La filosofía política en el mundo de Marvel: entre el poder, la vigilancia y el Estado

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El universo cinematográfico de Marvel no es solo entretenimiento de masas. Detrás de explosiones y batallas épicas late un debate filosófico sobre el poder, la soberanía y los límites del Estado que ninguna academia de ciencias políticas podría ignorar. Estas narrativas plantean dilemas que Hobbes, Locke y Schmitt reconocerían de inmediato.

Los superhéroes encarnan una pregunta incómoda: ¿qué legitimidad tienen individuos con poder extraordinario para actuar al margen de las instituciones democráticas? Tony Stark, Steve Rogers y compañía operan sin mandato electoral, sin controles institucionales reales, tomando decisiones que afectan a millones. Son, en esencia, soberanos de facto en un mundo de soberanos de jure.

⚖️ El problema de la soberanía extraordinaria

«Capitán América: Civil War» articula el nudo gordiano. Los Acuerdos de Sokovia proponen someter a los Vengadores a supervisión de Naciones Unidas. Tony Stark acepta: el poder sin rendición de cuentas es tiranía. Steve Rogers rechaza: las instituciones pueden corromperse, la burocracia puede paralizar la acción necesaria ante amenazas existenciales. Es Hobbes contra Locke en trajes de spandex.

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La saga expone el dilema del estado de excepción teorizando por Carl Schmitt: ¿quién decide cuándo las reglas normales no aplican? Los superhéroes asumen ese rol schmittiano del soberano que suspende el orden jurídico para salvarlo. Pero sin mecanismos democráticos de control, ¿en qué se diferencian de déspotas ilustrados?

🦸 Vigilantismo vs. monopolio estatal de la violencia

Max Weber definió al Estado moderno por su monopolio legítimo de la violencia. Los superhéroes lo fracturan sistemáticamente. Spider-Man, Daredevil, los Guardianes de la Galaxia: todos ejercen violencia sin autorización estatal. Son vigilantes que el liberalismo clásico consideraría una amenaza al contrato social, pero que la narrativa presenta como necesarios ante la insuficiencia institucional.

Esta tensión revela una filosofía política ambigua. Marvel oscila entre el tecnoliberalismo de Stark (soluciones tecnológicas a problemas políticos, fe en élites expertas) y el comunitarismo de Rogers (lealtad a principios morales universales por encima de legalidad positiva). Ambas posiciones rechazan la democracia participativa real: el pueblo nunca decide realmente.

🌍 Amenazas globales y gobernanza poswestfaliana

Thanos plantea el problema filosófico más radical: una amenaza existencial que trasciende fronteras nacionales y requiere respuesta coordinada global. Aquí Marvel intuye los límites del sistema westfaliano de Estados-nación soberanos. Los Vengadores son una respuesta protocosmopolita: una fuerza supranacional no electa que actúa donde las instituciones tradicionales fallan.

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Pero el cosmopolitismo de Marvel es elitista y tecnocrático, no democrático. Nadie vota por quién salva el universo. La filosofía implícita es paternalista: élites moralmente superiores y tecnológicamente avanzadas protegen a masas incapaces de autodefensa. Es un liberalismo aristocrático que Platón aprobaría pero que la teoría democrática contemporánea debería cuestionar.

El universo Marvel funciona como laboratorio narrativo de filosofía política aplicada. Sus dilemas sobre poder, legitimidad y excepción no son fantásticos: son los mismos que enfrentan Estados ante terrorismo, pandemias o crisis climáticas. La diferencia es que en la ficción, confiar en héroes moralmente incorruptibles parece funcionar. La historia real sugiere que ese camino termina mal.

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Lección final para comunicadores críticos: analizar estas narrativas no es frivolidad académica. Son los mitos fundacionales de nuestra cultura visual, que educan políticamente a millones más efectivamente que cualquier clase de civismo. Comprender su filosofía implícita es comprender qué valores sobre poder y democracia consume y reproduce nuestra sociedad. La crítica de estas ficciones es, en último término, crítica de nuestro presente político real.

Imagen: Marvel- Disney