El archivo audiovisual es una máquina del tiempo implacable. Revisar la transmisión del partido Perú vs. Chile de marzo de 1977 no es solo un ejercicio de nostalgia futbolística, sino una lección arqueológica sobre nuestra propia cognición. Aquellas imágenes granuladas y el audio de cadencia pausada nos revelan un ecosistema mediático extinto: el del «tiempo humano». Un periodo donde la tecnología se subordinaba a los límites biológicos de nuestra atención, muy distinto al vértigo algorítmico que hoy domina la comunicación.
Para los periodistas entender este contraste es vital. No se trata de glorificar el pasado, sino de comprender cómo las herramientas moldean el mensaje. En 1977, la transmisión respetaba los silencios y los ritmos naturales del juego. Hoy, la economía de la atención nos empuja a un «tiempo digital», caracterizado por la simultaneidad, la saturación de estímulos y el miedo al vacío. Hemos pasado de contemplar un evento a consumirlo en fragmentos de alto impacto.
El narrador como lazarillo sintáctico 🎙️
En la era analógica, la limitación técnica era la madre de la creatividad retórica. Con cámaras fijas y una definición precaria, el narrador deportivo ejercía de «lazarillo». Su voz debía completar lo que la imagen no alcanzaba a mostrar. Esto generaba una narración rica en sinónimos, construcciones gramaticales complejas y descripciones literarias. El periodista tenía tiempo para construir frases subordinadas porque el cerebro del espectador tenía tiempo para digerirlas entre jugada y jugada.
Hoy, el periodista compite contra la propia imagen en 4K y una catarata de datos en pantalla. La «velocidad humana» de la sintaxis compleja ha sido reemplazada por la «velocidad digital» del soundbite. El relato actual es onomatopéyico, urgente y está diseñado para ser cortado en clips de quince segundos para redes sociales. El narrador ya no necesita graficar la realidad, sino inyectar adrenalina para evitar el scrolling del usuario.
La pedagogía de la contemplación vs. la saturación 🧠
Desde una perspectiva educativa, el cambio es profundo. La transmisión de 1977 fomentaba un procesamiento secuencial y reflexivo. Había espacio para la incertidumbre —un fuera de juego dudoso, una falta no cobrada— que generaba un debate social pausado. Esa espera colectiva, esa latencia propia de la tecnología analógica, creaba comunidad alrededor de la interpretación del hecho.
La era digital, con el VAR y las repeticiones instantáneas desde veinte ángulos, ha eliminado la espera y, con ella, parte de la reflexión. Hemos pasado del aprendizaje profundo al procesamiento paralelo. El espectador moderno recibe capas de información simultánea (estadísticas, tuits, repeticiones) que saturan su capacidad cognitiva, privilegiando la reacción emocional inmediata sobre el análisis sosegado.
El desafío del futuro comunicador 🚀
La conclusión para la nueva generación de periodistas es clara: la tecnología ha cambiado la ontología del oficio. Hemos migrado de una epistemología de la observación (donde el medio nos daba tiempo para entender el «qué» y el «cómo») a una ontología del impacto (donde el medio bombardea para sentir el «ahora»).
La proyección a futuro plantea un reto formidable para el comunicador. ¿Cómo recuperar la profundidad y la pausa reflexiva del «tiempo humano» sin perder la relevancia en el vertiginoso «tiempo digital»? El éxito del periodista del mañana no dependerá de su velocidad para publicar, sino de su capacidad para detener el tiempo y ofrecer sentido en medio del caos informativo.
Imágenes: Panamericana Televisión
