Vivir para la política o vivir de la política

 

El incidente, censurable por donde se le mire, protagonizado por el aprista Mauricio Mulder y el nacionalista Santiago Gastañaduí en el Congreso de la República, ha sido una demostración de la escasa calidad personal de quienes como esos sujetos se jactan de ser políticos. Nada más absurdo. Como dijo el primero de los nombrados, tendrán mucha calle, pero de aquellas que son propias de los lupanares o de las que frecuentan los maleantes más avezados. De ninguna manera de las que acostumbran transitar la gente que sabe y practica la decencia cívica. Al respecto ¿habrá intervención de oficio de parte de la Comisión de Ética de dicho poder del Estado? ¿Los jefazos de los partidos políticos les llamarán la atención por haber perpetrado semejante estupidez? Dudo que esto ocurra. No les importa el creciente desprestigio de una institución tan importante para la vida de la nación. No les interesa que quienes tienen la investidura de la representación nacional se zurren en tan alto honor. Para ellos el poder político es el medio para otros logros.

Es cierto que no es la primera vez que esto ocurre en el Congreso de la República y que otro tanto haya pasado en escenarios distintos al nuestro. Ello, sin embargo, no justifica lo sucedido entre el irrascible Mulder y el bisoño Gastañaduí, quienes, a lo mejor asustados de lo hecho con epítetos como «pobre diablo», «corrupto», «narcoindultos», finalmente terminaron dando una torpe justificación a lo acontecido: «me han mentado la madre, me han insultado a mí, a mi partido, hemos tenido excesos verbales, nos hemos defendido mutuamente.» Declaraciones que no se ajustan a la verdadera interpretación de tamaña grosería. Ellos faltaron el respeto al primer poder del Estado, ellos demostraron que carecen de la formación y de la personalidad suficiente para ser llamados «padres de la patria».

Pero qué hizo que uno y otro dieran tan triste espectáculo. Siguiendo el consejo del escritor mexicano Carlos Fuentes, en su manual del perfecto político, no sabían acaso que el buen político no puede hacerse cargo del trabajo sucio, porque eso significaría ingresar a los alcantarillados del poder, desconocían que el político al igual que un rey sabe de la necesidad de «contar con un enano mal encarado a la puerta del castillo para realizar el trabajo rudo, para liberarse de los latosos, los indeseables, los ambiciosos». Si ignoraban tales recomendaciones, quiere decir entonces que actuaron llevados de otras razones. Por ejemplo, podría haber sido por figuretismo, tan necesario cuando hay que asegurar un lugar de privilegio en las futuras listas parlamentarias, cosa que es factible cuando se exhibe condiciones de «valiente» y defensor de la camiseta partidaria. O a lo mejor porque no cuentan con alguien que les haya explicado que una cosa es, como sentenció el sociologo alemán Max Weber: «vivir para la política o vivir de la política».

Quien vive para la política hace de ello su vida en un sentido íntimo; o goza simplemente con el ejercicio del poder que posee, o alimenta su equilibrio y su tranquilidad con la conciencia de haberle dado un sentido a su vida, poniéndola al servicio de algo. En este sentido profundo todo hombre serio que vive para algo vive también de ese algo.La diferencia entre el vivir para y el vivir del se sitúa entonces en un nivel mucho más grosero, en el nivel económico. Vive de la política como profesión quien trata de hacer de ella una fuente duradera de ingresos; vive para la política quien no se halla en este caso. Para que alguien pueda vivir para la política en este sentido económico, y siempre que se trate de un régimen basado en la propiedad privada, tienen que darse ciertos supuestos, muy triviales , si ustedes quieren: en condiciones normales, quien así viva ha de ser económicamente independiente de los ingresos que la política pueda proporcionarle.

Insistiendo en Weber, habría que recordarles a los numerosos Mulder y Gastañaduí que existen en la política peruana que hay tres cualidades de mayor importancia para un político: pasión, sentido de responsabilidad y mesura. Con respecto a la pasión, ésta se trata de un romanticismo de lo intelectivamente atractivo, que gira en el vacío y carece del menor sentido de responsabilidad objetiva. La pasión no hace politico al hombre si no se entrega a una causa y no se vale de la responsabilidad para dicha causa, como luz que guíe la acción. Para ello es necesario tener aptitud para dejar que la realidad penetre en uno, sin que deje de mantenerse retirado no pierda la entereza. En otras palabras , es indispensable conservar la distancia con los hombres y con las cosas.»La política se lleva con la cabeza y no con otras partes del cuerpo o del espíritu»

Por último, la política consiste en una prolongada y ardua lucha contra tenaces resistencias para vencer, requiriendo al mismo tiempo, pasión y mesura. Es del todo cierto que en este mundo no se llega jamás a lo posible si no se intenta repetidamente lo imposible; pero para realizar esta tarea es indispensable armarse de fuerza de voluntad que les permita soportar la destrucción de todas las esperanzas, si no quieren mostrarse incapaces de realizar, inclusive, todo lo que aún es posible….En suma: no es con diatribas como se hace buena política. Hay que esforzarse por ser un hombre bien constituído para demostrar su vocación para la política.

 

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