosofía indígena.

Hoy, el puquina se considera extinto, sobreviviendo solo en fragmentos léxicos incrustados en el quechua y el aimara. La marginación de esta lengua por el virreinato es un recordatorio sabio y potente: el silencio del puquina resuena como la voz de la sabiduría ancestral deliberadamente suprimida, instándonos a reconocer que el estudio de su legado es esencial para recuperar la dimensión más rica y compleja de la identidad andina.

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