De los tacones al confort: las zapatillas conquistan los espacios laborales globales

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La historia comenzó mucho antes de la pandemia, pero el confinamiento de 2020 fue el empujón definitivo que nadie esperaba. Según NPD Group, el 40% de los trabajadores globales pasó el encierro prácticamente en pijama, y cuando las oficinas reabrieron sus puertas, algo fundamental había cambiado en el imaginario colectivo sobre qué significa «vestirse profesionalmente».

Las zapatillas deportivas, relegadas durante décadas al fin de semana o al gimnasio, cruzaron el umbral corporativo y nunca más volvieron atrás. El mercado mundial de calzado deportivo, valorado en 99.610 millones de dólares en 2020, creció un 5% en 2024 hasta alcanzar los 105.176 millones, demostrando que este no es un capricho pasajero sino una reconfiguración permanente de cómo entendemos el trabajo.

El fenómeno tiene raíces profundas en la cultura corporativa de Silicon Valley durante los años noventa. Mark Zuckerberg revolucionó las salas de juntas apareciendo en presentaciones multimillonarias con jeans Levi’s y zapatillas Nike, mientras antes de él, Steve Jobs había convertido las New Balance en símbolo de genio tecnológico. No fue casualidad: estos líderes rechazaron conscientemente el uniforme tradicional de poder, enviando un mensaje claro sobre qué valoraba la nueva economía digital.

 La comodidad dejó de ser incompatible con la innovación. Cuando Zuckerberg testificó ante el Congreso estadounidense en 2018, el debate no fue solo sobre privacidad de datos sino también sobre su decisión de llevar traje y corbata, como si traicionar las zapatillas fuera traicionar una filosofía entera.

👟 La pandemia como punto de quiebre irreversible

El teletrabajo aceleró brutalmente lo que ya estaba en marcha. La Encuesta Regional 2020 de IAE Business School reveló que seis de cada diez trabajadores mexicanos laboraron desde casa durante la pandemia, normalizando una comodidad que resultó imposible de revertir. En Chile, el Banco Santander pasó de permitir ropa casual solo los viernes y en verano a establecerlo durante todo el año, con la gerente María Eugenia de la Fuente explicando que «estas medidas han permitido entregarles a nuestros colaboradores mayor comodidad para trabajar, más equilibrio entre la vida laboral y personal». Las empresas que intentaron restablecer códigos de vestimenta estrictos post-pandemia enfrentaron resistencias que iban más allá de preferencias estéticas: era una batalla por la autonomía corporal en el espacio laboral.

Antropológicamente, este cambio representa una democratización radical del confort que cuestiona jerarquías centenarias. Durante siglos, la vestimenta formal fue un marcador de clase que separaba el trabajo intelectual del manual. Los zapatos de vestir simbolizaban elevación social, distancia del esfuerzo físico. Las zapatillas, en cambio, son transversales.

Su adopción masiva en contextos profesionales refleja sociedades menos obsesionadas con la pompa y más enfocadas en la funcionalidad. Sin embargo, también evidencia nuevas formas de distinción: las zapatillas de Mark Zuckerberg no son cualquiera, sus camisetas grises cuestan entre 300 y 400 dólares, fabricadas a medida por Brunello Cucinelli. Las Lanvin de Sundar Pichai rondan los 490 dólares. El lujo no desapareció, simplemente se volvió más discreto.

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🏢 Generaciones que imponen nuevas reglas del juego

Los millennials iniciaron la revolución introduciendo el «business casual» en los años 2000, pero fue la Generación Z quien la radicalizó. Un estudio de IWG reveló que el 94% de trabajadores Gen Z busca orientación sobre qué vestir en la oficina, comparado con solo el 61% de baby boomers. Sin embargo, el 79% de millennials considera que debería poder usar jeans al trabajo, según investigaciones sobre cultura laboral.

Estas generaciones no solo rechazan la incomodidad como símbolo de compromiso profesional, cuestionan una lógica que equiparaba sufrimiento físico con dedicación. Para ellos, la productividad no se mide en centímetros de tacón ni en la rigidez del cuello de una camisa.

Las marcas captaron esta transformación cultural y la monetizaron brillantemente. Nike, Adidas y New Balance convirtieron las zapatillas en objetos de culto, lanzando ediciones limitadas que costaban más que muchos zapatos de vestir tradicionales. Según datos de StockX, Asics experimentó un crecimiento del 600% en 2024, impulsada por modelos como el Gel-1130, mientras que Adidas creció un 93% gracias a siluetas retro como las Samba y Gazelle. Surgió toda una «sneaker culture» con sus códigos, coleccionistas y rituales. Las zapatillas dejaron de ser simplemente cómodas para convertirse en declaraciones identitarias, inversiones y hasta activos financieros en mercados de reventa donde modelos raros alcanzan precios estratosféricos.

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La conclusión es contundente: las zapatillas en el trabajo no representan una moda pasajera sino un cambio civilizatorio en cómo entendemos el profesionalismo. Reflejan sociedades que priorizan el bienestar sobre la apariencia, que cuestionan rituales heredados sin sentido práctico y que reconocen la artificialidad de separar tajantemente la identidad laboral de la personal.

Desde que Hewlett-Packard introdujo el «casual Friday» en los años sesenta en respuesta a la cultura hawaiana, hasta el presente donde el mercado global de zapatillas proyecta alcanzar 107.118 millones de dólares en 2030, cada par de sneakers que entra a una oficina lleva consigo una pregunta incómoda: ¿cuántas incomodidades innecesarias aceptamos solo porque «así se ha hecho siempre»? La respuesta colectiva está redibujando no solo el armario corporativo, sino las relaciones de poder que se esconden detrás de cada código de vestimenta.